A la petición inocente de resolver unas ‘preguntinas’, Luis Landero responde ágil y afirmativo. Dice que le recuerda a su tierra natal, Extremadura, ducha como la leonesa en utilizar tales diminutivos. El escritor lo siente familiar y ese carácter se repite a lo largo de una conversación que es breve: las noticias vuelan y reseñan que el extremeño afincado en Madrid apenas tiene tiempo de atender a los medios. Una voz entusiasta al otro lado del teléfono invita –eso sí– a escucharle todo el tiempo del mundo. Los ‘no sé’ con los que acompaña alguna de sus declaraciones, igual que las leves carcajadas, esbozan desde el principio un asomo de la personalidad del autor, que publicó su primera novela, ‘Juegos de la edad tardía’, pasados ya los 40 años.
«Yo no tuve nada digno de ser publicado hasta el 89, cuando ya tenía 40 o 41 años», introduce: «Desde entonces no he dejado de escribir y creo que soy prolífico dentro de mis posibilidades porque soy un currante. Me encanta escribir, es lo que da sentido a mi vida, de manera que escribo todo lo que puedo lo mejor que puedo; aunque soy lento». Esa lentitud no le impide llevar a sus espaldas una trayectoria repleta de publicaciones que, como sus declaraciones, denotan una serie de elementos recurrentes que determinan su filosofía de vida; lo que él mismo llama su «marca personal». Lo absurdo, la insatisfacción, el fracaso que se yergue como una sombra que tapa el sol del escritor son ideas en las que Landero suele reincidir. «Son mis fantasmas, mis obsesiones, mis demonios literarios, que no son muy extensos», señala: «Empecé a escribir a los 15 años y siempre he sido fiel a mi mundo personal, siempre he escrito lo que me pedía el corazón». Ese hecho es, a su modo de ver, la que provoca en toda su literatura un «aire de familia».
"Yo escribo lo que tengo que escribir y lo que escribo es un fin en sí mismo; no está al servicio de nada"
Los aires de familia mecen al autor por entre las corrientes de una memoria que parece acompañarle sempiternamente. Una memoria que no puede despegarse del lugar, de los espacios que ha ido ocupando el escritor; de la tierra que ha determinado la obra de tantos autores. «No solo es la tierra donde uno nace; es la gente que uno conoce de niño, es su infancia y quizás su adolescencia», comenta: «En la niñez, a los 10 o 12 años, todo lo que vives de algún modo te marca y los demonios literarios suelen venir de ahí, de esa edad iniciática». No tarda en mencionar a Merino, Mateo Díez y Aparicio como ejemplos del arraigo a una tierra trasladado a las páginas que son legado literario del escritor. «Uno nace en una época, en una tierra; nace entre determinada gente, en una familia, y todo eso, naturalmente, le condiciona», refleja: «No sé, es su escuela fundamental».
En esa escuela no tiene cabida la política. Por lo menos, no la consciente,. aunque Landero considera que «inevitablemente, el modo de ser de uno, su personalidad, sus ideas e, incluso, su ideología se dejan ver sin querer». Aun así, es claro en sus palabras. «Yo escribo lo que tengo que escribir y lo que escribo es un fin en sí mismo, pero no está al servicio de ninguna doctrina ni de nada», dice, simplificando el ejercicio: «No sabría hacerlo de otra manera». Y puede que haya algo –o mucho– del subconsciente en el oficio del escritor. «El libro, de algún modo, se va haciendo sin que tú lo sepas a veces», opina: «A través de observaciones, a través de esa memoria irracional incluso que uno tiene, esas novelas que escribe un escritor ya estaban previamente dentro de uno y, entonces, lo que él hace es sacarlas a la luz; como que uno no elige los temas, sino que es elegido por ellos».
La crítica ha alabado siempre la obra de Luis Landero. De sus letras se ha dicho varias veces que manejan un buen poso cervantino; autor que el extremeño identifica como una de las grandes influencias, no sólo en su obras, sino en toda el campo de la literatura universal. «Cervantes influye en Dickens, influye en Stendhal, influye en Chéjov, en Faulkner, en Galdós, en todo», analiza: «Cuando uno está influido por cualquier escritor, en el fondo está influido por Cervantes, porque es el padre fundador de la novela moderna».
En una entrevista con Manuel Llorente para la revista literaria Zenda, el escritor confesaba haber escuchado la voz de su abuela entre las páginas del Quijote. «Yo escuché a mis mayores, escuché a mi abuela, a mis padres, escuché a otras personas, sobre todo campesinos y demás, que eran depositarios del relato oral y hablaban tal y como les habían enseñado las generaciones anteriores», expresa: «Yo escuchaba a mi abuela y la música de esa lengua se me quedó en la memoria hasta que más tarde, cuando leí a los clásicos, veía que había rasgos comunes, giros sintácticos; había una música que yo ya conocía».
El literato por antonomasia entre las expresiones de los campesinos, de los antepasados sin oportunidad de aprender a leer o a escribir. La cultura exquisita de Cervantes encarnada en las voces de las gentes de a pie. «El gran logro de la literatura es armonizar la lengua hablada con la lengua escrita, la tradición escrita con la oral, cómo habla la gente del pueblo y cómo habla la gente culta, la gente leída», continúa Landero: «Cuando se consiguen armonizar esas dos fuentes tradicionales; sólo entonces ocurren los milagros como ‘La Celestina’ o el Lazarillo, como Cervantes, como Galdós, como Juan Rulfo y como tantos otros».
"No sabría vivir sin escribir y el día que no pueda, pues yo qué se; ya no pintaré nada en este mundo"
El milagro literario se ha ido extendiendo desde el Siglo de Oro hasta nuestros días de la mano de escritores como Luis Mateo Díez, amigo del extremeño y galardonado con el último Premio Cervantes. Un galardón que en 1981 ganara Juan Carlos Onetti, maestro literario del autor de ‘Lluvia fina’ que llegó a proponer al propio Landero, a Muñoz Molina y al leonés Julio Llamazares como candidatos al mismo. «Eran cosas de Onetti, que era un hombre muy original, muy especial y dijo ‘mira estos tres, que son jóvenes, dadles el premio y que lo disfruten'», rememora: «Es un recuerdo gracioso de un escritor que yo admiro muchísimo y, bueno, que admiramos yo creo que todos los escritores».
Sin tener claro todavía el hilo conductor de su charla, este jueves Luis Landero se da cita a las 18:00 horas con el responsable del sello Eolas, Héctor Escobar, en las inmediaciones de la Casona de San Feliz de Torío. El espacio servirá como escenario para repasar la trayectoria del Premio Nacional de las Letras de 2022. Una trayectoria que arranca en 1989 y evoluciona hasta la publicación de la obra ‘La última función’ (2024). La evolución pasa un tanto desapercibida ante el parecer de Landero. «Me identifico con mi primera novela, pienso que así la escribiría hoy también, pero quizá de otra manera, podando algunas ramas superfluas», medita: «Uno en cada época es lo que es, va evolucionando, aunque, en el fondo, sigue siendo el mismo siempre».
El tiempo se va terminando. Luis Landero tiene en su mira el regreso al quehacer. El autor muestra en su voz el desaliño del sabio, la locura del cuerdo, la humildad de una mente prodigiosa. Sus palabras, impresas en tomo oficial no antes de sus cuarenta años, recuerdan mucho al ‘Retrato’ de Antonio Machado y a sus versos: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla». La de Landero, de uno de Extremadura, en edad temprana, y de Madrid, después. A su lado, casi siempre una libreta. Consigo todas las historias que ya ha escrito y las que aún le quedan por escribir. «Seguiré escribiendo hasta que pueda», zanja con la austeridad del pensador: «No sabría vivir sin escribir y el día que no pueda, pues yo qué se; ya no pintaré nada en este mundo».