'La Llave', novela por entregas 17/22

Por Cristina Flantains

23/08/2024
 Actualizado a 23/08/2024
| MARIFÉ GIL VICENTE
| MARIFÉ GIL VICENTE

En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, su propia llave. ¿Quién ha podido hacer eso? Pilar está preocupada y muy desconcertada
 El sábado por la noche, Pilar le había dado una llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación. 
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa.  También entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve. Y es allí, en casa de Domi, donde pierde la llave que, posteriormente, Javier encontrará empezando a atar cabos…
El domingo por la tarde Daniel y Martin se encuentran, como todos los domingos, para charlar y jugar una partida, Martin le quita la llave a Daniel en un arrebato de celos y comienza a urdir un plan para vengarse de Pilar. Entre tanto Daniel ha puesto en práctica un plan para eludir su responsabilidad en el caso de que Pilar descubra que Martin le ha quitado la llave. Ambos planes los lleva a los dos al mismo sitio: a la casa de Pilar cuando ella no está.
Y ahora mi querido lector, volvemos con Domi y Javier. Recordará el lector que Javier había ido a buscar a Domi a su casa en la que minutos antes Luis había perdido la llave de Andrés. Era Domingo por la tarde, pongamos que sobre la seis  o las siete. Recordará también que Javier la había encontrado mientras espera en la salita de estar, a que Domi se acabara de arreglar.
Javier está feroz y arrastra a Domi a un garito suburbano en el que mantienen una conversación muy tensa mientras toman cervezas sin parar.

 

La Ilustración de esta entrega es de Marifé Gil Vicente. 

 

Los faros del coche trazaban una línea continua, blanca y sinuosa. La ciudad apareció como un hongo luminiscente tras un cambio de rasante. Al fin estaba llegando a casa.

Abrió el agua fría y vertió la cubitera entera en el lavabo. Metió la mano dolorida, sanguinolenta, amoratada. En el espejo había una mujer con la cara llena de lágrimas, triste, casi desesperada. Solo le consolaba que Andrés no estuviera y que Javier no le pudiera encontrar, aunque le buscara debajo de las piedras. Se alegraba de no saber a dónde había ido y de que nadie lo supiera.  

No podía parar de llorar. Movía la mano dentro del lavabo. Pensaba que Andrés, seguramente, se pondría en contacto con su madre, antes o después, y que, quizás, le diría dónde estaba. Lo mejor era avisarla, decirle lo que estaba pasando. Que supiera que Javier le buscaba y para qué. Pedirle que le ayudase a protegerlo. Se sintió terriblemente culpable y su pecho se agitó incontrolable mientras las lágrimas chocaban con la piedra fría del lavabo multiplicándose por mil. Buscará a Pilar, tiene que encontrarla ella antes que Javier.

Se vendó la mano. Cogió la llave con el trébol verde de cuatro hojas y metiéndosela en el bolsillo del abrigo, salió a la calle. Miraba para todos los lados, entre la gente, entre los coches, volvía a tener miedo. Todos sus sentidos estaban en alerta. 

Apuraba la calle en dirección a la parada de taxi más cercana. Se sentía como un ratón, como una desertora. Tenía envidia de las personas que pasaba a su lado, de las vidas pacíficas e insustanciales, de los que se conforman. Bajó del taxi y buscó con la vista las ventanas de la casa de Pilar. Había luz tenue, una luz insignificante que podía pasar inadvertida entre todas las demás del edificio, pero no para ella. Respirando hondo, empuñó la llave que llevaba dentro del bolsillo del abrigo. 

Se las dará a Pilar. Le servirán de prueba, a través de ellas sabrá que todo lo que le está contando es verdad. Se librará de ellas e intentará olvidar todo atajando consecuencia por consecuencia. El portal no estaba abierto y llamó varias veces al timbre del telefonillo sin resultado. Decidida a no marcharse, esperó y aprovechó la salida de un vecino para acceder y subir por la escalera hasta la puerta del piso. Solo había visto a Pilar un par de veces y no sabía si ella la conocería. Intentaría explicarse lo mejor que pudiera, no esperaba nada y menos aún que la comprendiera. Solo quería ver en ella un aliado incondicional de Andrés, a fin de cuentas, era su madre. 

Deslizó la yema de los dedos por el perfil agresivo de la llave, áspero e hiriente como la realidad que la transitaba. Llamó dos veces. Tenía la sensación de que no había nadie en casa. Esperó. Esto trastocaba sus planes. Le pareció oír un ruido. Volvió a llamar. Llamó al ascensor y mientras esperaba a que llegara, volvió a llamar al timbre. Lo mejor era irse. No contaba con ese contratiempo. 

Estaba otra vez en la acera. Una brisa fría le golpeaba la cara y le revolvía el pelo. Apretó la llave dentro del bolsillo del abrigo, miró a su alrededor. No era probable que Javier la hubiera seguido hasta allí, pero con él nunca se sabía. Se tenía que deshacer de la llave cuanto antes, no podía permitir que cayera otra vez en sus manos. 

Miró hacia las ventanas del edificio volviendo a calcular dónde estaba el 1ºC y adivinó el crepitar de una televisión en una penumbra blanquecina. Quizá no espere el tiempo suficiente para que abriera, pensó. 

Una mujer se paró delante de ella y le preguntó si tenía fuego. No puso evitar asustarse ante la voz, aunque fuera femenina; la sombra de Javier le caía encima como una losa. 

Le entró una prisa irrefrenable por deshacerse de la maldita llave. Consiguió entrar de nuevo. Llamó. Ahora sí que estaba segura de que detrás de la puerta había alguien. Volvió a llamar. Todo le parecía extraño, odia muchos ruidos detrás de la puerta. Igual no quería abrir, era domingo por la tarde, era tarde, un mal momento. Además, suponía que la madre de Andrés estaría disgustada por la partida del hijo ¿Sabrá algo sobre los motivos? Las madres siempre lo saben todo y si no lo saben se lo imaginan. Son las criaturas más hábiles a la hora de descifrar la sin razón. 

Necesitaba encontrar en Pilar a una aliada. Volvió a apretar el timbre, sin respuesta. Como ya tenía la certeza de que había alguien en la casa, seguramente ella. Sacó la llave de la arandela y la metió por debajo de la puerta. Nada más hacerlo tuvo la sensación de que su capacidad pulmonar aumentaba, llenándose de aire fresco.

Cuán excelsa puede ser la ira en una madrugada de noviembre. Sentado en un banco del Campus Universitario, Javier esperó a que amaneciese. Eran las ocho. Hacía mucho frío y se arrepentía de haber dejado el chaquetón en su coche la noche anterior, el coche que se había llevado Domi al hilo de la media noche de aquel garito infame. Tenía los pies helados y las puntas de los dedos de las manos enrojecidas, metidas debajo de las axilas. Las uñas jugueteaban con las costuras de la sisa haciendo el ruidillo que haría la carcoma laboreando en un trozo de madera.

Javier siempre llevaba trajes buenos, cortados a medida. Adoraba rodearse de lujo: coche, restaurantes, apartamento, todo. A su manera disfrutaba de ello y no era postureo, era complacerse de lo que nunca había tenido. Más de una vez, recordaba sus paisajes infantiles, sobre todo a su abuela que, inmersa en una economía de subsistencia, vivía desarrollando estrategias para que la dignidad, en todas sus formas, no dejara de alumbrarles. Aquella mujer que aseguraba que rodearse de cosas bellas ayudaba a vivir y luchaba a brazo partido por ver siempre la mejor cara a todo, le había regalado a Javier la vara con la que medir la realidad, aunque él la perdiera poco  después.

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