Los secretos de un Marcial L. Estefanía que jamás pisó el oeste

El autor de novelas del oeste más vendido del siglo XX tuvo una vida llena de enigmas y hasta cárceles, allí empezó a escribir

César Combarros / F.F.
11/06/2023
 Actualizado a 11/06/2023
Marcial Lafuente Estefanía dando un paseo por los alrededores de Guisando, en febrero de 1978. | ARCHIVO ABC
Marcial Lafuente Estefanía dando un paseo por los alrededores de Guisando, en febrero de 1978. | ARCHIVO ABC
César Combarros, periodista de temas culturales en la Agencia Ical, publicaba hace unos días una entrevista con Julio Llamazares con motivo de la publicación de Vagalume. En ella el leonés hablaba de los ‘homenajes’ que hace en su novela y aparece por medio un nombre que podría extrañar pero del que el autor de Luna de lobos ya ha hablado en otras ocasiones, Marcial Lafuente Estefanía, el prolífico autor de novelas del oeste y seguramente uno de los más leídos de muchas décadas del siglo XX. Es más, en alguna ocasion Llamazares ha llegado a afirmar que la citada ‘Luna de lobos’ «tiene estructura de novela de Estefanía».

En la entrevista con Conbarros afirmaba: «Siempre me han fascinado los autores de esas novelas (del oeste) que yo leía con voracidad en mi adolescencia. Los suyos eran los únicos libros que había donde yo vivía cuando era un chaval. Apenas había literatura culta y lo que tenías a mano era eso. Con el tiempo supe que esas obras eran fruto del esfuerzo y de la pena de mucha gente, que se vio condenada a escribir ese tipo de libros porque no podían ejercer su trabajo por motivos políticos. Es el caso del famoso Marcial Lafuente Estefanía, de Fernando González Ledesma (que escribía con el seudónimo Silver Kane), de Miguel Oliveros (que firmaba como Keith Luger) o el propio teórico del anarquismo Eduardo Guzmán (conocido como Edward Goodman). Esos personajes que a mí me hicieron soñar y viajar por las praderas del oeste americano o por las ciudades americanas están en ese viejo ‘Vagalume’, un antiguo maestro que no se puede ganar la vida porque le han depurado y sobrevive a través de la escritura».

Pero compartían pasión con Llamazares gentes de todo tipo, eran habituales sus novelas en los bolsillos (el tamaño era ideal) de pastores, agricultores... Incluso había kioscos en los que su principal fuente de ingresos era ‘cambiar’ novelas del oeste, entregabas la leída y por un módico precio te la cambiaba.

No conocía ‘el oeste’, sus herramientas eran un libro de Historia de América, unos mapas antiguos de donde sacaba las rutas y un listín telefónico de San Francisco, para los nombresY ahora César Combarros nos regala un precioso reportaje (en la AgenciaIcal) en el que profundiza en esa biografía oculta bajo los tiros de un sheriff de siete pies de altura. Lo primero que sorprende es que, casi con toda seguridad, Marcial Lafuente Estefanía jamás piso los paisajes del oeste que describe o que una vez fallecido siguió vivo pues sus hijos, Federico y Francisco, siguieron firmandonovelas bajo su mismo nombre. Cuenta Combarros cómo sorteaba ese desconocimiento ‘in situ’ de los paisajes: «Sus herramientas indispensables a la hora de escribir eran un libro de Historia de América, unos mapas antiguos de Estados Unidos de donde sacaba las rutas que seguían sus personajes, y un listín telefónico de San Francisco, del que extraía los nombres de sus héroes y villanos. Esos limitados recursos y el ingente volumen de novelas del Oeste que acabó publicando a lo largo de los años hizo que en algunas ocasiones algunos personajes a los que había liquidado en una novela reaparecieran de pronto en otra tiempo después. Eso era normal en él, pero lo hacía muy bien», explica a Combarros el galerista Cerdán, gran amigo del novelista.

Pero la parte más llamativa de su biografía, la que explica ese vivir emboscado en un pequeño pueblo de la Sierra de Gredos, es su condición de antifranquista. Lo desveló el investigador de la Guerra Civil investigador de la guerra civil Pedro Corral y lo recuerda Combarros: «Estefanía fue anarquista y en pleno conflicto ejerció como tercer teniente alcalde y concejal de la CNT en el antiguo pueblo de Chamartín de la Rosa (hoy barrio de Madrid) entre diciembre de 1936 y marzo de 1938. Según consta en el expediente de procesamiento, luchó como voluntario en el Ejército Popular y ejerció como comisario político de batallón en Los Yébenes, donde se trasladó con toda su familia antes de entregarse a los franquistas en Ciudad Real el 28 de marzo de 1939, cuando la guerra ya estaba decantada».

Y recupera César Combarros, que también se sirve de notas y testimonios de un documental sobre Marcial Lafuente Estefanía, cómo nació el autor de miles de novelas: «Fue en esos años, de penal en penal, cuando para matar el tiempo comenzó a escribir donde buenamente podía, incluido el papel higiénico de su celda. ‘Nací al wéstern en 1939, porque me ofrecieron un hospedaje gratuito en el ‘hotel’ Ocaña (una de las prisiones más antiguas de España), lugar muy curioso porque con lo ancha que es Castilla solo disponíamos de treinta centímetros para dormir’, relataba en primera persona en ‘Blanco y Negro’. ‘Como ‘tempicida’ se me ocurrió escribir, e hice ‘La mascota de la pradera’, del Oeste; ‘Todo un hombre’ y ‘PX21’, de aventuras, y ‘La reina de Yale’, de corte romántico. He sido siempre rápido escribiendo, de modo que la cosa me cundía», proseguía. «En esa época coincidió con el dramaturgo Jardiel Poncela, quien le aconsejó algo que le acompañaría como un mantra vital: ‘Escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto’, un leitmotiv que le permitió ser el autor más leído de España, llevando a la práctica el consejo: ‘Lo que he buscado con mis novelas es que los lectores olviden sus problemas, siempre he querido distraer y no filosofar, que el argumento transcurra sin interrupción y los personajes hablen en lenguaje familiar’, explicaba».

Así se explica asimismo una confesión querealiza uno de sus hijos en el citado documental: «Nunca quiso hablar de nada relacionado con la guerra. Cuando alguien sacaba ese tema, él se callaba’, antes de explicar que ‘defendió la República hasta el último momento y que tenía un puesto muy importante, si bien no podía ver muertes. Era el responsable de firmar los fusilamientos y no firmó ninguno». Sin embargo, en sus novelas los personajes eran de gatillo fácil.

una bonhomía que terminaría por salvarle la vida», algo que corroboran las informaciones del citado Corral al estudiar su Consejo de Guerra: «Los documentos oficiales demuestran su labor humanitaria a favor de las personas perseguidas en Madrid entre 1936 y 1939, a partir de numerosos testimonios de personas del bando franquista, que defendieron que Estefanía se jugó la vida para evitar que fueran enviados a las checas, cárceles irregulares creadas en la zona republicana para detener, interrogar, torturar o ejecutar a los sospechosos de simpatizar con Franco».
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