Varios han sido los que han sembrado la curiosidad en León a base de firmas en las paredes. Firmas tan evidentes como un apodo, un pseudónimo conseguido gracias a una plantilla. Otras, menos evidentes, con forma de lámina y una imagen centrada que mira al transeúnte y, por sus características, no necesita de tipografías para conocer -más o menos- a su autor. Algunas, incluso, llevan por sello de identidad un material específico, un carácter indecente en el resultado o la elección de un enclave en concreto. Todas han sembrado curiosidad, han provocado rechazo o se han visto envueltas en un halo de misterio. Se han convertido en enigmas que han salido a subasta en la calle a la espera de las averiguaciones del mejor postor.
Hubo un tiempo en que las travesías leonesas cobraron vida a través de diseños que parecían querer hablar por ellas. Darles una forma única con blancos y negros que le robaban la silueta a Jimi Hendrix, el Che Guevara o Camarón. O que le ponían figura al concepto de Kubrick con un sombrero de bombín y un exuberante ojo en un guiño directo a su ‘naranja mecánica’. Todo por gracia y obra de un joven Dr. Hofmann.
Quizá quien llegue a estas líneas, interrumpa ahora su lectura. «¿Doctor Hofmann?», pensará mientras mira a cualquier lado, como si fuera a aparecer la respuesta flotando por el aire y guiada por el viento: «¿Por qué me suena ese nombre?». Pues bien; puede que por lo extendido del mismo al tratarse del apellido del descubridor del LSD, aunque lo cierto es que, siendo como son -como somos- los de León, siempre tan de esta tierra, lo más seguro es que eso que palpita en algún cerebro -a modo de recuerdo ablandado y macerado por el líquido del tiempo- tenga más que ver con un Dr. Hofmann de por aquí. Uno que salía por las calles llenando muros con los diseños que surgían de la creatividad de sus plantillas. ¡Click! Recuerdo desbloqueado.
Aquel era el Dr. Hofmann de León. Nacido a principios de los setenta y tan perseverante en aquello de guardar el anonimato que aún hoy su identidad no ha llegado a oídos de muchos. Eso no quita que durante principios de siglo se convirtiera en uno de los referentes del arte urbano en España. Y habrá quien diga que del mundo entero, pues sus diseños han volado de un lado a otro, han cruzado el charco y han llegado de regreso, dejando vestigios en todo el orbe por cortesía del leonés, del que ya en León apenas queda nada. De su obra; que de su vida poco se sabe.
Y que se llame -que se haga llamar o que deje que le llamen- Hofmann, con la coletilla aún más sugerente de ‘doctor’, no es casualidad. Su afición por la psicodelia no puede cuadrar mejor con el alter ego escogido. Un pequeño tributo a la química detonante del -quizá- método psicodélico por excelencia. Eso y sus intrigantes «who the fuck is... Dr. Hofmann?» -en inglés, porque el tipo bien sabía que la suya era una ambición sin fronteras- crearon, como quiso y vaticinó, una especie de paranoia colectiva. Un acertijo para descubrir el rostro de este artista callejero.
De ello habla en una entrevista recién estrenado el siglo. Una de las pocas que ha concedido, puede que temeroso de que se le acabe el chollo ese de «sobrevivir para viajar». Y es que el Dr. Hoffman de León, apasionado del arte psicodélico de Rick Griffin, Alton Kelley y Stanley Mouse, antes que los metafóricos viajes consecuencia del descubrimiento de su tocayo, siempre prefirió viajar en un sentido más literal. Aunque no es baladí que, si hace años de él se conocía poco, ahora, pasado ya el tiempo y con otros objetivos ante la mira del interesado transeúnte, menos aún.
Aunque Dr. Hofmann dejaba claro el resultado de su propia cosecha, hubo otros -más cercanos en época- que no quisieron mostrar su nombre en las piezas que cedieron a la calle. Piezas que, de forma similar al -ya veterano- Hofmann, sembraron la duda y el caos en la capital provincial.
Así sembró la duda el apodado Bernegksy con un curioso juego de palabras para referenciar al artista -o grupo de artistas- británico. Este Banksy del Bernesga se acostumbró a plantar sus láminas de considerables dimensiones a lo largo del Casco Histórico leonés. Sin pudor, en las noches deambulaba por la zona vieja de la ciudad, acompañado de algún que otro compañero cómplice que le ayudaba a colocar estratégicamente sus obras en escaparates comerciales como el de la calle de La Rúa. O aquellas meninas coquetas, en pleno proceso de cuidado facial, vestidas con mondas de pepino sobre los ojos a modo de antifaz y con alto porcentaje de crema sobre su tez blanquecina. Se las vio mucho cerca de la plaza de San Martín, en la calle Carnicerías.
Sus obras recordaban sobremanera a los retratos de abandono y soledad del fotógrafo Lee Jefries, aunque con algún que otro chascarrillo en formato gráfico. Como aquella imagen de una mujer cincuentera que bebía del caliz de Doña Urraca sobre unas letras que exigían: «Beba calizmotxo».
Así lo harían quienes la pudieron ver a altas horas de la noche, ya con la disposición de volver a casa después de entregar el alma y las caderas a la diversión nocturna, cambiando el rumbo para, contra todo pronóstico, tomar la espuela. La última copa antes de regresar definitivamente a lo acogedor del hogar.
Tampoco duró mucho aquello y, de los escaparates que antaño sujetaron las obras de ese tal Bernegksy, poco queda ya. Y eso que no se remontan a mucho tiempo atrás; las últimas noticias del artista son de hace apenas tres años.
Aquel fue también el año de otro misterioso artista. Este fue suficientemente más polémico y reaccionario como para salir en medios de tirada nacional. Le llamaron el ‘Banksy de León’, aunque poco tienen que ver. Sólo hay que fijarse en su rama artística; normalmente, escultura.
La escayola de este misterioso creador fue tomando forma en distintas zonas de la provincia. Se conoció al hombre tendido en el suelo y enzarzado en alambre, rodeado de billetes improvisados, «atrapado por el dinero». En septiembre de 2020, apareció tirado delante del Musac en un alegato firme contra la industria del arte, tantas veces elitista y exclusiva.
No fue la única. Durante el mismo mes apareció de forma cuasi milagrosa una pieza de figura cuasi humana cerca de la antigua explanada de la Junta. Quizá el escenario fuese mera coincidencia, pero atendiendo a la trayectoria de este anónimo artista, lo más probable -y corriendo el riesgo de conjetura- es que no. De esta obra corre un vídeo por los senderos digitalizados del gigantesco internet con dos mujeres machuchas de protagonistas. La sorpresa en las miradas escandalizadas de las señorinas aterrizó en la realidad con las palabras de una de ellas: «No me gusta, parece uno sentado en el váter». Y así es ‘El cagador de León’. Así fue, más bien, porque la historia en escayola duró, como cai todas las suyas, muy poco.
Una vulva gigante en mitad del campus universitario de Vegazana, un pene de mismas dimensiones en medio de la rotonda del Hospital de León, dos ratas apareándose junto al Parque Tecnológico y, más recientemente, una rata gigante en la plaza Dos de Mayo de Madrid también han sido atribuidos a este artista. El origen de estas, sin embargo, no es muy claro. Pero no sería descabellado añadir dichas atribuciones a lo atrevido del particular portafolio de este reivindicativo artista.
Y si algo sembró el autor de ‘el cagador de León’, más que duda -que también- fue caos. Tanto sembró que llegó a aparecer su nombre en algún que otro recoveco digital y nadie pareció darse cuenta. Prefirieron escandalizarse, subir las manos a la cabeza y exigir la retirada inminente de las obras de uno de estos Banksy de León. Mientras él, seguro que riendo a mandíbula batiente desde su casa o desde cualquier otro sitio, aprovechaba el caos para planear su próximo movimiento. Su nuevo grito de protesta con fuerte grado de ironía.
O quizá no, porque su anonimato, como el de Dr. Hofmann y el de Bernegksy, no deja conocer más datos de los que ellos mismos quieren ofrecer.