‘Megalópolis’
Director: Francis Ford Coppola
Intérpretes: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Shia LaBeouf
Género: Ciencia Ficción/Drama
Duración: 138 minutos
'Megalópolis' es el último, y seguramente definitivo, trabajo de Francis Ford Coppola, en el que el legendario director ha dilapidado su millonaria fortuna para narrar una historia ambiciosa y confusa a partes iguales. Un viaje al interior de la mente de un visionario que se cobra la paciencia de la audiencia con un batiburrillo de personajes intermitentes, secuencias surrealistas, diálogos shakesperianos e ideas infructuosas, que conforma uno de los fracasos más estrepitosos del cine contemporáneo; aunque el tiempo dirá si este acaba siendo el primer paso haca el cine del mañana.
‘Megalópolis’ nos sitúa en un Nueva York distópico, o utópico en función de por donde se mire, que ahora se llama ‘Nueva Roma’, donde se agrupan todos los pecados que llevaron a la ruina a la antigua. Entre el descontento social se alza la figura de César Catalina, uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo y un genio visionario que quiere reconstruir la ciudad usando el ‘megalón’, un nuevo material inteligente de su propia creación. Frente a este se halla el alcalde Franklyn Cicero, comprometido con una política tradicional y práctica opuesta al idealismo de Catalina. Y entre los dos se encuentra Julia Cicero, amante del idealista e hija del político, que agravará la pugna de estos dos hombres por el control de Nueva Roma, mientras otros poderes más mundanos se tratan de hacer con él desde las sombras.
Con esa sinopsis y los nombres tanto delante como detrás de cámaras todo parecía apuntar que ‘Megalópolis’ sería un éxito abrumador, una nueva obra maestra que colocar junto a los clásicos en la vitrina de Coppola. No obstante, ya desde la primeras impresiones en festivales en los últimos meses se venía hablando de un fracaso sin precedentes, un despropósito absoluto sin pies ni cabeza que dejaba a muchos decepcionados y a unos pocos enamorados, pero a nadie indiferente. En otras circunstancias, recomendaría a cualquiera que entre libre de prejuicios a la sala de cine, pero no creo que nadie haya visto una película como esta jamás, mucho menos a esta escala y con unos créditos tan notorios, y debo reconocer que no es para todo el mundo. ‘Megalópolis’ es la típica obra que a tu conocido más esnob e irritante le encanta, o mejor dicho que le encanta decirlo, cuando no habrá entendido ni el título y se ha quedado dormido dos veces viéndola. Con esto no quiero desalentar a nadie a la hora de verla, es más, animo a todos aquellos que puedan disponer de dos horas y media de su vida para exponerse a algo que difícilmente volverán a ver en el cine, ya no solo porque no les apetezca someterse nuevamente a semejante experiencia, sino porque de no dirigirla quien la dirige sería casi imposible que esta demencia llegase a las salas.
Todo el mundo conoce la filmografía de Francis Ford Coppola, autor de varias de las, por muchos consideradas, mejores películas de la historia. Desde ‘El Padrino’, pasando por su secuela y por la épica ‘Apocalypse Now’, Coppola lleva más de medio siglo haciendo cine. Pero lo que muchos olvidan es que no toda su extensa obra está compuesta por cintas icónicas, y hay más de una manzana podrida en su reluciente cesto. Aunque nunca un fracaso suyo había sido tan sonado como ha sido el de ‘Megalópolis’, uno de sus proyectos más personales, en el que llevaba más de cuarenta años trabajando y para cuya financiación prácticamente se ha arruinado, como ya hizo en su día subvencionando su film sobre la guerra de Vietnam. Todo esto en aras de ofrecer en la gran pantalla su visión sin adulterar de la sociedad a la nos dirigimos, si acaso no vivimos en ella aun, al borde del colapso, como el propio arte del cine. ‘Megalópolis’ narra así la misma historia a dos niveles, la de un artista adelantado a su tiempo que ve en el progreso, por estrambótico que sea, la única huida hacia delante frente a la inminente ruina de su mundo, aunque la humanidad lo sufra, aunque la audiencia lo desprecie, aunque digan que está acabado, aunque le traten de megalómano, el único capaz de hacer realidad su propios delirios de grandeza gracias a sus exclusivos y numerosos recursos, o aunque le cueste la reputación, puede que hasta vida. Puede que ahora ‘Megalópolis’ sea la crónica de un descalabro, pero más tarde o más temprano, son estas ideas bizarras las que hacen que el mundo se mueva.
Sin embargo, la misma ambición de ‘Megalópolis’ por plasmar esas ideas es la que quiebra la cinta por su propio peso. Coppola tiene tanta tela que cortar que pronto descuida la talla de su confección y acaba tejiendo la carpa del desastroso circo que es su película, un ‘totum revolutum’ donde es imposible no perderse entre la excesiva cantidad de personajes, las repentinas variaciones tonales y, especialmente, entre la incoherencia de la trama. Los personajes aparecen y desaparecen sin ton ni son, como si les hubieran borrado del corte final, presentándonos a más de una docena de personajes con nombre y apellidos para que la historia solo acabe usando a la mitad, mientras la otra mitad se pierde en relatos secundarios inconexos y anticlimáticos, como si cada uno protagonizara un filme diferente. Por momentos la película tiene un aire teatral, con largas escenas donde los personajes esgrimen en sus ininteligibles intervenciones argumentos filosóficos dignos del Shakespeare más críptico, y por otros un anuncio de colonia cara, donde los colores y los reflejos te deslumbran y aturden, buscando un expresionismo digital que llega a parecer deliberadamente cutre, como si fuera perfectamente consciente de la vacuidad de este despliegue fastuoso. Uno nunca llega a saber del todo a donde quiere llegar la historia, fundiendo escenas oníricas con físicas en un mundo ya de por sí fabulístico, desterrando todo sentido del ritmo en la narración, enrevesando los diálogos hasta volverlos ponencias académicas y con tantas lecturas posibles que uno sale del cine tan abrumado como aburrido.
‘Megalópolis’ es el último brindis al sol de un autor que ya no tiene nada que demostrar y que por su propia voluntad se arroja al vacío para ofrecer algo nunca antes visto a costa de sí mismo. Por inaccesible que sea la película es imposible no apreciar la valentía y cariño de Coppola por el séptimo arte, al que ha entregado su vida hasta el último momento. Los artistas nunca pierden el control del tiempo, porque son capaces de jugar con el mismo, armonizando su transcurso con una canción o capturando un instante con una fotografía. Un don de unos pocos pero que realmente está al alcance de todos, ya que este dominio temporal innato no viene del arte como tal, sino del amor que este expresa, como el que uno puede sentir por otra persona o el que Francis Ford Coppola profesa al cine, y mediante el que ha conseguido que su vida y obra sean eternas.