Matías Díez, nada leonés le era ajeno

Por Fulgencio Fernández

18/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
El escritor y estudioso de todo lo leonés, Matías Díez Alonso.
El escritor y estudioso de todo lo leonés, Matías Díez Alonso.
León perdió hace tan solo unas horas a uno de sus hijos que más tiempo y afanes le dedicó durante décadas, para conocer cualquier aspecto de esta tierra: su historia, sus mitos, sus leyendas, sus pueblos, sus gentes, su costumbrismo, arte, patrimonio o hasta las leyendas de sus campanas o el número de escalones que tenían las escaleras de todos los campanarios de la provincia, que no es una forma de hablar, es que lo hizo Matías Díez Alonso, pues bien se puede decir de él, parafraseando a Pablo Terencio Africano, que «nada leonés le era ajeno».

Sí, falleció Matías Díez Alonso, el maestro. Porque además de leonés ejerciente fue maestro militante, maestro en muchas viejas escuelas, director de nuevos colegios en León... maestro, incluso entre sus cerca de cincuenta libros dedicado a León hay alguno dedicado al magisterio, por ejemplo, el Temario de ciencias de la Educación’, por citar uno de ellos.

Matías el maestro porque la mayoría de sus libros eran otra clase más, una forma de acercar a las gentes de una comarca su historia, sus leyendas, sus gentes: ‘León sus tierras y sus hombres’, publicado en 1982 en Everest fue un libro de referencia provincial, como lo fue en los campos que anuncia su título ‘Mitos y leyendas de la Tierra Leonesa’, uno de los libros más consultados en nuestras bibliotecas.

Pero dedicó monografías ‘parciales’ a Oteruelo de la Valdoncina, las cabeceras del Cea, la Colegiata de Arbas, Chozas de Abajo, en Municipio de Santovenia, San Andrés del Rabanedo, las cabeceras del Porma y, ¡cómo no!, a ‘Las tierras del Torío’.

Escribo ¡cómo no! pues la definición completa del infatigable investigador era «Matías el maestro de Getino», pues en el pequeño pueblo de las ventas y las caldas había nacido hace 91 años, allí sigue teniendo su casa, allí pasaba largas temporadas y paseaba con su cacha por la orilla del río Torío hasta Felmín, mirando desde el cruce la escarpada carretera hacia Valporquero o la entrada de las Hoces, te hablaba del Calero que está ‘en la frontera’. «Qué triste la desaparición de los caleros, siguen siendo necesarios pero, como tantas cosas, las han desterrado otras modas», te podía empezar a decir para seguir repasando los viejos caleros que hubo, quiénes habían trabajado en ellos, cómo se hacía la cal, quién la manejaba mejor, que artesanos trabajaban bien la piedra... pues con Matías los temas saltaban de unos a otros, se hilaban y, reconocía, su tragedia era que «ya fuera en una conferencia, en una conversación o en un libro siempre contaba mucho menos de lo que le quedaba por contar».

Tal vez por ello uno de sus últimos trabajos o, tal vez, el último fue su ‘León, compendio de su patrimonio cultural’, en el cual intentó abarcar todos los campos en breves pinceladas de todo lo que podía contar, como una última clase a sus lectores, el regalo de un resumen pues, decía en su presentación: «Quiero que sea una especie de enciclopedia escolar, manejable y útil; pues una enciclopedia nos lleva a pensar en varios tomos y este libro se queda en 370 páginas».

Su historia de siempre, saber mucho más de lo que le daba tiempo a contar. La pasión de un maestro, de aquellos viejos maestros de cuidada y preciosa, la que le llevó a otra de sus ocupaciones menos conocida, la de perito calígrafo de los juzgados, que también puso al alcance de su mano lo que es el eje central de su larga andadura: conocer, estudiar, investigar... contar.

Se ha ido uno de esos «moridos de amor por la su tierra», que decía aquella Justina que llamaban Pícara.
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