La pionera del motociclismo y de los pantalones en León

Lola Marinelli vive desde hace 84 años, los que tiene, en Valencia de Don Juan. Allí su padre vendió primero bicis y después motos, unos vehículos por los que tenía una pasión que supo transmitir a sus hijos, pero también a sus hijas cuando ninguna mujer montaba en moto ni vestía pantalones

T. Giganto
01/05/2022
 Actualizado a 01/05/2022
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Al encender el motor de una moto, el combustible se mezcla con el aire y, después, se produce una pequeña explosión en la cámara de combustión. Estoempuja el pistón hacia abajo y hace girar el cigüeñal. Ya está la moto en marcha, y todo por una chispa, la que Lola guarda en su mirada. La memoria de los 84 años, que cumple el 3 de mayo, huele a gasolina. Hasta hace no mucho tiempo, ella se movía por su pueblo, Valencia de Don Juan, con una Derbi Variant. Pero eso no es ninguna proeza. Sí lo fue que siendo una rapaza de apenas 12 años montara en moto. Sola y con pantalones. Cuando ni una mujer iba sola, ni mucho menos vestía cualquier otra ropa que no fuese falda. Pero su padre veía venir el futuro, con que cambió su taller de bicis por uno de motos y tuvo claro que en ese futuro la mujer iba a vestir pantalones. Ahí prendió la chispa del motor de la familia de los Marinelli de Valencia de Don Juan y de la que es portadora Lola, que así es como todos llaman a Mari Cruz Marinelli.

Cuando Lola era una rapaza, con poco más de diez años, las tiendas de ropa no vendían pantalones para mujeres. Ella y sus hermanas los confeccionaban y cosían en casa. «Somos hijas de la posguerra y desde pequeña fregaba los cacharros en un balde con agua», dice en alusión a que la necesidad hizo que desde bien jóvenestuviesen que aprender a hacer de todo. En ese aprendizaje tuvieron a su padre como maestro de libertades. «Fue un visionario», reconoce Lola recordando cómo replicaba a su madre cuando ella se quejaba de que dejaba a sus hijas montar en moto y vestir pantalones: «Calla, ignorante, calla, que algún día andarán todas en pantalones». Lola lo recuerda con una sonrisa, aunque la más grande la esboza cuando habla de Jesús Llamazares, el amor de su vida. Entonces la chispa se multiplica como lo hizo su afición a las motos. Fue precisamente en un viaje de Lola en moto a Mayorga cuando se conocieron para, después, hacer el viaje de toda una vida juntos. En moto se fueron de luna de miel y en moto recorrieron buena parte de España, e incluso visitaron numerosos lugares de Europa. «Estoy muy satisfecha de la vida, entre otras cosas por eso, porque tuve un marido que me dio todo, fue maravilloso, sobre todo como persona, y yo nunca quise más», asegura con un toque de emoción porque palpita todavía fuerte su ausencia, pues Jesús falleció hace un año.Mi padre fue un visionario y cuando mi madre se quejaba de que nos dejara andar en moto y vestir pantalones le decía: Calla ignorante, calla, algún día llevarán todas pantalones  La conversación con Lola va del motor de su vida, que fue Jesús, a las motos, de las que tanto ella como sus hermanas fueron pioneras en León, pues el papel de la mujer estaba relegado al ámbito doméstico. «Mi padre quiso que aprendiéramos a andar en moto cuando él empezó a venderlas. A lo mejor a la semana llegaba a vender cuatro o cinco, y al llegar el domingo íbamos por los pueblos a repartirlas. Éramos seis hermanos y cada uno llevábamos una y se las dejábamos a los clientes en casa», relata Lola. Esa afición les llevó a participar en competiciones como aquella primera, de la que tiene un recuerdo especial y que se desarrolló en la avenida Ordoño II en la capital leonesa. «Nos avisaron para participar el día 24 de junio en las fiestas de San Juan en una gincana motorista. Fue poco después de haber cumplido yo 14 años. Éramos solo nosotras -ella y sus hermanas- participando entre 19 hombres. Ese día nos llevamos el premio», presume. «¡Y lo bien que lo hacíamos», asegura. La destreza la desarrollaron por unas carreteras que entonces eran de piedra. «Sabíamos coger las curvas y todo lo que hubiera que coger», dice Lola, que empieza después a enumerar el resto de localidades a las que les invitaron a los hermanas Marinelli: Santa María del Páramo, Astorga, Ponferrada... Pero una mujer en moto y pantalones hace 70 años no era un hecho exento de críticas. «En Radio León hablaba Victoriano Crémenes, un franciscano capuchino, y en un programa dijo que habían ido muchas señoras a quejarse de que chicas anduvieran en pantalones y en moto y él a lo último dijo unas palabras, y no me tiene que perdonar Victoriano porque yo no digo una mentira ni aunque me ataran, y dijo ‘y a esto lo llamo yo envidia’. Nos paraban por todos los sitios porque era una novedad. Pero nosotros estábamos muy contentos y lo veíamos como normal», cuenta Lola. El haber sido una pionera del motociclismo en Valencia de Don Juan es todo un orgullo para sus vecinos y el pasado 4 de abril le rindieron un cariñoso homenaje. Para ello se vistió con su traje de cordura, como la motera que es, y acumula ya el recuerdo de un momento tan entrañable más para esa memoria que huele a gasolina. «Fue un momento que, aunque yo viviera ahora otros 84 años que eso es imposible, no lo olvidaría nunca y, además, paso a paso», dice. A la puerta de casa la esperaron decenas de moteros para acompañarla a un homenaje al que ella también se trasladó en moto. «En aquel momento dije: ‘Esto se lo merece mi padre’, que era una persona muy adelantada», incide. Tras haber hecho un repaso por su vida y después de haber presumido de familia, Lola pasa a lo que hoy es garaje pero que en día fue taller, pues su marido se dedicó también a los motores aunque en su caso fueron de maquinaria agrícola. Allí guarda Lola sus ‘tesoros’, como una Montesa o un Alfa Romeo Spiderdescapotable. «Verás, os cuento la historia de este coche. Yo nunca he sido caprichosa ni he pedido nada, pero fui con mi marido a Madrid a comprar unos coches y al ver este le dije: ‘Para mí’. Y nos lo trajimos. Es una gozada», dice mientras le quita la capota y posa para las fotos gracil y presumida, siempre muy sonriente. Porque Lola es en sí una sonrisa inmensa y unos ojos siempre en combustión. Es la chispa.

«A mis hijas y a mi hijo les digo aprovechad la vida todo lo que podáis, que se vive una vez, que no es que se pasen lo días y los años, que es que se pasa la vida. Porque cuando eres mayor es cuando te das cuenta. A lo mejor es que yo tengo mucha memoria, que es verdad que la tengo, y me acuerdo mucho de todo, que parece que fue ayer», sostiene mirándo a los ojos a quienes la escuchamos sin parpadear, pendientes de ese carisma que lo envuelve todo cuando Lola habla. E insiste: «Se pasa la vida. Aprovecharos todos. ¡Todos!», acaba diciendo. Antes de despedirse, hace el saludo motero con los dedos índice y corazón. Con ellos forma una V de victoria, que es un símbolo de respeto y hermandad entre moteros. Deja abierta las puertas de casa para volver a ella a encontrarla allí, con la chispa, con los recuerdos, con esa magia que tiene Lola, la mujer a la que su padre enseñó a vestir por los pantalones.
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