Media hora más contigo

Por Joaquín Revuelta

24/12/2023
 Actualizado a 24/12/2023
Epigmenio Rodríguez. | MAURICIO PEÑA
Epigmenio Rodríguez. | MAURICIO PEÑA

No nos sentábamos juntos en el cine porque a mí me gustaba hacerlo en las filas de delante y casi siempre esquinado para poder estirar las piernas. Epi se sentaba algunas filas más atrás y centrado a la pantalla. Pero antes de asistir al estreno de turno en la sesión de noche de los viernes en los cines Van Gogh nos gustaba tomar el café -Epi siempre pedía un chocolate y algo para mojar- en El Horno de Choni. Al finalizar la proyección yo le esperaba a la salida del cine porque a Epi le gustaba quedarse a ver los créditos finales, algo que yo no solía hacer, y emprendíamos acto seguido el camino de regreso a casa haciendo una valoración de urgencia de lo que acabábamos de contemplar hasta que nuestros caminos terminaban separándose en la plaza de Santo Domingo.

Mi trabajo en La Nueva Crónica como redactor de cultura y comentarista cinematográfico posibilitó que en varias ocasiones tuviera que cubrir informativamente algunas de las facetas que Epigmenio Rodríguez fue desarrollando a lo largo de los años. La de escritor y autor de varias publicaciones, como los dos volúmenes de ‘León sin prisa’ o la trilogía ‘De Infernis’, de la que llegué a informar de sus dos primeras entregas, ‘El color de las hayas’ y ‘El sol entre los rascacielos’, y también la de cineasta, que me tocaba más de cerca, y donde me mostré excesivamente crítico con mi amigo, pues recuerdo que tanto su cortometraje ‘Las becicletas’ como el largo ‘Media hora y un epílogo’ obtuvieron por mi parte comentarios nada elogiosos. Me había ocurrido otras veces con gente de León, como en el caso de Julio Sánchez Valdés y su adaptación de ‘La fuente de la edad’ o de Felipe Vega con ‘El techo del mundo’, que contaba en el guion con la presencia del también leonés Julio Llamazares. Epi nunca me lo echó en cara, pero sé que le dolió porque durante bastante tiempo no hubo llamadas ni encuentros periódicos en las mencionadas salas de cine del barrio de San Claudio.

De su enfermedad me enteré bastante tarde por terceras personas, pero tuve ocasión de volver a verle y abrazarle este pasado verano en un encuentro casual en la plaza de Santo Martino, donde le recordé que le tenía reservado un ejemplar del libro que había escrito conjuntamente con Esther Bajo sobre la historia del Cine Club Universitario de León.

Con el tiempo he dejado de ir a las salas de cine y de hacer las críticas en el periódico, pero echo de menos aquellos encuentros de los viernes por la noche en los cines Van Gogh, las apresuradas cenas de Epi a base de chocolate y algo para mojar porque venía de otro evento cultural y no le daba tiempo para más, el paseo nocturno de regreso a casa, donde debía situarme estratégicamente al lado de su oído bueno para poder mantener la conversación. Pero sobre todo echo de menos su bondad y generosidad, la que yo no tuve con él y bien que me arrepiento de ello.

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