Cuenta Chávarri que se negó a participar en la película hasta la mitad del rodaje, que duró año y medio, pero que luego colaboró sin poner ninguna condición. Dice el director que nunca sabían lo que iba a pasar ante la cámara pues todo dependía de lo que Leopoldo introdujese en las conversaciones. Sus intervenciones iban desde teorías lacanianas de moda en la época, totalmente intelectualizadas, hasta recuerdos conmovedores de la infancia que cristalizaban casi siempre en reproches brutales a su madre.
Tanto en esta película como en la que hizo luego sobre ellos Ricardo Franco, ‘Después de tantos años’ (1994), la muerte es uno de los personajes principales. En la de Chávarri está la del padre, que relatan cada uno desde su perspectiva, y su ausencia, simbolizada en el monumento envuelto que nunca se descubre. En la segunda la de la madre, Felicidad Blanc, y la de todos, que se aproxima a los hermanos tan prematuramente envejecidos.

El final de la segunda tiene lugar también en el camposanto y registra el encuentro inesperado de los dos hermanos pequeños sobre la tumba de sus antepasados. Leopoldo María aparece como un fantasma, no tan triste como en la primera parte sino más bien esperpéntico, y avanza fumando con las manos en los bolsillos a toda velocidad entre las lápidas. En ‘travelling’ la cámara le sigue mientras Michi habla sin saber que se aproxima: «Aquí se supone que descansan los huesos de la familia Panero… Una mañana mis tías decidieron, porque no tenían nada que hacer, irse al cementerio con una palangana y unos pañitos a hacer limpieza en la tumba (…) es una tumba enorme llena de huesos flotando porque se filtra el agua y se han desecho los ataúdes y flotan los huesos… Y decían mientras limpiaban los huesos: ‘Esta calavera tiene que ser, por fuerza, de nuestro hermano Juan porque mira esta mella que se hizo no sé dónde…’. Era una cosa macabra pero eso era muy típico de mis tías… Era una cosa normalísima llevarse los dientes de oro para hacerse un medallón».
Un poco más adelante Michi explica que el hipotético enigma de la familia Panero no era tal, que eran una familia normal en la cual había surgido una generación de hermanos absurdos que eran ellos y entonces, al terminar de decir esto, ocurre algo insólito en una película, se produce un encuentro en un cementerio y este encuentro no es dramático sino jovial: «Y ahora aparece mi hermano Leopoldo –enlaza Michi con su relato– para darme la sorpresa de fin de año, como en la noche de Walpurgis». Leopoldo responde con una gran carcajada, cavernosa, larga y sincera. «Me alegro mucho de verte –dice uno–, en un cementerio». «Tenía ganas de verte –añade el otro».
Al final bromean: «Todos los Panero están muertos, incluidos nosotros».