'La Llave', novela por entregas 13/22

Por Cristina Flantains

19/08/2024
 Actualizado a 19/08/2024
| MARIFÉ GIL VICENTE
| MARIFÉ GIL VICENTE

En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, su propia llave. ¿Quién ha podido hacer eso? Pilar está preocupada y muy desconcertada
 El sábado por la noche, Pilar le había dado una llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación. 
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa. También entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve. Y es allí, en casa de Domi, donde pierde la llave que, posteriormente, Javier encontrará empezando a atar cabos…
El domingo por la tarde Daniel y Martin se encuentran, Martin le quita la llave a Daniel en un arrebato de celos y comienza a urdir un plan para vengarse de Pilar. Entre tanto Daniel ha puesto en practica un plan para eludir su responsabilidad en el caso de que Pilar descubra que Martin le ha quitado la llave.

La Ilustración de este texto es de Marifé Gil Vicente.
 

Hundió la cabeza en la almohada y aspiró profundamente. Olía a Pilar y el recuerdo de su cuerpo desnudo era un regalo. Se olvidó, momentáneamente de la llave, repasando detalles sinuosos, algún recoveco húmedo, algún momento trascendental. Se estaba excitando. 

Se volvió sobre su costado y abrió los ojos, la llave se veía y no se veía y, de pronto, se sentó en la cama movido por un impulso que casi le hace salir corriendo. El corazón se le puso a mil y todo su cuerpo rompió en sudor. El teléfono estaba sonando. De puntillas, salió de la habitación. «No pasa nada, tío, solo suena el teléfono» pensaba, intentado tranquilizase. 

Volvió a pisar el baldosín suelto del pasillo y saltó como si hubiera puesto el pie en un agujero que llevara directamente al infierno.

- Estoy solo, solo- se repetía una y otra vez. 

No reconocía el número, pero eso era lo de menos. Se quedó mirando la pantalla hasta que el aparato dejó de sonar. Había vuelto a la realidad y cuanto antes se fuera de la casa, mejor. 

Volvió al dormitorio con cuidado para evitar el maldito baldosín suelto del pasillo y arregló la cama. Se paraba y contemplaba la llave como si fuera su gran obra, la gran obra de su vida. Buscaba debajo de la cama la alfombrilla de noche que había empujado hasta allí al salir precipitadamente al oír el teléfono. 

Estaba a cuatro patas en el suelo. Estiró un brazo para alcanzar su objetivo y, cuando estaba colocando la alfombrilla, oyó, en el hueco silencioso del pasillo, el ruido de una llave que se hundía en la cerradura.

La penumbra se alteró con las sombras que sobre los limpísimos reflejaba la luz del descansillo. Oyó cómo se cerraba la puerta y luego el silencio. Se tumbó en el suelo y se metió debajo de la cama.

- Maldita sea, maldita sea.

Su corazón se había desbocado y sentía que estaba a punto de un ataque de nervios.

Pensando que pudiera ser Pilar, cambió de idea y decidió que lo mejor era salir de su escondite, pero oyó el ruido del baldosín suelto y el revoltijo violento que le sucede a quien se sorprende. Quien haya entrado ya está demasiado cerca y la puerta del dormitorio se abrió de par en par. Desde debajo de la cama vio unos zapatos que reconoció al momento, masculinos de, aproximadamente un 43. Están sucísimos y llenos de pelos pegados al piso de goma. «¿Martín? ¿Pero, entonces, no había sido él quien había echado la llave por debajo de la puerta?»

Martín entró relajado, creyendo estar solo, solo echando de menos a Daniel que no había acudido al café matutino en la Cafetería Los Alamos porque era un cabrón, porque había dejado que su sitio lo ocupara esa tiparraca indecente. 

- Mira tú por dónde, la primera chapucilla que tendrá que hacer Daniel en esta puta casa será arreglar este puto baldosín, eso en el caso de que Pilar no se arrepienta y decida pedirle que le devuelva la llave.

Martín habla en voz alta. Daniel le oía desde debajo de la cama y, por un momento, pensó que no estaba solo, pero nadie le contestaba; hablaba consigo mismo y se reía con esa risa gutural que Daniel odiaba.

- ¿Qué le devuelva la llave? ¡Tendrá que cambiar la cerradura! ¡Porque no se la va a poder devolver!

Martín caminaba mientras sacaba del bolsillo de la chaqueta unos guantes de fregar que acababa de comprar. Se los puso sintiéndose satisfecho de ser tan previsor. Nunca podrán culparle del destrozo que tiene planeado hacer porque nunca encontraran sus huellas. 

Solo quiere desestabilizar, molestar, asustar a Pilar y hacerle arrepentirse de ir por ahí dando la llave de su casa a cualquiera. 

- Qué pena, con lo ordenadito que está todo. Sabía que era una maniática a la que solo le falta el hombrecito para su casita de muñecas: papá, mamá, el hijito. Pero qué asco me dan estas tiparracas. -Canturreaba entre dientes- Vamos a ver que hay en estos cajoncitos, ¡vaya bragas! Seguro que se las compra en el mercadillo. Aquí no meto yo ni un huevo. A ver, a ver, por dónde andan los sujetadores ¡joder! A simple vista no parece que tenga tantas tetas. Seguro que es de las que usa relleno.

Iba sacando la ropa del cajón y las prendas caían en el suelo. Se puso un sujetador encima de la camisa, abrió las puertas del armario, se miró en el espejo y, al verse, explotó en violentas carcajadas.

- ¡Anda! Un abrigo de pelos ¿será visón? ¿Será ratón? - había empezado a levantar la voz y no paraba de reír -¡será conejo! ¡El conejo de la Pili!

Se puso el abrigo sobre los hombros y volvió a mirarse en el espejo. Las carcajadas tenían que oírse en todo el edificio, eran brutales. Dejó caer al suelo el abrigo y miró la cama. Se dirigió a la puerta, dio dos pasos fuera y, tomando carrera, se tiró encima como quien se tira a una piscina gritando a pleno pulmón: ¡bomba! 

- Pues sí que es sólida esta cama.

 Decía, pataleando y dando empujones con el culo. Tengo sed. Volvió a colocarse el abrigo por encima de los hombros.

- Vamos a ver que hay en la nevera. 

Daniel, debajo de la cama, tenía la cara tapada con las manos intentado recuperarse del salto de Martín. Cuando se había tirado en bomba, una lámina de madera del somier se había partido y le había golpeado en la espalda. Casi no podía respirar del dolor, jadeaba ruidosamente, pero por nada del mundo quería que Martín le descubriera.

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