'La Llave', novela por entregas 5/22

Por Cristina Flantains

07/08/2024
 Actualizado a 07/08/2024
| ROSA BERLANGA BENITO
| ROSA BERLANGA BENITO

En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, la llave de su piso. Pilar desconoce quién ha sido y por qué lo ha hecho. Está preocupada y muy desconcertada.
El día anterior, sábado, Andrés, su hijo se levantó casi a mediodía. El viernes noche había salido con Domi, su amante y novia de su padre. Se han encontrado en El River, un garito cerca de la Estación del ferrocarril. La situación con Domi le tiene desbordado y decide romper con todo e irse lo más lejos posible, sin dar explicaciones a nadie.

La Ilustración de esta entrega es Rosa Berlanga Benito. 


No fue una respuesta, fue un grito. Andrés no contestó. Comieron sin pan, en silencio, y, rápidamente. Le ayudó a recoger la mesa y secó los cacharros a medida que ella iba fregando.

- ¿Qué vas a hacer hoy?

- Lo de todos los sábados. He quedado con Luis.

- ¿Y tú?

- Lo primero, echarme una siesta, estoy muerta. Luego he quedado con Daniel.

- Estás muy callado ¿no te habrás metido en algún lío? Mira que no estoy para que me des más disgustos. 

- Ya ves que disgustos te doy yo a ti - respondió Andrés riéndose con sarcasmo.

- Pues a mí no me hace gracia - protestó, en jarras y con la mirada desafiante.

- Pues no te rías, joder - dijo Andrés impaciente.

Había terminado de secar los cacharros y agitaba el pañito, descuidadamente, mientras miraba por la ventana calculando cuán largo y ancho podía ser el mundo.

- No le hables así a tu madre ¿eh?

Dejó el pañito sobre la encimera y salió de la cocina haciéndole a su madre una mueca. 

Era sábado y Pilar no trabajaba por la tarde. Él tenía que hacer tiempo aún, antes de ir a casa de Luis. Se metió en su habitación y puso música. Tumbado en la cama, cerró los ojos intentando no pensar, no perder la calma, buscando alguna ensoñación que le entretuviese. Le temblaban los párpados otra vez, no era capaz de concentrarse. Suspiró suponiendo, por suponer algo, que Domi no existía o que Javier desaparecería por arte de magia; que se quedaba mudo, que ya no tenía voz y así ya no tendría que explicar nada nunca más, que tenía alas y que le importaban un pimiento los abismos porque, al fin, sabía volar. Sonó el móvil:

- ¿Cuándo vienes, tío?

- Estaba esperando a que me llamases.

- Vale, tráete tabaco anda, que no tengo ni un puto cigarro.

- Bueno, en media hora estoy ahí.

Se incorporó, se pasó los dedos por la mejilla en la que aún podía sentir el escozor del tortazo que Domi le había propinado la noche anterior. Se estiró llenando los pulmones de aire. Se colocó la mano sobre el estómago, pesado y perezoso, y miró al bulto del pantalón, tenía una erección. Rascándose la cabeza, se encogió de hombros y se le llenaron los ojos de lágrimas. «Esto es como traicionarse a uno mismo», pensó sintiéndose más desesperado que nunca. 

No quería más que irse, desaparecer. Había llegado el momento y estaba preparado.

Se asomó, sin hacer ruido, a la puerta de la sala. Pilar dormitaba delante del televisor. Se alegró de que su madre fuera tan previsible. Volvió a su habitación, se puso la cazadora y la bufanda, tomó la bolsa de deporte, la sacó al descansillo y regresó a la sala.

- Me marcho.

- Vaya, ¡y para decirme eso tienes que despertarme!

- Lo siento. Es que quería decirte que no volveré a dormir.

- Vale, haz lo que quieras, pero el domingo no vengas tarde. ¿Llevas llave?

Hurgó en el bolsillo de su cazadora y la sacó. Colgaba de un llavero, un trébol verde de cuatro hojas encriptado en un cubo de resina. Agitándola en el aire, se despidió.

Pilar no supo ver la tristeza en sus ojos, ni sus labios apretados, ni el desánimo, ni las dudas. No supo entender aquella despedida taciturna, el dilatado silencio que, apoyado en el quicio de la puerta, dejó que transcurriera mirándola.

- ¡Hale! pues vete y procura no dar un portazo al salir.

Luis estaba solo en casa. Le recibió con un par de golpes en la espalda. 

- Para tío, qué me haces daño.

- Defiéndete bellaco, bromeó su amigo.

Mientras caminaban hacia la habitación, jugaron a pegarse como dos niños gigantes.

- ¿Trajiste el tabaco?

Con ademán resuelto, lo tiró encima de la mesa. 

- ¿Y ese es todo el equipaje?

- Solo he cogido ropa, tío.

- Sí, mejor. Porque mientras encuentras sitio para dormir y no, vete a saber las vueltas que vas a tener que dar.

- Espero que pocas, me han dado esta dirección, mira.

Mostró el papel a Luis mientras encendía un cigarrillo, tenía las manos frías y la cabeza con demasiado calor.

- No fumes aquí tío, que luego mi madre se pone insoportable.

- Vamos hombre, que es el último día.

Luis se sentó a su lado y encendió otro cigarrillo. Echándole la mano por el hombro le sacudió un poco. Sonrió. El tren salía a las siete de la tarde y llegaría a su destino al día siguiente. 

- En cuanto llegues, me haces una llamada perdida.

- Vale tío.

- Luego yo te llamo, de momento tienes que evitar gastos, hasta que encuentres trabajo.

Asentía en silencio, calada tras calada.

- Mira, me dio esto mi hermana para ti.

- ¿Pero no habíamos quedado en que no se lo íbamos a contar a nadie?

- Joder tío, ella no es nadie.

Y le extendió un sobre con trescientos euros.

- Tu hermana es la tía más enrollada que conozco. Dile que se lo devolveré.

- ¿Qué piensa de todo esto?

- No se lo he contado, solo que te ibas, que te fugabas. 

- No tengo nada que esconder, joder, pero paso de malos rollos.

Lo dijo apoyando la frente en la palma de las manos, como intentando sujetar algo demasiado grande que quisiera salir de su cabeza.

- Vale, vale, si yo te entiendo. Es más, si yo fuera tú, ya hace tiempo que habría salido zumbando. ¿Qué tal anoche? 

- Domi quería irse para casa, pero yo quería estar un poco más con ella. Discutimos. Creo que mi padre sospecha algo y está nerviosa.

- Yo también creo que lo sabe. Igual no sabe que eres tú, pero me parece imposible que no sepa que Domi tiene otro rollo. Piénsalo bien, tío, esas cosas se tienen que notar. No sé qué coño hace con él.

- Le tiene miedo.

Luis le miró con ojos comprensivos guardándose su verdad. «¿Le tiene miedo? Menuda zorra.» pensaba. Fueron a la estación en la moto de Luis. Ese espacio atemporal que entre raíl y raíl propone movimiento en un impasse de categóricas, aunque anónimas, consecuencias. La gente que iba y que venía. Despedidas y recibimientos. Se dieron un abrazo.

- ¿Le puedes dar esto a Domi?

Y sacando un sobre del bolsillo interior de la cazadora se lo tendió. En el fondo del bolsillo estaba también la llave de su casa. Trabada en el sobre amenazó con rasgarlo

- Joder Andrés. Preferiría no volver a verla en la vida.

- Enróllate, tío, toma. A cambio, te regalo el llavero del trébol. 

Era el cubo de resina que contenía un trébol verde de cuatro hojas y, en el otro extremo, la llave pendulando de la casa de Andrés.

- ¡Hostias! ¡Gracias! Sabes que me encanta este llavero.

- Ya, ya… Venga, que me subo al tren.

- Toma la llave.

- No la quiero, tírala.

Luis no respondió, ni protestó. Se le quitaron las ganas de hablar al ver los ojos de Andrés llenos de lágrimas. El silbato del jefe de Estación sonó. Le vio subir al tren con cara de pasmado, trepar por las escaleras y adentrarse en el vagón, sin volver la cabeza, sin levantar la vista del suelo. Mientras, él permanecía inmóvil con la llave y el sobre en la mano.

- ¡Cuídate, cuídate! 

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