‘La peste’ de Albert Camus y la situación vírica actual

Por Ana Pérez (alumna del curso de escritura de extensión universitaria que imparte Manuel Cuenya en León)

29/04/2020
 Actualizado a 29/04/2020
Jean-Marc Barr y William Hurt en la adaptación al cine de ‘La peste’ por Luis Puenzo.
Jean-Marc Barr y William Hurt en la adaptación al cine de ‘La peste’ por Luis Puenzo.
Leer ‘La peste’ de Camus es como adentrarnos de lleno en la situación vírica actual del Coronavirus, pero con setenta y tres años de adelanto, ya que esta obra cumbre de la literatura se publicó en 1947.

Impacta mucho leer que las medidas de distanciamiento social, confinamiento, profilaxis e incluso de «desescalada» son prácticamente idénticas. Eso no deja al ser humano en un buen lugar, quiere decir que no aprendemos del pasado y volvemos a cometer los mismos errores. La historia se repite.

El libro comienza describiendo la ciudad argelina de Orán, con sus sucias calles, sus enormes ratas y el hedonismo de su población –digamos que lo banal de la existencia, como la que vivíamos nosotros antes del Coronavirus, es decir, la superficialidad de lo importante–. A continuación, nos narra cómo aparecen, de manera paulatina pero cada vez con más frecuencia, ratas muertas en las calles cuya extraña enfermedad contagia a los seres humanos causándoles también la muerte (se cree que el covid-19 saltó de un animal –apuntan que podría ser un murciélago–, a los seres humanos en un mercado de animales exóticos de la ciudad china de Wuhan). A medida que avanzamos en la lectura, asistimos a una crónica desgarradora sobre cómo las autoridades políticas, sanitarias, policiales, religiosas, así como la población civil, se enfrentan a la enfermedad. En la prefectura se crea un mando sanitario (cuyo equivalente serían en nuestro caso las autoridades delegadas del gobierno en España y la comisión de los técnicos), conformado por miembros que se van contagiando casi todos (como ocurre con los miembros del gobierno y de la comisión técnica de España). En ‘La peste’ de Camus, al igual que ahora, se desconoce un tratamiento que resulte efectivo, existe una falta de material sanitario y sueros. Y se decreta el toque de queda y el cierre de las puertas de la ciudad (cuyo equivalente sería hoy nuestro Estado de Alarma y cierre de fronteras).También en el libro de Camus resulta complicado hacer un registro de todos los posibles casos, al haber muchos dudosos, se colapsan las estructuras sanitarias. Y no les queda más remedio que reconvertir la mayor parte de las casas en hospitales improvisados (hospitales de campaña, polideportivos reconvertidos en hospitales, hoteles medicalizados, etc.). Existen, asimismo, lugares específicos para que los parientes cercanos de los infectados pasen la cuarentena, como por ejemplo en un campo de fútbol (véase las arcas de Noé Chinas, o la isla de Nueva Zelanda exclusivamente dedicada a pasar la cuarentena de los infectados).En España habría que buscar establecimientos públicos y privados en los cuales poder aislar a quienes presenten síntomas leves. En ‘La peste’, el incremento del número de muertos provocó que se habilitaran hornos crematorios, fosas comunes, entierros sin velatorio, porque los sepultureros no daban abasto (lo mismo sucede ahora con las morgues del Palacio de Hielo y la Ciudad de la Justicia en Madrid, o bien la Isla de Heart en Nueva York, entre otros lugares).La peste también afectaba a toda la población, ya fueran aristócratas, mendigos, jóvenes o mayores (como sucede ahora) causando un gran estrago psicológico en sus habitantes (algo que ya están padeciendo en Wuhan). Por su parte, las medidas de profilaxis y de distanciamiento social acentuaban la soledad de la población, sobre todo, de las personas mayores y con enfermedades previas (¿os suena?).En ‘La peste’, las medidas de confinamiento y restricciones fueron acompañadas de sanciones económicas a quienes no las cumplieran, además de represión policial, entre otras medidas (¿os suena?). También en la ciudad de Orán, que describe Camus, hubo fuertes consecuencias económicas con las pérdidas de empleos, cierre de negocios, saqueos, etc., en definitiva, la ruina y la pérdida del poder adquisitivo de la población (¿os suena?).Asimismo, la gente se asomaba a las terrazas para respirar el aire puro, y de paso poder hablar con los vecinos, aparte de cantar, bailar (la España de los balcones, etc.). La salida del confinamiento se hizo de forma gradual en el plazo de un mes (aún no hemos llegado a esa etapa, pero albergo la esperanza de que cuando lleguemos al final de nuestro confinamiento, ocurrirá algo similar, sólo tenemos que echar un vistazo a China para comprobarlo). «Algo que se aprende en medio de las plagas es que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio», nos cuenta su autor en ‘La Peste’, lo que nos alienta y nos da esperanza. Tanto es así que la solidaridad se apropió de la población, presentándose voluntarios para las brigadas sanitarias que cuidaban de los enfermos. Y toda la población arrimaba el hombro para intentar paliar la epidemia y poder salir de ella (mascarillas caseras, gorros, viseras protectoras, recaudación de fondos, etc.), en definitiva, salió a relucir la humanidad.En la obra de Camus tampoco se supo con certeza ni el origen ni cuánto duraría ni cómo pudo erradicarse (como acontece ahora). Así nos lo cuenta su autor: «el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa». El Coronavirus tampoco se irá, pero sabremos combatirlo, confiemos en la ciencia y en una futura vacuna, que ojalá llegue pronto. No obstante, deberemos ser precavidos en todo momento. Y alertar a la población del riesgo en un futuro de otras posibles epidemias y pandemias.

«Pero sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos», añade Camus en su libro, cuya crónica de la Peste corresponde al médico Bernard Rieux, el cual pone de relieve el papel de los sanitarios frente a todas las situaciones médicas y humanas a las que se tienen que enfrentar cada día en plena pandemia.

Muy significativo este hecho así como la merecida reivindicación del imprescindible trabajo que está desempeñando el personal sanitario en esta crisis del Covid-19.

Tanto Rieux como los sanitarios actuales se enfrentaban a la epidemia con lo que tenían, y no con lo que realmente necesitaban. Por desgracia, hay aspectos que siguen sin cambiar.

«Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo».

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