Masud Barghinobar, ‘El maragato’ que llegó de Irán

Por Gregorio Fernández Castañón

15/02/2024
 Actualizado a 15/02/2024
Este bosque encantado es único y se encuentra en Santa Colomba de Somoza. | G. F. C.
Este bosque encantado es único y se encuentra en Santa Colomba de Somoza. | G. F. C.

Cuántos árboles se necesitan para formar un bosque en una tierra yerma? ¿Tres, cinco, nueve, cinco mil? ¿En la provincia de León existe la posibilidad de admirar algún bosque artístico? Preguntas que uno se hace esperando, tal vez, que sea la propia curiosidad la que rompa el silencio, hasta que, sorprendentemente, «salta la liebre». Por eso…

Aquel día, las aguas claras del río Turienzo, a su paso bajo el puente de Santa Colomba de Somoza, acariciaban con insistencia un frondoso jardín de algas. Y en la contemplación de aquellos interminables vaivenes verdes me detuve un instante. El suficiente para escuchar las notas armónicas de las nereidas indicándome la cercanía de una sala de arte al aire libre. Luego, mientras avanzaba hacia el encuentro, eran los gorriones los que, de rama en rama, alegraban la mañana con su trinar. 

El bosque artístico de Santa Colomba de Somoza lo configuran nueve gruesos robles (y dos extras) a los que, después de entregar a la tierra su último suspiro, les dio otra vida el escultor Masud Barghinobar, quien ya me estaba esperando. 

–Mi enhorabuena, Masud, porque mi primera impresión es… ¡impresionante!

Y los dos sonreímos, mientras nuestras manos chocaban, tal vez, con excesiva violencia.

–Cuéntame, Masud.

Y el artista, enamorado de la maragatería, parecía haber entendido la voz de los ancianos defendiendo sus «vidas» en los filandones de tan largos inviernos.

Había una vez… 

El escultor Masud Barghinobar entre los troncos tercero y cuarto. | G. F. c.
El escultor Masud Barghinobar entre los troncos tercero y cuarto. | G. F. C.

–Mira –me dijo, a modo de introducción–, con los dos primeros troncos de la izquierda me pasó algo muy curioso. Yo los miraba y ellos parecían hablarme. Los volvía a mirar, pensando en que… Y ellos, torturándome machaconamente, insistían en levantar la voz, hasta que logré entender su mensaje. Cumplí sus deseos. 

Reconozco que no es la primera vez que oigo decir a un consagrado artista que su tronco o su piedra llora, se ríe, susurra o… le habla. Ni será la última, eso espero. 

Lo que aquellos troncos le decían a Masud era que, antes de utilizar el mazo y la gubia, los uniera en «santo matrimonio». Y así, de esa forma tan noble, con la ayuda de la «costilla» que le otorgó un nuevo tronco, colocado en medio de ambos, surgió a la luz una pareja de maragatos enamorados. Hombre y mujer valientes que, de tanto amor por la tierra, deseaban compartir el mismo sol. Trabajar juntos; caminar y guardar el equilibrio, siempre juntos, utilizando el cobijo de un único sombrero. Igualdad para combatir el frío y el calor y para interpretar los tintineos de la soledad más oscura o el resplandor que dejan las brasas al imitar los guiños de las estrellas en una noche apasionada. 

Y con aquella mágica unión, la historia continuaba tan de cerca que me «salpicó» el relincho de un sediento cuadrúpedo. Caballo que se detuvo en el manantial dónde, por primera vez, bebió el agua para convertirse en uno de esos «caballos arrieros» que van y vienen, llevando a sus espaldas unas alforjas de ida y vuelta. 

Las pretensiones artísticas de Masud, en el «cuarto tronco», no se alejaron ni un ápice del guion establecido. Por eso, allí, se ve una mano que, tras viajar por tierras lejanas, va rescatando a todos aquellos que, «por un mal aire», se vieron obligados a abandonar la cuna de nacimiento. Y, porque hay fundadas esperanzas, jamás se ha de apagar las llamas de las antorchas que iluminan las sendas del retorno. Volver para vivir. Respirar el aire fresco del Teleno, como ayer, como siempre. Y esperar, después, a alcanzar la paz que ya poseen los que lucharon hasta para inscribir en el registro el nombre de cada cual. Sabia sabiduría que queda reflejada en el «quinto tronco». Allí, por si existieran dudas, se encuentran los frutos que un individuo barbado consiguió tras ser el héroe de una pasión tras otra. Quiero decir que, con idéntico color de piel, dos nuevos seres surgen de su misma sangre. Uno mira hacia ese pasado que alimenta los recuerdos, y el otro va conjugando el presente, sin apartarse, en ningún caso, de la ruta maragata de un futuro. 

Así, entre los vaivenes que agitan las telas de los mandiles, los manteos y las enaguas de las mujeres y las bragas de los danzantes, sin olvidarse –eso tampoco– del trote y del relincho de los caballos, aparecen ellos en el «sexto tronco»: rostros que, por formar parte de la historia y habitar en otra dimensión, se insinúan ligeramente. Son espíritus errantes con alma de ensoñaciones que, con excesiva timidez, sugieren, desaparecen y vuelven para hablar, sin voz, sobre los lejanos tiempos que han de considerarse para no volver a tropezar con la misma piedra.

–Mira. Escucha –me dijo de repente Masud.

Y yo, claro, ensimismado en la contemplación de tanta belleza, estaba escuchando… nada. Hasta que…

–¡Coño! –grité–. Ahora, sí que te entiendo

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El artista junto a ‘El maragato’ que cedió al consistorio. | G. F. C.

En clave de sol, había unas notas musicales que surgían de las cuerdas de una vieja guitarra, tallada en el séptimo árbol. Un homenaje sincero a Juan Luis García, «el profesor y director de orquesta que tanto está haciendo para que los jóvenes en el Conservatorio amen la música».

–Conozco a Juan Luis –le comenté–. Y, porque estoy de acuerdo con tus palabras, te felicito por incluirle en esta metáfora.

Suficiente. No hicieron falta más apreciaciones para saltar de la música a la poesía. Poemario que, apoyándose en un atril («octavo y noveno tronco»), mantiene abierto su autora, a la que Masud puso nombre: Mari Paz Martínez Alonso, de Andiñuela de Somoza.

–¿Por qué Mari Paz en este bosque artístico? Dime, Masud.

–En realidad, mi historia creativa comienza con ella. Mari Paz abre su libro y recita sus versos dirigiéndose a las otras cinco representaciones escultóricas. Y lo que lee, teniendo siempre muy cerca el monte sagrado ‘El Teleno’, no es otra cosa que la historia del pueblo maragato, al que pertenece. Pueblo que defiende a través de los muchos actos culturales que organiza y en los que participa. Por eso pensé que nadie mejor que ella habría de unir el contenido artístico de todo este trabajo. ¿Qué te parece?

Me parece que esta obra, a la intemperie, es mágica. Tiene vida. Es única. Y me parece que los responsables de cuidarla, mimarla y promocionarla no han descubierto en ella su verdadero valor. Lo digo después de confirmar mis sospechas. Lo afirmo tras mirar y ver los nulos cuidados en el mantenimiento que aplican a este bosque encantado. Con todos mis respetos, las malas hierbas, en la base, que crecen y proliferan, acelerando la putrefacción de los troncos; los barnices que no se aplican periódicamente como sería de esperar, o la permanencia de ese armazón metálico, de un escenario festivo, que «daña» la visión objetiva de los fotógrafos, son algunas de las causas que tendrían que valorar para solucionar con la máxima urgencia el problema. Creo, en fin, que esta obra y su historia, bien promocionada, habría de ser calificada en el libro de la cultura maragata, y por lo tanto leonesa, como «sobresaliente». Y, sin embargo…

Masud Barghinobar, humilde él, prefiere hablarme de la sintonía que ha alcanzado con las personas mayores del pueblo: «mientras estuve realizando esta obra –me dijo–, hiciera frío, nevara o lloviera, ellos venían a verme. Me hablaban, me daban ánimos, me acompañaban a la hora de comer un simple bocadillo. ¿Sabes? Fue casi un año el que empleé en tallar estos troncos y así, poco a poco, hice muy buenos amigos. Con el paso del tiempo, eso es lo que realmente importa».

–Ya, pero… 

Y, como las dudas llegan a ofender, preferí cambiar de tema, para seguir ahondando en lo que importa: Masud Barghinobar también utiliza el mármol y las piedras en sus creaciones. De hecho, fuimos hasta el Ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza para ver su «maragato» de mármol blanco (extraordinaria escultura, que cedió al Consistorio, pendiente de ser colocada en un sitio visible, para la admiración de todo el pueblo). Y ya, por la tarde, me acerqué hasta su taller para confirmar la verdad: este hombre de Irán, que habita entre nosotros desde hace más de veinticinco años, además de un buen escultor, ama y defiende la maragatería con su voz y con su obra. 

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