Matalobines, en el nombre llevaba la biografía

Villarrasil era su pueblo y él, Matalobines, el último habitante de esta localidad cercana al balneario de Nocedo del que ya no queda ni rastro. Sobrevivió allí de la ganadería y también de la pesca y la caza furtiva, el lobo era uno de sus enemigos y en su nombre lleva cómo era la relación con él: "Maté tantos como años tengo, y cada año tengo más años"

Fulgencio Fernández
07/02/2021
 Actualizado a 07/02/2021
Laurentino Castillo, Matalobines, último habitante de Villarrasil, ya en Nocedo.
Laurentino Castillo, Matalobines, último habitante de Villarrasil, ya en Nocedo.
«Pues por lo mismo que se mueren todos los pueblos de esta montaña. Porque no había qué comer y la gente aumentaba. El terreno era el mismo. Los jóvenes emigraban y los viejos se fueron muriendo». Así le explicaba Laurentino Castillo  a Julio Llamazares cómo se fue muriendo su pueblo en ‘El río del olvido’.

Su pueblo era Villarrasil. Era. Ya entonces en los años 80 estaba deshabitado y hoy no queda piedra sobre piedra ahí cerca del balneario de Nocedo, donde estuvo. Y Laurentino es un nombre que a incluso a las gentes de la comarca les dice poco pues el nombre por el que todos le conocían era Matalobines, un apodo que es más una autobiografía, la de un superviviente en las condiciones que decía y a las que añadía otras causas: el mal de moda (la gripe española de 1918) y la guerra civil, que no son pocas causas. Tanto que nuestro paisano cedió y acabó yendo a vivir a Nocedo con una sobrina. «Estoy bien aquí, tengo de todo; pero yo soy de Villarrasil».

Allí fue donde le plantó cara a la vida Matalobines. Ahora que se está debatiendo sobre el lobo la biografía de Laurentino es todo un tratado para saber de dónde venimos. «¿Lobos? Maté tantos como años tengo. Y tengo muchos (casi 90) y cada año más... y fíjate el año que todavía hicieron los pocos que dejé vivos», explicaba en un reportaje de La Crónica a Miguel Ángel Castañón, a quien contaba cómo no se podían permitir que les matara el ganado, que era su vida, ya muy dura. Llenó el monte de trampas con cebo para el bicho «y me tenían que haber hecho un monumento los pastores y los ganaderos», decía aquel paisano de buen humor que lamentaba que ya no tenía piernas para ir al monte.

- Y siendo furtivo, ¿qué pasaba con los guardias?
- Nada. Para no tener problemas sólo hacía falta ser más listo que ellos y conocer el monte; y estos montes eran mi terreno, los conocía como mi casa, y ellos sólo estaban de paso».
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