'La Llave', novela por entregas 20/22

Por Cristina Flantains

28/08/2024
 Actualizado a 28/08/2024
| ESPERANZA CARRETERO MARUGÁN
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En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, su propia llave. ¿Quién ha podido hacer eso? Pilar está preocupada y muy desconcertada
 El sábado por la noche, Pilar le había dado una llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación. 
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa.  También entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve. Y es allí, en casa de Domi,  donde pierde la llave que, posteriormente, Javier encontrará empezando a atar cabos…
El domingo por la tarde Daniel y Martin se encuentran, como todos los domingos, para charlar y jugar una partida, Martin le quita la llave a Daniel en un arrebato de celos y comienza a urdir un plan para vengarse de Pilar. Entre tanto Daniel ha puesto en práctica un plan para eludir su responsabilidad en el caso de que Pilar descubra que Martin le ha quitado la llave. Ambos planes los lleva a los dos al mismo sitio: a la casa de Pilar cuando ella no está.
Y ahora mi querido lector, volvemos con Domi y Javier. Recordarás que Javier había ido a buscar a Domi a su casa en la que minutos antes Luis había perdido las llaves de Andrés. Era Domingo por la tarde, pongamos que sobre la seis o las siete. Recordarás, también, que Javier la había encontrado mientras espera en la salita de estar, a que Domi se acabara de arreglar.
Javier está feroz y arrastra a Domi a un garito suburbano en el que mantienen una conversación muy tensa que no acaba bien. Tras esa conversación Domi decide devolver la llave de Andrés a Pilar.
La noche para Javier transcurre malditamente hasta que amanece y va a buscar a Andrés a la Facultad con violentas intenciones.

La Ilustración de esta entrega es de Esperanza Carretero Marugán.

Dio dos vueltas de llave a la cerradura asegurándose de que salir de aquella casa no fuera un golpe de muñeca y se metió la llave en el bolsillo. A Martín le quedó claro que escapar de allí no iba a ser fácil. Abrió la boca con intención de decir algo, pero no consiguió articular una palabra coherente, solo tartamudear. No sabía quién era aquel tipo, solo veía que se movía como pez en el agua y que la expresión inicial de sorpresa había dado paso a una mueca que daba miedo.

Javier se acercó hacia Martín. Un paso adelante de Javier era un paso atrás de Martín. Así hasta que la pared impidió más retrasos en el inevitable encuentro. Colocó su mano en una de las copas del sujetador. Martín sudaba, la respiración entrecortada, y el abrigo se le escurrió de los hombros cayendo al suelo.

- ¿Recuerdas cuando te tocaba las tetas? ahí, en ese dormitorio. Eras muy putona en la cama, eso sí que lo he echado de menos.

- ¡Déjame! ¡no me toques! ¡déjame salir de aquí!

Vociferó Martín con una voz que sonaba mal afinada. Cobarde.

- Shh, shh, shh, no se le habla así a tu exmaridito. A ver, dime algo amable.

Y le agarró por el cuello poniéndole la rodilla en la barrigona 

-  ¡Déjame! ¡déjame! 

Palmoteaba en el aire y Javier le soltó un bofetón que le hizo torcer la cara, un bofetón que llevaba aguantándose desde el día anterior y que acababa de encontrar, al fin, dónde colocar. 

El labio de Martín comenzó a sangrar.
- No sé quién eres, pedazo mamón, ni qué coño haces aquí.
 

Javier no paraba de dar golpes a Martín en la cabeza.

- ¿Y tú? Qué haces tú aquí, esta no es tu casa.

 Gimoteaba Martín intentando defenderse sin conseguirlo.  

Javier paró y dio un paso atrás. Estaba sofocado e intentaba recuperar el resuello.

- ¿Cómo qué no? he entrado por la puerta, tengo mi llave ¿tú qué sabes?

- Eso no quiere decir nada, yo también tengo una llave. Mira. Así que, esta también podría ser mi casa.
Martín sacó del bolsillo del pantalón la llave que el día anterior le había quitado a Daniel.

- No me vaciles, cabrón. Te voy a moler a palos hasta que me digas la verdad.

Y volvió a agarrarle por el cuello, separando la derecha, como para tomar impulso, pero esta vez ya con el puño.

- No, no, no… espera, ¿no vamos a poder arreglarnos hablando? Tranquilízate y hablemos. 

A Martín le sangraban la nariz y el labio. Al hablar, escupía sangre.

Se oyeron los pasos de alguien corriendo por el pasillo. Era Daniel, que se abalanzaba sobre la puerta de la calle intentando abrirla sin éxito.

Cuando Domi dejó atrás la casa de Pilar, libre ya de la llave y de la posibilidad de que volviese a caer en manos de Javier, corrió a su piso y se encerró en él para llorar como no lo había hecho nunca. Asustada y descorazonada, no sabía por dónde empezar. En ningún momento se paró a pensar en por qué Pilar no le había abierto la puerta. Todos sus pensamientos se concentraban en Andrés y en Javier. Por encima de todas las cosas esperaba que lo que le había contado Luis de su amigo fuera cierto y estuviera muy, muy lejos. De Javier no esperaba nada, tan solo tenía que estar preparada para recibir de él toda la ira del mundo. 

Agradecía no saber nada sobre el destino de Andrés. Creía recordar que Luis le había dicho que también lo ignoraba. Así las cosas, sería más fácil, pero si a Andrés se le ocurría cambiar de opinión y volvía, lo que estaba dentro de lo posible, o simplemente Luis no le había dicho la verdad, para urdir los dos amigos un plan y conseguir que ella dejase a Javier, todo se complicaría. Lo que a primera hora de la tarde le parecía consistente, ahora ya no y se abría en un abanico de posibilidades que le ponía los pelos de punta.

Repasaba, una y otra vez, la visita que le había hecho Luis aquella tarde: «Tu juguete se ha ido Domi ¿no te lo esperabas?». Resonaba en su cabeza una y otra vez. Ojalá fuera cierto.
Consiguió conciliar el sueño tras haber tomado dos decisiones:  la primera, hablar con la madre de Andrés para contárselo todo y, en la medida de lo posible, anticiparse juntas al peligro que suponía Javier y su afición a dar mamporros; la segunda, una vez resuelto todo, olvidarse tanto de uno, como del otro para siempre.

Pilar trabajaba en unos grandes almacenes. Domi conocía a Pilar porque hacía tiempo que se había preocupado de saber quién estaba al otro lado del espejo, pero no estaba segura de que Pilar la hubiera visto alguna vez. Se dirigió a la planta de menaje y no tardó mucho en encontrarla. Vio en la distancia su cara vivaracha y un rictus serio, de amargura, el que sujetaban sus labios desde hacía tanto tiempo que empezaba a dudar si habría nacido con él. 

La vio caminando entre los pasillos, atenta a posibles clientes, al polvo de la estantería, al orden, a la perfecta alineación de los artículos, a la información de los carteles, atenta a la luz misma, a los ruidos, a los silencios también, muy pendiente de todo. 

Miró a esa mujer que tanto tenía que ver con ella, con la que compartía tantas cosas sin tener nada en común, qué paradoja. La analizó en la distancia. No se la imaginaba como pareja de Javier, pero sí le encontraba parecido con Andrés, quizá en el color de la piel, en cómo su pelo rozaba su sien de una manera sabia, despreocupada, bella. Esa semejanza hacía que le pareciera imposible que la desconocida Pilar le fuera hostil. Domi se paró en una estantería fingiendo curiosear entre los artilugios que soportaba.

- ¿Buenos días, puedo ayudarle en algo?

A Domi, el tono de voz le pareció chillón. Dudó y pensó que, quizá, se había pensado que, por ser la madre de Andrés, tenía el camino andado. 

- Estaba buscando una batidora, sencilla, que se lave en el lavavajillas y que no sea muy cara. 

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