'La Llave', novela por entregas 11/22

Por Cristina Flantains

15/08/2024
 Actualizado a 15/08/2024
| ESPERANZA CARRETERO MARUGÁN Y MARIFÉ GIL VICENTE
| ESPERANZA CARRETERO MARUGÁN Y MARIFÉ GIL VICENTE

En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, su propia llave. ¿Quién ha podido hacer eso? Pilar está preocupada y muy desconcertada
 El sábado por la noche, Pilar le había dado una llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación. 
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa. También entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve. Y es allí, en casa de Domi, donde pierde la llave que, posteriormente, Javier encontrará empezando a atar cabos…
El Domingo por la tarde Daniel y Martin se encuentran, Martin le quita la llave a Daniel en un arrebato de celos y comienza a urdir un plan para vengarse de Pilar.

 

La Ilustración de este texto es de Esperanza Carretero Marugán y Marifé Gil Vicente.


Entró en la barbería dejando la puerta abierta tras de sí. Olía a tabaco, a humedad, a caspa y sebo capilar, a jabón. El suelo estaba manchado con rebujos de pelo y ceniza. Sobre una estrecha balda en desorden se apilaban peines, tijeras, lociones. Se puso la sobada bata blanca y con la escoba, con desgana, empujó la suciedad del suelo hacía un rincón. 

- Ridícula, absurda, bruta, despiadada, egoísta, gocha, yo te daré a ti.

Laboreaba de aquí para allá mientras Pilar ocupaba sus pensamientos murmurando pestes contra ella. 

- Buenos días.

Desde la puerta una figura encorvada y frágil se quedó mirándole.

- ¿Está abierto ya?

- Eso parece.

- Es que como tienes las luces apagadas.

- ¿Y qué tienen que ver las luces con las puertas?

- Bueno, ¿me cortas el pelo?

Don Manolo, un superviviente nonagenario de la época de su padre, arrastrando los pies, llegó al sillón frente al espejo y se sentó.

- Y la cabeza si quiere.

- Se te ve de un humor excelente hoy.

Un golpe en la puerta le hizo volverse precipitadamente, casi emocionado, tropezándose con la escoba que se estrelló contra el suelo y, desilusionado, cuando vio al cartero echar unas cuantas facturas encima de la mesa, que hacía las veces de sala de espera.

Aún nervioso, recogió la escoba y se acercó hasta la puerta. Sacando la cabeza, miró hacia un lado y hacia otro y de reojo a las facturas al volver a entrar. Don Manolo no se perdía ni un movimiento.

- ¿Esperas a alguien?

Martín, ya detrás de él, no contestó. Le veía desde arriba y en el espejo mientras le colocaba un protector de plástico sobre los hombros. Sus miradas coincidieron un instante en el espejo. La expresión de Martín era grave, la de don Manolo, divertida. Se acercó a la vitrina y buscó la maquinilla eléctrica, desmonto los cabezales y repasándola con un cepillo intentó limpiarla soplando. La enchufó, comprobó cómo zigzagueaban las cuchillas y la volvió a desenchufar.

- Que no se te vaya la maquinilla en las patillas Martín, que la última vez me dejaste la cara como la de Mariquita Pérez.

| MARIFÉ GIL VICENTE
| MARIFÉ GIL VICENTE

Martín soltó la maquinilla con impaciencia encima del carrito que estaba al lado de don Manolo. Caminó hacia la puerta, miró fuera y luego volvió a ponerse detrás. Le vio reflejado en el espejo una vez más. No había ninguna diferencia entre la imagen de don Manolo y el propio don Manolo. La única es que a aquel solo se le podía romper y a este, incluso matar.

- Igual prefiere que le corte con tijera esta melena de sirenita que tiene.

- Céntrate que te veo muy airoso hoy.

- Pss

- ¿Qué te pasa chavalote? ¿Mal de amores?

- Ande don Manolo, métase en sus asuntos.

- Hace muchos años que te conozco y aunque no me digas nada, sabe más el viejo por viejo, que por viejo

- No diga bobadas, hombre. Si no se acuerda del dicho se lo calla y santas pascuas, que nadie le ha preguntado

- A ti no te aguantará ninguna mujer, Martín, desengáñate, hombre. ¿Quieres que te dé un consejo?

- No

- Pues que el dolor de una espina, con otra espina se pasa… Échate otra novia que te dure otro par de semanas… y así vas tirando.

Volvió a soltar la maquinilla y volvió a caminar hasta la puerta, miró fuera. Estaba decidido. Nada más que acabara con don Manolo echaría la trapa. 

Buscó la cazadora, bajo la atenta mirada de don Manolo, y metió la mano en el bolsillo comprobando que su llave, al que le había quitado a Daniel la tarde anterior, aún seguía allí. Mientras, se imaginaba a Daniel tomando café solo en otro bar ¿Quién le iba a decir que por una calle paralela apuraba el paso en dirección a la ferretería? ¿Quién le iba a decir que no quería ni verle esa mañana? Que traducía en deslealtad su actitud. Era así de simple, o incluso peor. 

Daniel seguía dándole vueltas a todo lo que había pasado el día anterior. Su corazón se hervía a fuego lento en reproches y rabia hacia su amigo; muchos reproches, muchos, muchos, montones, que se iban acumulando como las montañas gigantescas de basura que circundan a las grandes ciudades. 

Apuraba el camino que le llevaba a la ferretería reprendiéndose por haberle consentido tanto a Martín, y en tantas ocasiones, unas veces por lástima, otras por desidia, o porque era su amigo: «¿mi amigo?» Se preguntó. «Qué clase de amigo hace eso. Y menos mal que Pilar no abrió la puerta porque vete a saber qué le había contado». Apretó los dientes con rabia. «Y echarle la llave por debajo de la puerta» le parecía un gesto maquiavélico. Decididamente, no quería volver a verlo ¡nunca más!

Se centró en el asunto de la llave. Se trataba de hacer una copia y devolver la otra a la casa de Pilar sin que ella se enterara; una copia para él, que sustituyera la que le había quitado Martín para que, en el caso de que esto se le fuera de las manos, poder negarlo todo: su coartada sería que él tenía su llave, aunque no fuera la que Pilar le había dado.

A ratos tenía la vaga sensación de que algo se le escapaba. Su intuición le dirigía hacia algún sitio que no era capaz de discernir, pero cuando recaía en la astuta personalidad de su amigo todo cobraba sentido, bueno, más que todo: cualquier cosa. 

El plan tenía una dificultad: volver a entrar en casa de Pilar. Solían encontrarse fuera, todavía no había adquirido la costumbre de invadir sus espacios y ese «todavía» quedaba ahí, en suspenso y, quizá con los días contados, una vez que Pilar le había dado la llave. Tenía que encontrar una excusa. Le generaba mala conciencia, pues para Pilar era importante haberle dado la llave e inaudito haberla perdido horas después, así que era imprescindible acceder a su casa.

Llenado el pecho de aire, hizo su paso resuelto. «Lo solucionaré, vaya que sí, lo arreglaré». Estaba seguro. Entró en la ferretería e hizo una copia de la llave. La primera fase de su plan había concluido. La segunda consistía en entrar en la casa de Pilar. La llamaría para decirle que por la tarde se pasaría con la excusa de comprobar cómo se encontraba o ¡mejor aún! iría a recogerla al trabajo y la acompañaría hasta su casa para que no estuviera sola.

Como no contestaba en el móvil, llamó al teléfono del trabajo.

- Solo quería saber qué tal estas - le dijo-. Te voy a buscar y te acompaño a casa.

Pero Pilar había tenido un descanso regular aquella noche, la pastilla había cumplido su función parcialmente, así que le dijo que prefería irse para casa y resolver su estado de ánimo sola. Además, manifestó su malestar por haber recibido la llamada en el trabajo, sin ser una razón de fuerza mayor. Daniel no insistió. 

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