De los libros llovidos

Bruno Marcos escribe sobre los libros viejos con ocasión de la XXX edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de León, que estará abierta hasta el próximo domingo

03/11/2023
 Actualizado a 03/11/2023
Feria del libro viejo. | MARIO PAZ GONZÁLEZ
Feria del libro viejo. | MARIO PAZ GONZÁLEZ

Ha sido la lluvia la gran protagonista de la feria de libros viejos este año, la lluvia, la gran disuasora, la que hace que digamos de los días que son feos. Nada más lejos de la verdad. Ese juicio estético está cargado de prejuicios poco científicos pues tan beneficiosa es la lluvia como el sol y pocas imágenes tan instantáneamente bellas como las que la lluvia genera cambiándolo todo de luz, de brillo y de textura; por no hablar de los reflejos de nubes y de cielos en los charcos o el aire vuelto materia en hilos de agua.

Incluso el bueno de Antonio Machado, en aquel magistral poema, dejaba espesarse el tiempo en un reloj que no avanzaba en aquella estampa de escolares aburridos que oían tronar al maestro mientras cantaban la tabla de multiplicar con la «monotonía de lluvia tras los cristales». Sin embargo, nuestro Gamoneda bien señala en sus memorias cómo aún niño, cuando tenía que encender la calefacción del banco en el que trabajaba de meritorio a las cinco de la mañana, tuvo lo que acaso sería su primera experiencia estética un amanecer en el que el asfalto mojado hacía espejear una ciudad doble e invertida en el suelo.

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Panorámica de algunas casetas de la XXX Feria del Libro Antiguo y de Ocasión ubicadas en Ruiz de Salazar y Pilotos Regueral. | MARIO PAZ GONZÁLEZ

Algunas veces he pensado en escribir un cuento o una novela, si tuviera el aliento necesario, en la que siempre estuviera lloviendo y, en otras ocasiones, fantaseo con viajar a un lugar de Inglaterra o de Irlanda para pasar varios días con el solo placer de ver llover.

Al menos las casetas de este año han sido nuevas, sin grietas ni goteras, no como aquellas otras antiguas de madera en una de las cuales un buen librero hubo de cobijarme en una ocasión desplegando, en décimas de segundo, un gran plástico transparente que nos envolvió juntos a dos humanos y a varios miles de libros.

En esta edición, con la que llevan ya treinta años reuniéndose en otoño los librovejeros en León, con lluvia y todo pude exhumar algunas buenas piezas: las umbralianas tabernas leonesas en edición facsímil agotada de este mismo periódico; y de idéntico autor: el cadáver exquisito de su amigo, retrato estilizado del último gran monstruo literario: don Camilo José Cela, como se le llama en esas páginas «Camilón». 

Este año los sesenta mil libros usados, de lance, descatalogados, de segunda mano, de ocasión, o simplemente viejos, han estado en sus nueve librerías bien cobijados mirando la lluvia caer como cachorros huérfanos que han perdido a su dueño y esperan ser adoptados, llovidos ellos mismos desde la historia de la literatura, como charcos que reflejan otro tiempo.
 

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