'La Llave', novela por entregas 15/22

Por Cristina Flantains

21/08/2024
 Actualizado a 21/08/2024
| MARIFÉ GIL VICENTE
| MARIFÉ GIL VICENTE

En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, su propia llave. ¿Quién ha podido hacer eso? Pilar está preocupada y muy desconcertada
 El sábado por la noche, Pilar le había dado una llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación. 
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa.  También entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve. Y es allí, en casa de Domi, donde pierde la llave que, posteriormente, Javier encontrará empezando a atar cabos…
El domingo por la tarde Daniel y Martin se encuentran, Martin le quita la llave a Daniel en un arrebato de celos y comienza a urdir un plan para vengarse de Pilar. Entre tanto Daniel ha puesto en práctica un plan para eludir su responsabilidad en el caso de que Pilar descubra que Martin le ha quitado la llave. Ambos planes los lleva a los dos al mismo sitio, a la casa de Pilar cuando ella no está.
Y ahora mi querido lector, volvemos con Domi y Javier. Recordará el lector que Javier había ido a buscar a Domi a su casa en la que minutos antes Luis había perdido las llaves de Daniel. Era Domingo por la tarde, pongamos que sobre la seis o las siete. Recordará también que Javier la había encontrado mientras espera a Domi en la salita de estar.

La Ilustración de este texto es de Marifé Gil Vicente.

Las luces del coche y el motor se apagaron al unísono. Se volvió y atrayéndola hacia sí por la nuca, la beso hasta que le hizo daño. No movió un dedo. Se dejó babosear y lamer con la respiración entrecortada y los ojos muy abiertos. Tenía miedo y el corazón a mil. La llave de Andrés, que minutos antes había colgado del espejo retrovisor, dibujó una silueta oscura, más oscura aún que la noche oscura. Solo estaba segura de una cosa: pasara lo que pasara, no se lo pondría fácil. 

Como por arte de magia desaparecieron todas las dudas. Todas sus preguntas quedaron resueltas. Decidió que Javier lo sabía todo: que Andrés se había ido y que eran amantes, pero que ella lo reconociese, eso ya era otra cosa. Le dejaría vagabundear por sus dudas negándolo todo hasta que le perdiera de vista. Chica lista, Domi. 

Javier le metió la lengua hasta que le provocó una arcada, agarrándola por el pelo y apretando tanto que rechinaron sus dientes. Un ligero sabor a sangre se extendió por su boca y, por un momento, creyó que todo él se le iba a meter dentro. Hasta que tirándola del pelo la separó. No le vio mirarla, pero adivinaba sus ojos como dos brasas en la oscuridad. Si alguna vez hubo una luz intensa y negra, más negra que la boca de un lobo, más intensa que el fulgor de una estrella, fue aquella noche y estaba en los ojos de aquel hombre.

- Vamos.

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Lo dijo limpiándose los labios con la palma de la mano y cogiendo el llavero que colgaba del espejo retrovisor. Abrió la puerta y bajó dando un resoplido. Domi hizo lo mismo. El frío era intenso, traspasaba los sentidos. Costaba trabajo hasta respirar en aquel silencio sepulcral. Las estrellas brillaban rabiosamente y la oscuridad insondable hacía de la lejanía un regalo impensable. Javier se acercó a ella y le ofreció su brazo con absurda naturalidad.

- Ven, hay un sitio aquí de lo más especial. Te gustará, estoy seguro.

Había cambiado de actitud y el tono era tranquilizador. Siguiendo el juego, le tomó del brazo y caminaron en la oscuridad como dos borrachos. En la boca todavía el sabor a sangre, ateridos de frío y de saña.

- ¿Un sitio aquí? - Sonó cobarde, como la última reverberación de un eco.

- Sí, parece imposible ¿verdad? - contestó riendo.

- No me fío ni un pelo de ti, no sé a qué estás jugando. Me quiero ir, me das miedo.

- ¿Miedo tú? Pero si eres una bruja y las brujas no tienen miedo.

- Yo sí, no doy ni un paso más.

- Mira, el garito está ahí, debajo de esa farola - Lo dijo en tono conciliador 

- Vale, pero dame las llaves del coche, que te las guardo yo.

- Ni hablar, que me las puedes perder y este no es sitio para quedarse tirado.

- Por eso mismo.

Domi le miró. Habían alcanzado el halo de luz que despedía una farola. Estaba despeinado y aún le sangraba el labio. Él la miraba, no dejaba de mirarla. Le dio asco tenerla tan cerca, pero quería saber algunas cosas antes de borrarla de su vida para siempre.

- Si quieres que vaya contigo, me das las llaves.

Javier obedeció dócilmente. La complació. No quería más que entrar. 

- Qué absurda eres algunas veces, mi amor. Dame otro beso - dijo mientras dejaba que se las quitara de la mano extendida.

- Te lo doy dentro, vamos.

- Si nos besamos dentro nos van a echar. Dame otro beso - insistió.

La tomó por la cintura y movió sus caderas muy pegado a ella. Le hablaba directamente en la boca, tan bajito que no se oía. Sabía que no le hablaba de amor, ni de perdón, ni de deseo, pero no paraba de cincelar el aire a menos de un milímetro de su boca. Era como el rezo de una beata, insondable.

- Te encuentro tensa mi amor, ¿pasa algo?

Había separado su cara y la miraba. Su voz ronca se perdía en el frío nocturno. Domi no forcejea para escapar de sus brazos. Más que morir, mataría antes ella, así que, en contra de todo pronóstico, se lanzó sobre sus labios y le besó, tanto y tan bien que el frío perdió su rigor. Dejó que sus labios reptaran por su cuello como dos babosas, acompañados de una lengua infame que jamás iba a decirle lo que no quería oír. Tenía las llaves del coche, así que ya estaba dispuesta a ir a donde él quisiera, pues había ganado posiciones, o eso pensaba ella. 

En la distancia, se oían voces y música muy alta. No le había dado tiempo a discernir de dónde venía el ruido cuando él la cogió de la mano y la obligó a avanzar. Se oyeron portazos y un motor que arrancaba, luces de coche y el coche yéndose. Todo previsible.

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Entraron de la mano en el garito cuya decoración evocaba, mediocremente, a algún sitio del mundo árabe. Arcos apuntados alrededor del local, formaban estancias diferenciadas y en el centro había un poyo de ladrillo, que hacía de mesa, con asientos con cojines. Olía a humedad, a porro, a gente. Cortinas zafias y blancas cubrían las paredes, aunque no todas, y ni una ventana. ACDC sonaba estrepitosamente y detrás de la barra, que ocupa la arcada más grande, bajo un letrero en el que se leía El Califa, conformado por bombillas, una pareja, ya entrada en años, atendía a la clientela.

Se acercaron a la barra, pidieron dos cervezas y se sentaron en uno de los cubículos.

- ¿Te gusta este sitio?

- Pues no sé qué decirte. De momento, beber la cerveza a morro no me gusta demasiado.

- Es mejor así, cielo. A esa tía que está detrás de la barra lo que no le gusta mucho es el estropajo y, además, a saber dónde lo ha tenido metido.

Se lo dijo riéndose y Domi le miró con una mueca de asco mientras pegaba un trago a la cerveza. Tenía las llaves del coche en la mano, estaba cansada. Se le notaba en la expresión abatida del rostro. Metió las llaves en el bolsillo del pantalón, pegó otro trago a la cerveza y esperó mirando a Javier que, a su vez, la miraba.

- Te estás metiendo en el bolsillo las llaves de mi corazón.

Lo dijo teatralmente, dando un largo trago.

- Tú no tienes corazón cariño.

- No, pero tengo muchas llaves, mira.

Sacó la llave del bolsillo de la chaqueta. Era la del trébol verde de cuatro hojas aprisionado en el cubo de resina. Solo con verlo, el alma de Domi se contrajo en penas y remordimientos. Por una vez, Andrés era su prioridad, pero no podía consentir que el corazón se le volviera a poner a mil porque eso Javier lo notaría. 

Dio un trago a la cerveza. Empezaba a sudar, se sentía febril. Él comenzó a hablar, en una clave que Domi pocas veces le había oído. La miraba de vez en cuando para comprobar que no perdía su atención. Sus ademanes eran parcos y violentos.
 

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