Lo de la «nueva normalidad» que se nos ha comunicado estos días tiene que ser cosa de un asesor con vocación de guionista o con muchas series postapocalípticas vistas. Recuerdo una en la que se decía constantemente: «Son órdenes de «los nuevos padres fundadores»». Se trata de una serie llamada ‘La purga’ (2018), una terrorífica distopía en la que se establece un periodo anual de doce horas sin ley en el que se permite todo tipo de crímenes y en el que la violencia se extiende de forma brutal con la intención gubernamental de reducir la epidemia de delitos existente.
La «nueva normalidad» y «los nuevos padres fundadores» son una contradicción en términos cada una y las contradicciones son huéspedes extraños en el lenguaje político democrático, los totalitarismos las han usado más. En política se debería intentar solucionar problemas y crear paradojas es lo opuesto a resolverlos. Lo normal es lo que ha ocurrido siempre, no puede ser nuevo, lo normal es lo contrario a lo nuevo, lo que se repite. Si nuestra vida va a cambiar hay que decir que lo normal no será ya más, al menos de momento. Si dura esa próxima situación impuesta por los hechos se normalizará después de pasado el tiempo pero no hoy.
En la ‘La purga’ se pone de manifiesto intencionadamente esa perversión del lenguaje. Los padres fundadores no pueden ser nuevos porque el origen de algo es único, no se puede fundar algo dos veces, lo que se hace es crear otra cosa, en la serie un orden autoritario al cual el caos imperante permite establecerse en el poder proporcionando una solución bárbara.
Después del coronavirus puede ser que todo vuelva a ser como antes o no. Aceptando el oxímoron, esa «nueva normalidad» se presenta a corto plazo como un porvenir muy distinto del que se intuía antes de la pandemia, en ella hay una mezcla de pasado y futuro con resultados inesperados, una irrupción radical de cosas que estaban todavía emergiendo y una muerte súbita de otras viejas pero también de algunas embrionarias: La ausencia de contacto físico, la desaparición de las reuniones, del ocio multitudinario, la desertización de la calle, la intromisión en el hogar y la puesta de los medios particulares al servicio del teletrabajo, el coche privado en vez del transporte público, adiós al dinero en metálico, fin del viaje aéreo en masa, fin del turismo internacional, refugio en los despoblados, confinamientos, mortandades de ancianos, más aumento de la vida virtual, ausencia de hechos, pobreza de noticias, mejora ambiental por paro productivo, el estado de alarma sustituyendo al democrático…
En definitiva, una «nueva normalidad» nada normal, ni siquiera parecida a los futuros posibles que preveíamos sino más bien cercana a las historias que nos aterraban, un cambio que vacía de una buena porción de ficción a nuestras ficciones para dejarlas más reales, una «nueva normalidad» que se asemeja a las paranoias distópicas de las series.
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