Hace más de tres años hice una serie de fotografías abstractas a partir de texturas vegetales; no tengo ningún complejo de pintor frustrado pero, sin buscarlo ni pretenderlo, esa serie desprende una atmósfera claramente pictórica. Por eso, tenía la intención de enseñarle a Sendo esas fotografías para pedirle su opinión y escuchar sus sugerencias, no sólo por la vasta cultura artística que abarcaba y su siempre benévolo análisis crítico, sino también porque creo que Sendo tenía buen ojo fotográfico, no en vano era el primero en reconocer la influencia de Muybridge en sus imágenes congeladas de atletas, luchadores y galgos a la carrera, ¿y qué son sus dibujos de caminantes y peregrinos, más que instantáneas traducidas con técnicas pictóricas? Con toda seguridad, Sendo vería en mi serie reminiscencias de Zóbel, huellas de Ritcher y vete tú a saber cuántos nombres más que le vendrían a la cabeza, y esos comentarios son precisamente los que yo tenía interés en conocer de su mano, a través de su mirada. Fui retrasando ese momento hasta tener el convencimiento de haber conseguido una serie sólida y coherente cuando, de repente, la pandemia irrumpió en nuestra vida como un tsunami, arrasando rutinas y trastocando proyectos, agendas y contactos sociales. Dadas sus condiciones de salud, Sendo debía extremar las precauciones al máximo, por lo que fui aplazando nuevamente ese encuentro, pero tengo que confesar que tampoco puse el suficiente empeño por mi parte y eso ahora me pesa muchísimo, estoy seguro de que hubiéramos pasado una tarde inmejorable hablando de arte, de fotos o de músicas, y yo hubiera seguido aprendiendo de su mirada sabia y su charla sosegada.
Cerca de mi casa hay un bar pequeño y tranquilo, con parroquianos cotidianos. El dueño tiene ese estilo leonés de pocas palabras y tono seco pero educado que no le impide intercambiar bromas con esos clientes habituales. Como yo soy nuevo en la plaza, al principio nos tratábamos con cierta corrección distante. Hasta que me fijé que en las paredes del bar hay un par de fotografías grandes de Astorga y una ellas es de la estatua gigante del caminante o emigrante, obra de Sendo. Le pregunté al dueño que si era de Astorga y me contestó con un lacónico «sí», entonces le señalé la foto del caminante y le dije que yo era amigo del autor de esa estatua, amigo de Sendo. La mención del nombre de Sendo tuvo un efecto inmediato: desde ese día, el dueño del bar me saluda como si ya fuera un cliente veterano y creo que hasta me pone tapa doble con el vino. «Esto tengo que contárselo a Sendo», pensé. Pero ya es demasiado tarde, Sendo también se ha ido de viaje, de ese viaje del que no se vuelve, y no le he podido contar que su nombre tiene poderes balsámicos. No es de extrañar, porque nunca he conocido a un tipo tan acogedor y apacible. Un observador de mirada siempre inquieta, de mano incansable y, al mismo tiempo, sereno, pausado: Sendo era el artista tranquilo.PS: Sendo hizo una exposición de bodegones con maletas viejas y libros usados. En el lomo de algunos de esos libros incluyó como autores a varios amigos, a modo de homenaje y demostración de cariño. A mí me tocó compartir cuadro nada menos que con Luis Mateo Díez, Antonio Colinas, José Saramago y El Bosco. ¡Qué alto me colocaste, Sendín! Te debo otra.
La mirada inquieta de un artista tranquilo
Por Agustín Berrueta
21/07/2022
Actualizado a
21/07/2022
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