Los fantasmas Panero

Bruno Marcos reflexiona sobre la familia de poetas y escritores al hilo del congreso celebrado recientemente en Astorga

Bruno Marcos
23/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Felicidad Blanc con sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, en la producción de Elías Querejeta. | L.N.C.
Felicidad Blanc con sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, en la producción de Elías Querejeta. | L.N.C.
La ciudad de Astorga vive, desde hace décadas, aquejada de una extraña enfermedad cuya sintomatología es mezcla de pasión y rechazo. La saga de los Panero embruja y paraliza Astorga, que se debate entre ignorarlos o mitificarlos, que se ocupa en discutir si era mejor poeta el padre o el hijo primogénito o el del medio o, incluso, si no sería el pequeño el mejor escritor sin obra. A veces se postula como grande al padre pero se le acusa de antiguo y de fascista y hasta de creyente, al primogénito de amargado y de ‘pouser’ y de inhumano, al del medio de loco incongruente y al pequeño de vago y de dipsómano. En todo caso no falta quien asegure que no supieron vivir.

Ahora ya todos los componentes de esa familia definitivamente fantasmas idos de la realidad tangible siguen caminando por sus calles y volviendo a su casa restaurada que no se parece casi a su casa. Nada se sabe de aquel que anunció el poeta Luis Antonio de Villena como hijo secreto de Leopoldo María y que, según él, se le parecía físicamente bastante, y eso que ahora desentierran hasta a Salvador Dalí, el gran masturbador, improbable padre de nadie, para hacerle tener una hija a sus ciento trece años, al cumplir sus veintiocho de fantasma. Es posible que un día no lejano exhumen a Leopoldo María, si es que existe su tumba, y veamos a los tres, a Franco, a Dalí y Leopoldo María pasearse por las calles de una España enteramente disparatada. Se conoce que Leopoldo María no ha dejado tantas fortunas como el ampurdanés, acaso un manojo de versos muy torcidos que ni siquiera el editor más simpático y extravagante de España, autodeclarándose su heredero literario universal, ha conseguido sacar a flote.

Lo decían ellos mismos en la mítica película ‘El desencanto’: «Somos un fin de raza».

Lee uno un titular del decano de la prensa nuestra, que de tan decano da signos de claro agotamiento y jubilación necesaria, resaltando las «Marranadas de Panero». No les dieron los dioses a esos el talento de poner titulares buenos pero resulta que, en este caso, se trata exactamente del título de una de las conferencias que se han dado estos días en la propia casa que fue de los Panero. La persona que escribió ese titular no se pudo sustraer a la tentación de aumentar y destacar eso de la ‘marranada’ porque juzgó que, periodísticamente, se trataba de algo crucial para el lector común.

Como uno ha leído más de lo que debe efectivamente sabe, o cree saber, que ese punto se debe referir a Leopoldo María mojando cruasanes en los charcos o degustando escupitajos recogidos del asfalto o muchos otros casos que cuentan sus testigos. Algunos ven pura patología clínica en aquello, otros neodandysmo, un puro espíritu exquisito del revés, actos de un ‘clochard’ impresionante y algunos hasta crítica social. No hace mucho leyó uno las más de cuatrocientas páginas de la extensa biografía que le dedicó J. Benito y, luego, la de Villena, muy dedicada, entre otras cosas, a demostrar que Leopoldo María era homosexual, o las más enigmáticas memorias de la madre, Felicidad Blanc, no en vano tituladas con el etéreo ‘Espejo de sombras’.

A Leopoldo María lo trajeron, no en espíritu ni de fantasma sino en vida, no hará mucho a decir que le quisieron matar el rey y la CIA mientras recitaba algún poema que no se sabía si era suyo, si se trataba de una cita o de una maldición. Entre tópico y tópico de su chifladura genial le preguntó a Gamoneda si había conocido a su padre. Leopoldo María apuntó: «Era muy buen poeta aunque un poco brutal». Y aquella afirmación volvió a tocar los mismos nervios sensibles que tocaban en la película ‘El desencanto’ y en su secuela, ‘Después de tantos años’.

Los Panero interiorizaron el exhibicionismo como una patología más de las de su repertorio familiar. Extraversión descarnada, extimidad doliente. El mismo Michi, el más crítico, afeaba estas conductas: «Literatura, mala literatura». Nueva vida a los Panero de fantasmas.
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