La pandemia puso excesivo silencio sobre el adiós de Paulino ‘El Manco’, el entrañable pastor bueno de voz de trueno e incomparable caldereta; la pandemia retrasó que hasta hace un año no se esparcieran sus cenizas por el puerto de Sancenas de Genicera, allí donde está el chozo que siempre será ‘el chozo de Paulino’...
Pero ni la pandemia ha podido evitar que en aquel espectacular paraje suyo sus amigos, parientes, vecinos de Genicera y ‘alumnos’ de la vida de Paulino García subieran hasta el chozo con una gran placa de metal que con su base de piedra pesa lo suyo que lo dice todo en pocas palabras: "Viajero: Un hombre y sus ovejas tallaron este paisaje. Zurrón y cacha fueron sus armas y esta es la honra que merece Paulino García". Y creo que con el nombre de Paulino siempre viaja la memoria de su ‘eterno motril’ Cándido, así lo querría el manco, que siempre sonreía y torcía la cabeza al escuchar a aquel escudero que no quería ser amo porque "tienen muchos problemas los dueños que no tenemos los sirvientes".
Fueron los suyos, los mismos que lanzaron sus cenizas al viento de Sancenas, los que apadrinaron la idea del viaje y la escultura. Con Marta y Charo, hijas sin serlo y con las que también viaja la memoria de Pepín, a la cabeza subieron Félix el de los perros, las gentes de Genicera con el presidente a la cabeza y otros muchos... también los hubo que quedaron abajo al abrigo de las palabras de Vitalino esperando para comer esa ‘caldereta virtual’ que siempre se calienta al calor del recuerdo de Paulino. "No todo el mundo está para subir montes", argumentaron alguno para quedarse en el campamento base, por más que yeguas y caballos ayudaron en el transporte y yeguas y caballos acompañaron la colocación de la escultura.
Y después de que el monolito del gran Paulino quedara templando los vientos de Sancenas llegó la comida de hermandad, con los que se sumaron del ‘campamento base’, en la que el gran protagonista fue el manco que mejor preparaba la caldereta, el que parecía saber hablar con mastines y careas, el de la conversación afable y la puerta abierta en La Candamia... un pastor de chozo y hermandad, un tío irrepetible.
Uno de los que no subió pero sí comió, su amigo del alma Pedro Trapiello, dibujó al manco hace años como lo han hecho pocos:" Tributándole respeto desde la peña leonesa hasta Cáceres, por el Manco le conocen y la culpa la tuvo un arañazo forroñoso de alambre que le gangrenó el brazo siendo mocín en el puerto; pero nada le impidió resolver una vida y un oficio que exige cuatro brazos y ojos en la nuca para oler al lobo. (...) Bregó como el que más. Es señor de sí mismo y pastoreó su propio ganado. Nunca desmidió la ambición y ha estado donde quería venciendo los hocicazos de jabalí que da la vida. Su apretón de mano vale por dos. Legal en la palabra. Inquebrantable en el trato. Para él la mentira es lo peor, pues de ahí nace todo lo malo. El rebaño fue siempre su querencia. No he visto quien entienda más de ovejas; hasta el veterinario le pide opinión. Podría dormir arrebujado en un banzo si lo pide el rebaño o el andar. Y en cuanto a perros, que nadie discuta a Paulino; la pureza de sus mastines fue sagrada y sus careas aprendieron latín".
Allí vive para siempre. En el chozo