Con Carmen la conversación viaja de la ‘dureza’ de los recuerdos y las palabras de quien lo dice todo como lo siente —"una mujer a esgarrrachopos", la definen en su pueblo— a la ternura de los pasajes de una vida marcada por el trabajo y la pasión por una familia de quince hermanos en tiempos duros y de cuyos miembros, (los abuelos, sus padres...) lo que más valora, "es que eran buenas personas", lo repite con frecuencia por ejemplo cuando habla de su madre, "que era la comadrona del pueblo sin ningún estudio, bueno después de tener quince hijos algo sabría" o de su marido, "que fue toda la vida el alcalde del pueblo porque todos le apreciaban".
Y añade algo más: "lo que más valoro del abuelo (se lo cuenta a los nietos) es que era buena persona y que sabía valorar a las mujeres, decía que la mujer era el pilar de la casa y no admitía que nadie la pegara o maltratara", una frase que tiene mucha más fuerza si recordamos que hablamos de hace setenta años, aproximadamente. "Nunca me regaló una flor, pero era una persona muy buena, para mí y para todos, que es lo principal. Yo no necestiba flores porque su modo de ser superaba todo", dice con orgullo al hablar de su marido, al que conoció en la boda de una amiga y con el que se casó con tan solo 17 años.
Carmen es pura humanidad, cercanía, ternura y verdad a palo seco, cuenta las cosas como las vivió, y se ríe cuando recuerda que la primera vez que llamé a la puerta de su casa no me dejó entrar con una razón contundente: "En mi casa, que soy viuda, no entra un hombre solo". Y cuando dice una cosa no se vuelve atrás, en el corral tuvo que ser la conversación.
La hila de Carmen
Hace unos días el pueblo de Casasuertes —casi vacío en invierno y bastante poblado en verano— se reunió en torno a Carmen para arrancarle recuerdos que mantiene tan frescos y, además, va plasmando en escritos que ella misma hace en sus ratos libres y llama ‘Palabras desde mi cocina’, a los que por suerte no necesita recurrir pues con las arregladas escuelas convertidas en su excelente memoria le permite recordar y contar con gran precisión. Una idea de la vecina/veraneanta Mar Trapiello que los reunió en la restaurada ‘Escuela Nacional Melchor Reyero’ convertida en improvisada hila en la que más vecinos hablaron pero Carmen era el hilo conductor ante la gran mayoría de quienes estaban en el pueblo, incluidos los más pequeños, que a veces ponían cara de extrañeza —con sus móviles en el bolso— cuando la veterana ‘abuela’ desgranaba anécdotas como que "lo que más ilusión me hizo en la vida fue cuando, con solo seis años de edad, oí la radio por primera vez".
"Los domingos había baile y un ciego tocaba toda la tarde por un paquete de tabaco"
Ella escribió en su cuaderno la ‘arradio’, que era como decían casi todos entonces, pero su cuaderno muestra una buena letra, muy pocas faltas de ortografía y se expresa con gran claridad, "para orgullo de los buenos maestros que siempre hubo en el pueblo". Y uno de ellos, Melchor, le da nombre a aquellas escuelas que hoy son impagable punto de reunión del vecindario y acogió la hila (éste es el nombre que en Casasuertes tiene el filandón) y que a Carmen le gustaba más que la iglesia, que también se barajó como opción, "porque cuento cosas que igual no son para una iglesia", explica Carmen, que no quiere que nada le robe esa sinceridad que tanto le gusta en el contar. "La mujer de ahora no sabe valorar las cosas, a nosotras no nos tocó más que trabajar y trabajar".
- Algo de fiesta también habría...
- Mucha, claro. Hacíamos baile todos los domingos. Después de comer íbamos al rosario y luego de paseo, y al volver era el baile, con tambor y panderetas, nosotras tocábamos y nosotras bailábamos. Algunas veces tocaba un señor que era ciego y fumaba, le comprábamos un paquete de tabaco y estaba tocando toda la tarde.
- ¿Te gustaba bailar?
- Mucho. Y todavía me gusta, a mis 86 años todavía bailo que me las pelo.
"Con 10 años ya iba con las ovejas a la majada, éramos 15 y había cuidar de los hermanos pequeños, trabajar en el campo, segar o tejer, que entonces toda la ropa se hacía en casa"
Sonríe recordando los bailes, pero no se le borra la sonrisa cuando recuerda los trabajos pues está muy orgullosa de ellos. "Éramos quince hermanos y no era la mayor, pero casi te puedo decir que me tocó ser la madre de ellos, porque siempre fui muy dispuesta y trabajadora. Con 10 años ya iba con las ovejas a la majada, había tarea para todos, unos a cuidar el ganado, otros a cuidar de los hermanos pequeños, alguna a hacer la comida y a hacer punto, que entonces la ropa no se compraba, se hacía toda en casa, desde la lana de la oveja que se hilaba para jersey o calcetines o lo que fuera, hasta los vestidos y escarpines, que se hilaban más gordos. El sayal íbamos a Riaño a tejerlo, todavía es hoy el día que me llaman para tejer, porque ya nadie se acuerda de cómo se hacían estas cosas".
Recuerda el duro trabajo de recoger la hierba, "segando a guadaña, claro", ordeñar, arar, ir al monte... "un día tras otro que a los labradores no nos tocó ir de vacaciones nunca, ¿quién nos cuidaba las vacas y las cabras?, no había dinero para esas cosas... habiendo para comer y buena llevanza".
- ¿Ahora os reunís la familia?
- Lo que podemos, que éramos 15. Cuando nos reunimos en Madrid vamos al teatro todos juntos, que en el pueblo no lo pudimos hacer. Nos gusta mucho y lo pasamos muy bien.
- ¿Me dejarás entrar la próxima vez?
- No sé. Un hombre solo.