En capítulos anteriores:
El domingo por la tarde, alguien ha metido por debajo de la puerta de la casa de Pilar, la llave de su piso. Pilar desconoce quién ha sido y por qué lo ha hecho. Está preocupada y muy desconcertada.
El sábado por la noche, Pilar le había dado la llave de su casa a su amante, Daniel, en el transcurso de una cena
Andrés, el hijo de Pilar, es el amante de Domi, la novia de su padre. El embrollo es tal que decide quitarse del medio, marcharse muy lejos sin contar con nadie; solo lo sabe su amigo Luis quien, llegado el momento de la partida, le acompaña a la Estación.
Andrés, agradecido a su amigo, le regala, como recuerdo, un llavero precioso, su llavero, del que cuelga la llave de su casa, que no quiere pues no piensa volver. Le pide a Luis que la tire él mismo y se quede con el llavero que tanto le gusta.
Antes de irse, Andrés entrega a Luis una nota para Domi y le pide que se la lleve a su casa. Mientras está allí, llave y llavero se le caen del bolsillo de la cazadora quedándose sobre el sillón donde ha estado sentado.
La Ilustración de este texto es de Esperanza Carretero Marugán.
Puso la cafetera y se fue a la ducha. Bajo el agua, intentaba recomponer su estado de ánimo. Encontrar puntales con los que sujetarlo era una cuestión de descaro y le faltaban las ganas. Casi tiritando, se envolvió en la toalla. Terminar con Javier no le iba a resultar fácil, aunque los efectos colaterales se habían minimizado sustancialmente, pues ya no le podía hacer daño a Andrés; su partida le dolía y le aliviaba a la vez.
Nadie podrá verter en él sus iras. Javier nunca sabrá las verdaderas razones de su ruptura. Tenía que planearlo bien, sin cabos sueltos. Sonó el timbre y abrió sorprendida.
- ¿Estaba el portal abierto?
- Sí
Envuelta en la toalla cerró la puerta tras de sí.
- ¡Um! Qué recibimiento más bueno. Cuando estas así me dan ganas de perdonártelo todo.
- Vaya hombre; no sé qué tienes que perdonarme tú a mí.
Cimbreante se acercó y tomó el extremo de la toalla.
- Si yo te contara…
- Déjame ahora, anda, que no tengo ganas.
- ¿No quieres repetir lo de ayer? No me negarás que nos lo pasamos bien.
Intentó pasarle la mano por la cintura, pero ella dio un paso atrás y, sin quitarle los ojos de encima, se subió la toalla y le enseñó un moratón enorme en el interior del muslo.
- Mira que bien me lo pasé yo ayer.
- Eso es fruto de la pasión. No te resistas tonta, que en el fondo te gusta.
- Ahora me voy a vestir y tú te vas a estar muy quietecito. Vete a la cocina y tómate el café.
Javier se rio, metiendo las manos en los bolsillos.
- Te queda bien esa pose puritana, pone un puntillo morboso que no me disgusta. Vale, vaya usted a vestirse.
Domi suspiró. De buena gana le hubiese contestado y hubiese aprovechado el momento para decirle que no quería volver a verle nunca más. Sí. Lo haría hoy. Pero vestida.
Mientras se servía el café en la cocina no dejaba de sonreír, mirando la puerta del dormitorio. Sonó el teléfono en la salita. Saliendo de la cocina, preguntó si lo cogía.
- Mira a ver quién es.
- Es Carmen - gritó
- Deja, no lo cojas. Ya la llamaré luego.
Mientras tanto, Javier ponía toda su atención en las llaves que estaban encima del sillón. Domi, en el dormitorio, no terminaba de decidirse por una blusa o por otra. Un llavero con un trébol de cuatro pétalos encriptado en una urna de resina:- para que luego digan que la suerte no existe - musitó entre dientes.
Además, reconocía las llaves porque él tenía otras que guardaba desde hacía tiempo, demasiado tiempo, tiempo imposible para aquellos que se jactan de que el pasado no les importa, maldita memoria. Cuando le regaló ese llavero a
Andrés acababa de cumplir los once años. Se lo regaló con las llaves de casa porque ya era mayor y al fin podían prescindir de la chica que le cuidaba, iría y vendría del colegio él solo y esperaría en casa, hasta que uno de los dos, Pilar o él, llegaran del trabajo. Era otra vida
Reconocía la llave porque él tenía otra que guardaba desde hacía tiempo, demasiado tiempo. Le había regalado un llavero igual con la llave de casa a Andrés cuando cumplió once años; desde entonces iría y vendría solo del colegio y esperaría en casa, hasta que uno de los dos, Pilar o él, llegaran del trabajo. Era otra vida.
- ¿Para qué me de suerte?
Dijo el niño Andrés con los ojos llenos de luz.
- La suerte no existe Andrés.
Se había reído al responderle. La misma risa que le había dado hoy cuando vio el llavero.
El niño lo miraba silencioso y pensativo mientras pasaba sus dedos, una y otra vez, por la superficie lisa y acaramelada.
Javier pensó en la cantidad de tiempo que había pasado desde entonces. Le invadió la nostalgia, como si de pronto le importara lo lejos que estaba de su hijo, pasando por alto, el hecho de que su llave se encontraran en casa de su amante.
Aún no tenía ni idea de todas las demás cosas que les distanciaban.
Se abrió la puerta del dormitorio y oyó los pasos de Domi acercándose. Se metió la llave en el bolsillo de la chaqueta y al encontrarse en la sala, Domi tuvo la certeza de que algo no iba bien.
- Vamos.
Fueron todas las palabras.
¿Pero qué sabia Daniel de todo esto cuando el domigo por la noche volvía a su casa inmerso en sus preocupaciones? Nada, no sabía nada.
La noche era fría y en algunas calles muy oscura. Apuraba el paso hacia su casa. Había dejado a Pilar tranquila, en la cama, después de haberla convencido de tomar una pastilla relajante.
Su mano, dentro del bolsillo, apretaba la llave que le había cogido a hurtadillas, la misma que un desconocido había introducido por debajo de la puerta. Se sentía como un criminal. Ahora tenía que planearlo todo meticulosamente. Lo primero era hacer una copia de la llave para devolver el original antes de que Pilar la echara de menos. A esas horas no había nada abierto, así que, desanimado por el cansancio y desconcertado por el extraño derrotero que había tomado el domingo, decidió esperar a la mañana siguiente.
No podía creer que Martín le hubiese hecho esta faena. Estaba seguro de que había sido él el que había metido la llave por debajo de la puerta, el que había llamado con tanta insistencia para contarle cualquier historia absurda a Pilar y crear así un conflicto entre ellos. Esa era su especialidad, crear conflictos.
Le pareció mezquino que boicoteara su relación tan impúdicamente. Pensó en llamarle para pedirle explicaciones, a pesar de que eran las tres de la mañana, pero prefirió esperar y barajar otras hipótesis, aunque aún ni podía imaginar cuales.
Necesitaba más pruebas, más datos. Estaba todo demasiado liado con la huida de Andrés y, además, prefería que Martín no conociera el estado de zozobra en el que estaba sumido. Bastante se había reído de él esa tarde cuando le había contado que Pilar le había dado la llave de su casa.
Daniel conocía de sobra el lado oscuro de su amigo, aunque nunca imaginó que se volvería contra él. Qué podría motivar a Martín para portarse con tanta hostilidad, ¿quizá celos?
Pensó en Pilar y en el momento en que le había dado la llave la noche anterior. A su manera, consiguió convencerle de que era espontánea. Se retrotrajo a aquel momento intentando, de nuevo, entender la situación. Fue él, el que primero habló. Habían terminado de cenar y el restaurante estaba ya casi vacío.
- El miércoles podíamos ir al cine.
- Uffff, entre semana…
Ella revolvió en su bolso, parecía buscar un paquete de pañuelos.
- Me apetecía ver esa peli y el fin de semana va a haber demasiada gente. Total, no vamos a salir tan tarde. Venga, anímate, que no pasa nada porque nos veamos también entre semana.
- Pero si no es por eso. ¿No puedes ir tú solo, o con Martín?
Fue en ese momento cuando sacó la llave del bolso y con una sonrisa medio tierna, medio irónica, le espetó: ya va siendo hora de que tengas la llave de mi casa.
Al mismo tiempo que ella habló, Daniel dijo:
- Pues la verdad es que me apetecía ir contigo.
Los dos se echaron a reír. A pesar de que ambas frases se enredaron, entendieron perfectamente lo que decía el otro. Sonrieron. Pilar le tomó la mano, mirándole con cierta condescendencia. Le encantaba verlo como un chiquillo y aprovechaba cualquier momento, cosa que Daniel no soportaba, así que, sirviéndose de la proximidad del camarero, la soltó para hacerle una señal y pidió la cuenta.