En capítulos anteriores:
Es domingo por la tarde, Pilar, sesteaba en su casa, recuperándose del exceso que ha supuesto salir el sábado por la noche y haber llegado tarde a casa. Había quedado con su amante, Daniel, se han tomado unos vinos por el Barrio Romántico y luego, dando un paseo, han ido al Brulé y han cenado allí. En el transcurso de la cena Pilar le da la llave de su casa.
Mientras sestea, alguien llama insistentemente a la puerta, pero Pilar decide no abrir tras lo cual la persona que llama introduce la llave por debajo de la puerta y se va. La llave resulta ser la de su propia casa. ¿ Quién habrá sido? ¿por qué extrañas razones alguien puede hacer algo así?
La Ilustración de esta entrega es de Rosa Berlanga Benito.
La imagen de su exmarido ocupó toda su mente, como si fuera una Epifanía. Siempre sospechó que tenía una llave. Lo imaginó riéndose y al temor se sumaron la ira, el miedo y la impotencia. Sobre la palma abierta de la mano, la llave silenciosa no le aportaba información, pero el objeto metálico suponía una tempestad y calcular las posibilidades que escondía le resultaba imposible. Como si el movimiento mitigara la sensación de vértigo, cerró el puño y comenzó a recorrer la casa, habitación por habitación. Entraba y salía con la mirada arrastrada por el suelo y una letanía indescifrable en los labios.
Se paró y llamó a Andrés y tras un: «El teléfono está apagado o fuera de cobertura», se reafirmó en su desesperación. Un tropel de preguntas sin respuesta se agolpaba en su cabeza: «¿Estará Andrés en casa de su amigo Luis?» y unos segundos de consuelo la aliviaban mientras buscaba en el dormitorio de Andrés el número de teléfono. Ni en la mesa de estudio, ni en la de noche, ni en el armario, ni en el bolsillo de los pantalones, porque los pantalones que se puso ayer, tampoco estaban, ni las camisetas, ni los jerséis, calcetines, zapatos… no había nada. Pasmada se sentó en la cama
- ¿Se ha ido? ¿se ha ido sin decir nada?
La comisura de los labios le temblaba, los ojos se le llenaron de lágrimas y el corazón galopaba. Salió al pasillo y, de pronto, la casa era terriblemente grande, estaba vacía y el silencio lo ocupaba todo. De pronto, madrugar para prepararle el desayuno ya no sería necesario.
Vagabundeó sin rumbo por los noventa metros cuadrados que suponían su universo familiar en un monólogo interior difícil de precisar. Tan pronto se reconocía en su cara una muestra de disgusto, como de reproche.
Un dolor agudo en la mano le sacó de sus pensamientos. Abrió el puño, lo había apretado con tanta fuerza que la llave le había herido la palma de la mano, así que la soltó en el bolsillo del pantalón del pijama. Necesitaba hablar con alguien. Sobre todo, necesitaba que alguien la consolara.
Llamó a Daniel. Suena, suena, suena «cógelo por favor, cógelo ya».
- ¿Pilar?
- Hola Daniel.
- ¿Pasa algo? ¿Cómo me llamas a estas horas? ya casi me iba a acostar.
- Necesito que vengas.
- ¿Ahora? Pero Pilar ¡son más de las once!
- Por favor.
Daniel quería negarse. Como todos los domingos a esa hora, estaba sin ánimo y sin humor, pero la voz de Pilar se hizo irregular y rompió a llorar. Intentó imaginársela en un ejercicio de empatía, pero no dejó de insistir con preguntas. Quería intentar arreglarlo por teléfono, pero ella era incapaz de articular una palabra, así que claudicó:
- Voy para allá.
Definitivamente no quería perder un minuto, quería resolver la situación cuanto antes.
Ante la inminente llegada de Daniel, Pilar tuvo ánimo para ponerse delante del espejo de nuevo. Sin dejar de llorar, se pasó el cepillo con desgana. Buscaba el hilo de la argumentación, intentaba ordenar los hechos, pero no conseguía sobreponerse a la confusión que había en su cabeza.
- En un momento llegará- se dijo, y una duda perversa le asaltó - ¿usará la llave que le di anoche? - Sonó el timbre del telefonillo - claro, no le di la llave del portal.
Y Pilar abrió la puerta esperándole como espera la tierra la lluvia de mayo.
Al fin estaban frente a frente. La prisa por resolver, sin entrar demasiado en detalles, se movía alrededor de Daniel. La necesidad de ser consolada por encima de todas las cosas se movía alrededor de Pilar. Él nunca la había visto así, tan abatida, sin maquillar, tan expuesta pero Daniel entretenía la mirada en detalles superfluos porque no quiere que ella le indague en el fondo de sus turbias pupilas.
- Andrés se ha ido.
- ¡Ah! es eso!
Dijo sintiéndose aliviado. Pilar le miró sorprendida.
- Y ¿qué te esperabas?
Daniel carraspeaba, eludiendo la respuesta. La cogió por el hombro.
- Yo también me fui de casa con los dieciocho recién cumplidos
- ¿Así, sin decir nada? Cogiste un día tus cosas, a escondidas de tus padres, y saliste por la puerta, sin más…
- Bueno, no, las cosas no pasan de pronto. Fue con la excusa de un trabajo, buscado a propósito, lejos. ¿Llamaste a Javier? ¿Sabe él algo?
- ¿Javier?, ¿Quién es Javier?
Contestó con todo el desprecio y asco que era capaz de pronunciar. A pesar de la tempestad que llevaba dentro, se le secaron las lágrimas.
- No, ni pienso decírselo, que lo descubra él. A ver cuánto tarda en enterarse de que su hijo se ha ido. Será bonito volver a ver con qué grandeza asume sus responsabilidades de padre
- Quizá él sepa dónde está, a lo mejor está con él.
- No creo, en la vida de Javier hace mucho que ya solo cabe Javier.
Daniel dejó de insistir porque el dolor de Pilar empezaba a transformarse en ira.
- A ver, tranquilízate y cuéntame con detalle.
Pilar fue desgranando las llamadas, la insistencia, los ruidos en el descansillo, la llave por debajo de la puerta...
- ¿A qué hora dices que empezaron las llamadas? ¿No ha dejado alguna nota?
El interés repentino que Daniel puso en el relato de la llave la desasosegó más de lo que ya estaba.
- Ayer, cuando salió de casa, me pareció que todo era normal. No, no, no le vi salir con ninguna bolsa
Pero Daniel solo ponía atención en el relato de la llave
- ¿Dónde está la llave?
- La tengo aquí
Y la sacó del bolso del pantalón del pijama
- ¿Has comprobado que es la de la puerta?
- Daniel, por dios, no me hace falta.
- Déjame verla.
Daniel comprobó que la llave era la de la puerta. De pronto tuvo la certeza de que aquella era su llave y buscó la excusa para quedarse solo unos instantes y poder guardársela en el bolsillo.
- Por qué no preparas un par de tilas y las tomamos, tranquilamente, mientras pensamos en esto que ha pasado.
- Gracias Daniel, ¿quieres quedarte a dormir?
- No, tengo que madrugar mucho y no me he traído nada para cambiarme por la mañana. Esperaré a que te tranquilices un poco y me iré.
Mientras Pilar preparaba las tilas en la cocina Daniel metía la llave misteriosa en el bolsillo del pantalón.