"Cuando estalló la guerra, yo tenía diez años. Recuerdo a muchos hombres que estuvieron en mi pueblo varios días antes de que entrara el enemigo. Eran voluntarios que iban para Asturias, a luchar al lado de la República". Así relatará Benjamín Rubio los primeros días de una guerra civil que duraría casi tres años y daría lugar a una cruenta dictadura de otros cuarenta. Sería su primer contacto con aquellos que, al final, serían marcados como los ‘perdedores’ del conflicto. Los que quedaron vivos, al menos, porque los muertos ya no tenían nada más que perder.
Aquel niño sería, poco después, enlace del maquis en la zona y, con el paso de los años, ampliaría su lucha vital a las reivindicaciones mineras y el sindicalismo y, con la llegada de la democracia, a la política. Los años que le tocó vivir, el lugar en el que tuvo que pasarlos y la dureza de las condiciones laborales de la mina fueron empujando a Rubio, a pesar de disgustos y de no pocas decepciones, a un combate tras otro, mientras el país iba -poco a poco- volviendo a respirar.
La Casa de la Cultura de Villablino acoge este sábado -a partir de las 17:00 horas de la tarde- un acto de homenaje a Rubio, que falleció en agosto de 2007. Durante el encuentro se mostrará un documental con testimonios de quienes lo conocieron y que ha sido elaborado por el periodista José Ramón Rebollada y su equipo. El acto, promovido por Comisiones Obreras, para cuya legalización durante la Transición fue crucial la labor de Rubio, se cerrará con un recital de Luis Pastor.
La guerrilla
La lucidez de Rubio se mantuvo intacta hasta el final y el destino quiso que el mes antes de su muerte fuera el de la presentación del libro que dejaría para el recuerdo: Memorias de la lucha antifranquista.
Se trata de un duro testimonio de la represión en el Bierzo y en Laciana que, en los últimos capítulos, también incluye la narración de su actividad sindical y la creación de Comisiones Obreras en Laciana durante la huelga de 1962 en la MSP. Llega hasta la legalización del propio sindicato y del PCE, con el que Rubio llegaría a participar en un acto electoral con Dolores Ibárruri La Pasionaria, en el Palacio de Deportes de León. Sería durante las primeras elecciones democráticas, en las que el partido no conseguiría ningún diputado.
Rubio era sólo un niño cuando llegó la guerra. En 1936, ni siquiera el pequeño pueblo en el que había nacido: La Bustarga, en el municipio de Vega de Espinareda, logró librarse del enfrentamiento que desangraba al país. La Bustarga era zona fronteriza y por allí pasaban los obreros que iban hacia Asturias, que salían a pie por la sierra de Ancares y por Laciana.
Algunos se convirtieron después en los «fugados», en el maquis, y varios llegaron a resistir más de una década en los montes del Bierzo y de Laciana. Y aquel niño se encontró de pronto realizando una labor de enlace -llevar comida, ropa e información- a una guerrilla antifranquista que todavía no estaba bien organizaba. Hombres y mujeres huidos que aún albergaban la esperanza de que el final de la II Guerra Mundial, con la victoria de los países aliados, sirviera para liberar a España. Una esperanza que se iría oxidando con los años.
Mientras el águila franquista hundía sus garras en un país ya desgarrado por el sufrimiento y el hambre, la guerrilla se iba organizando y así se celebró, en 1942, en los montes de Ferradillo, el congreso fundacional de la Federación Guerrillera León-Galicia, cuyos principales dirigentes serían Marcelino Fernández Villanueva, conocido como El Gafas; los asturianos César Ríos y Mario Morán y el leonés Marcelino Parra.
«Nosotros supimos la historia de mi padre cuando ya éramos mayores. De críos, mi padre tenía mucho cuidado en no decir cosas que pusieran en peligro a otra gente. Ni siquiera sabíamos que habían matado al padre de mi madre en el 37 hasta que no nos lo dijo. Era un silencio atroz el que había que guardar entonces», dice Javier Rubio, uno de los hijos de Benjamín. «Mi padre se mantuvo hasta el final en contacto con otros miembros del maquis y los enlaces, a través de la AGE [asociación Archivo Guerra y Exilio], como Quico, del grupo de Girón, que todavía vive», añade.
El libro escrito por Rubio es todavía un valioso testimonio de aquellos años de la posguerra, un recuento de tragedias familiares, abusos y traiciones. Un muestrario del poder del miedo y del odio, pero también de la solidaridad, como la de las gentes de algunos pueblos que, cuando había nieve, salían a borrar las pisadas que habían dejado los guerrilleros al llegar al pueblo. O de la de Alexander Easton, un ingeniero escocés a cuya casa en Cacabelos iban en secreto algunos médicos para curar a fugados heridos o enfermos. Entre los que ayudaban a «los del monte» estaba Lodario Gavela, médico en Trascastro, asesinado en 1947. «El Valle de Fornela entero, la gente de izquierdas y de derechas, fueron al entierro gritando contra los asesinos», escribió Rubio.
El frente minero
No había cumplido todavía los dieciséis cuando Rubio se colgó la lámpara del cuello y entró a trabajar en la mina en Laciana. Allí, en las condiciones penosas de los trabajadores y el mando dictatorial de los directivos, hallaría otro frente por el que merecería la pena iniciar nuevas batallas.
«Hasta mayo de 1962 no volví a tener relación con organizaciones sindicales ni políticas. Pensaba no volver a tenerla y dedicarme únicamente a mi familia y a mi trabajo de minero en la MSP. Sin embargo en ese año, en el grupo María de Caboalles de Abajo, surge la primera huelga bajo la dictadura en la provincia», cuenta Rubio.
Y a la lucha vuelve debido al «descontento entre los trabajadores por los bajos salarios, las deficientes condiciones de trabajo y el trato inhumano por parte de la empresa», apunta. La miseria fue más fuerte que el miedo y se inició la organización clandestina de Comisiones Obreras en Laciana, frente al franquista Sindicato Vertical.
«A los pocos días algunos esquiroles intentaron romper la huelga. Nunca olvidaré la valentía de muchas mujeres que salieron a las carreteras a intentar detenerlos», recuerda. «Algunas ponían dos vestidos y, en medio, un delantal lleno de piedras. Los guardias, creyendo que estaban embarazadas, no se atrevieron a tocarlas». La huelga duró 42 días y no se logró más que un aumento de 75 pesetas en tonelada de beneficio. Ninguna mejora social, pero se había dado un primer paso.
En 1963, otra vez en mayo, se convocó otra huelga que duró 38 días. Se pedía la reforma de la reglamentación de trabajo y se exigía un reconocimiento médico de los trabajadores silicóticos muy afectados a los que no se les reconocía el grado suficiente para retirarse. El resultado tampoco fue muy exitoso, pero se revisó la ordenanza laboral y se empezaron a elaborar convenios colectivos.
De forma indirecta, la elaboración de la nueva ordenanza para la minería del carbón de hulla abrió también la puerta a una importante demanda: la construcción de un sanatorio en Villablino. Fue gracias al apoyo de José Gómez Redondo, presidente del Sindicato Nacional del Combustible, al que acompañó Rubio en Madrid a hacer la petición en el Instituto de Previsión, aprovechando la amistad que Redondo tenía con su director. El Ayuntamiento donó los terrenos y el centro mejoró la atención sanitaria de toda la población.
La trinchera política
La política y el sindicalismo se mezclan en la vida de Rubio en los últimos años de la dictadura. En 1974, Rubio viaja en secreto a Escocia desde París para conseguir el apoyo de los sindicatos, las Trade Unions, a la futura legalización de Comisiones Obreras. También se intentaba conseguir la libertad de los encarcelados por el Proceso 1001, entre ellos Marcelino Camacho y Juanín Zapico. En Escocia conocería a Mike Mc Gahey, presidente de la Unión Nacional de Mineros, y la modernidad de aquellas explotaciones frente al atraso de las españolas.
Con la legalización del Partido Comunista, Rubio integra las listas por León, que encabezará Manuel Azcárate. Pero el partido no consigue ningún diputado y, finalmente, Rubio dimite del comité provincial del partido y como secretario de organización de Comisiones Obreras. «Durante el viaje de vuelta desde León tras haber renunciado, se me iban cayendo las lágrimas», escribió.
Y tendría también motivos para hacerlo hoy, si conociera la penosa situación de la minería en la provincia. «Si mi padre viera lo que ha pasado, cómo se ha ido todo al garete, no se lo creería», dice Javier Rubio. Al menos, afirma, con el acto de este sábado en Villablino se podrá recordar «la lucha de mi padre, que también fue la lucha de muchas otras personas».