El 14 de junio de 1889, un día tal como hoy, nacía en la localidad de Porqueros, Manuela Carrera, mi abuela por parte materna. Lo hacía en un pueblo cuya referencia histórica documentada más antigua data de finales del siglo XV. El estudioso Martín Martínez Martínez, basándose en una anotación del ‘Cartulario’ o ‘Indicador de Carracedo’, cree que el monasterio de Carrecedo poseía en la Cepeda, entre otras propiedades, la granja de San Miguel de Moruelas de Porqueros, donde hoy existe un lugar denominado Meruelas.
Martín Martínez habló con un vecino del pueblo que le mostró una finca de su propiedad en ese paraje, donde se apreciaban restos de una edificación que podrían corresponder a la antigua granja. Esa primera referencia histórica deja mal a Porqueros, porque la anotación extraída del ‘Cartulario’ indica que al abad, Juan de Dena, le engañaron en el pago de la renta que le correspondía. Pero no debemos olvidar que el pecado, hurtar parte de lo que se debe en este caso, es solo la otra cara aparejada a la virtud. Así, puede considerarse el fraude como un modo de rebelarse ante una situación considerada injusta, la que permite disfrutar a un monasterio del cuestionable derecho de propiedad sobre la tierra que debería poseer quien la trabaja.
Treinta y un años después del nacimiento de mi abuela, en 1920, el folklorista americano Aurelio M. Espinosa viaja hasta España, comisionado por la sociedad American Folk-lore Society, con el proyecto de recopilar cuentos populares que ayuden a validar una hipótesis de sus investigaciones. Para Espinosa, el origen de los cuentos de los pobladores de Nuevo México, que lleva reuniendo desde 1910, se remontaría a los de los primitivos conquistadores provenientes principalmente de Castilla, Andalucía y Extremadura. Llega a nuestro país en el mes de junio y después de entrevistarse con Menéndez Pidal, inicia su recogida de cuentos populares en Santander. A lo largo de cinco meses viaja por España hasta juntar cerca de trescientos. De ellos, trece en la provincia de León y, de estos, dos en Porqueros: ‘La loba negra’ y ‘El príncipe rana’, ambos, cuentos de encantamiento.
‘La loba negra’ tiene algún parecido con ‘Blancanieves’ – la madre envidiosa de la belleza de su hija, pero a la que transforma en una loba negra y encierra en un castillo– y con un cuento egipcio de Maspero – el príncipe al que vaticinan que morirá si se encuentra con un cocodrilo, una serpiente o un perro, en esta ocasión un joven conde al que amenaza la caída de un rayo –. A pesar de algunas incongruencias en el relato del anónimo informante, Espinosa lo considera, en sus notas, original y una aportación verdaderamente valiosa. ‘El príncipe rana’ es muy parecido al ‘Rey rana’ de los hermanos Grimm, casi un calco. Prosa cuidada la de los escritores alemanes y lenguaje llano y expresivo el del vecino o vecina de Porqueros al comunicárselo al americano, que ha aparecido sin que nadie sepa quién le envía ni qué pretende realmente. Quizá mi abuela se cruzó con él en el tiempo que permaneció en Porqueros y se hizo las mismas o parecidas preguntas. Manuela, tan poco dada a ensoñaciones, siempre ocupada, hacía un alto en sus tareas y nos contaba a los nietos otro cuento, este breve, cómico, sobre un taimado gato llamado Mundo que se llevaba los mejores trozos de los torreznos preparados por una mujer que acaba de enviudar y no dejaba de repetir, aparentemente consternada, ante los vecinos reunidos en el velatorio del marido: «¡Ay, Mundo, Mundo!, como te los vas llevando uno a uno, y de los mejores».
Manuela Carrera y Aurelio M. Espinosa
Por José Javier Carrasco
14/06/2022
Actualizado a
14/06/2022
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