La madre de hierro

Pedro Ludena comenta la película de Chris Sanders 'Robot salvaje'

Pedro Ludena
18/10/2024
 Actualizado a 18/10/2024
Una escena de la película ‘Robot salvaje’, dirigida por Chris Sanders. L.N.C.
Una escena de la película ‘Robot salvaje’, dirigida por Chris Sanders. L.N.C.

‘Robot salvaje’

Director: Chris Sanders.

Intérpretes: Macarena García, Álvaro Morte, Adrián Mier, Luis Mas

Género: Infantil/Aventura

Duración: 102 minutos

En una actualidad edulcorada, donde tantos niños ven la vida a través de la pantalla de sus móviles prematuros y más preocupada por el qué dirán sus padres que por el que pensaran ellos, ‘Robot salvaje’ es un baño de realidad que se siente como un soplo de aire fresco para todos los públicos, narrando con sencillez y creatividad una historia que alberga lecciones complicadas pero esenciales sobre la naturalidad de la muerte, las dificultades de la maternidad y el desarrollo individual, entre muchas otras que nunca es tarde para aprender si eres hijo o recordar si ya eres padre o, más concretamente, madre.

‘Robot salvaje’ es una fábula protagonizada por la unidad ROZZUM 7134, ‘Roz’ para los amigos, un robot a la deriva que naufraga en una isla desierta, sin presencia alguna de humanos pero poblada de animales, entre los que tratará de encajar sin éxito hasta que se convierte por accidente en la madre adoptiva de una cría de ganso a la que deberá preparar para que consiga volar antes de que llegue su momento de emigrar.

Una de las lecciones más recurrentes de mis padres a lo largo de mi infancia fue «disfruta ahora que la vida es dura». No recuerdo la primera vez que me la dijeron, pero siempre ha estado grabada a fuego en algún lugar de mi mente, más como un recordatorio que como una advertencia de que no todo es para siempre, y de que a todos nos llegará el momento de despedirnos de a quienes queremos. Mis padres son las antípodas del pesimismo, pero sabían perfectamente que no puedes valorar realmente la felicidad sin comprender que esta no existe sin tristeza, porque ser feliz no es la ausencia de pena, sino ser capaz de asimilarla y volver a sonreír. Huelga decir que casi todo rastro de ese estoicismo en mi persona es herencia y mérito de mis padres, pero una centésima de esta enseñanza me la impartieron películas como ‘Robot salvaje’, las cuales no rehuían de temas difíciles para un niño, pero que eran capaces de desgranarlos en un relato hecho a su pequeña medida. Me recuerda poderosamente a obras como ‘Hermano oso’, que tanto tenía que decir sobre la muerte, la familia y el respeto por el orden natural, pilares temáticos de este nuevo estreno; o, de manera aún más evidente, a ‘El gigante de hierro’, otra de las cintas primordiales de mi niñez, con su emocionante mensaje acerca de la aceptación y el libre albedrío; todo ello subtextos difícilmente explicables a un niño pero que su tierna mente puede comenzar a asimilar gracias a estas obras que puedes ver una y, en mi caso y en el de mis benignos padres, mil veces. Así pues, si mezclas cuidadosamente esas dos obras y le añades una pizca de humor negro marca de la casa ‘DreamWorks’, hogar de la no menos importante en mi crecimiento personal ‘Shrek’, tienes la deslumbrante ‘Robot salvaje’. 

Lo nuevo de DreamWorks ha llegado a nuestras carteleras de tapadillo, sin grandes promociones ni tirando de franquicias archiconocidas, aunque no debería sorprendernos su facilidad para ganarse los corazones de todo el que la ha visto, viniendo desprendida directamente de la mente de Chris Sanders, el genio detrás de ‘Como entrenar a tu dragón’, ‘Lilo y Stitch’ y del guion de ‘Mulan’. A simple vista poco tiene que ver un robot con un dragón, un extraterrestre y una guerrera de la antigua China; pero los protagonistas de todas estas historias comparten un rasgo común: son inadaptados. Roz y Picobrillo, Hipo y Desdentado, Lilo y Stitch y Mulán no encajan en la sociedad de la que se ven marginados, y sufren por ello el castigo del rechazo, un dolor tan profundo que parece que de película, pero que tristemente no solo lo sufren los dibujos animados, más en la sociedad cada vez más alineada en la que vivimos, donde el diferente cada vez destaca más entre la uniformidad de las modas, a cada cual más caprichosa y rápida que la última, y en la que entre tanta preocupación por pertenecer a unos y otros colectivos puede acabar olvidándose al individuo mismo, quien a la hora de la verdad es el único que va a estar siempre consigo. El último film de Sanders nos recuerda que nadie más que uno mismo puede decidir quién es, y que nuestro principal y más fiel apoyo para conseguirlo no es otro que una madre.

Cartel de la película. LNC
Cartel de la película. LNC

A pesar de la presunta asexualidad de las máquinas, Roz es una robot de asistencia diseñada para completar todo tipo de tareas, sin embargo no está programada para la maternidad, más como le dicen textualmente en la cinta «nadie lo está». Por lo tanto la autómata deberá aprender mientras educa a su cría de ganso, a la que llama ‘Picobrillo’, reescribiendo su programación y dejándose los circuitos en lograr que su hijo adoptivo esté preparado para alzar el vuelo cuando llegue la hora, enseñándole a llegar hasta donde ella ya no puede alcanzarle. Una metáfora directa y simple, pero tremendamente efectiva, que con una arrolladora banda sonora de fondo, destinada a aparecer en cientos de videos emocionales próximamente, deja a cualquiera al borde de las lágrimas, si acaso es capaz de contenerlas. Pero que esta emoción no conduzca a error, ‘Robot salvaje’ está lejos de ser una película triste, más bien todo lo contrario, el humor, y lo adulto del mismo, es de lo mejor de toda la obra. Constantemente se está frivolizando la mortalidad, algo que se muestra tan común en la naturaleza como es, puede que incluso por momentos se pase un par de pueblos con el número de chistes sobre la muerte, pero esto solo es el perfecto ejemplo de la positividad que rebosa la historia, una que prefiere que reírse en vez de llorar ante las inclemencia de la vida, una actitud que toda madre que se precie desearía transmitir a sus hijos.

Se podría dedicar toda otra reseña a hablar del apartado técnico de esta obra, que hace gala de una animación que parece sacada directamente de las ilustraciones de un cuento, con acabados imperfectos, como pintados con acuarela, en el dibujo de todos sus animales y de su mundo, que contrastan con las líneas definidas y rectas de la robot, quien irá mimetizándose más y más con la naturaleza que la rodea, hasta volverse una auténtica ‘robot salvaje’, y de la ya mencionada música que eleva la película a la estratosfera de la emoción. 

‘Robot salvaje’ sabe que los niños no son de goma, pero tampoco de cristal, y se dirige a ellos con el respeto y el cuidado que requieren estas pequeñas personas para poder llegar a ser todo lo grandes que quieran, siempre contando con el apoyo de aquellos que les quieren. A mí ‘El gigante de hierro’ me enseñó que «eres lo que eliges ser», a pesar de que te programen para lo contrario, y espero que muchos otros niños aprendan gracias al ‘Robot salvaje’ que «a veces para sobrevivir, debemos convertirnos en algo más que aquello para lo que nos programaron».

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