Melchor Gutiérrez San Martín, rey de la luz

Por Gregorio Fernández Castañón

04/07/2024
 Actualizado a 04/07/2024
Melchor Gutiérrez presentando a su divina majestad la Virgen de los Reyes. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Melchor Gutiérrez presentando a su divina majestad la Virgen de los Reyes. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Tiene nombre de rey mago y realmente lo es. Así lo creo y así lo quiero manifestar públicamente antes de que las sombras de la envidia llenen de negro las profundas aguas en los baños de agosto. Su barba y cabellos son blancos como los del primer soberano que llegó a Belén siguiendo una estrella. Y, como aquella divina majestad, emplea el oro (y la plata) para regalar el brillo a los ojos. Es más, si revuelvo en el cajón de los caracteres hebreos, encuentro que rey Melchor significa rey de la luz.

El pasado Miércoles Santo, justo en el patio de las Trinitarias leonesas, Melchor Gutiérrez San Martín me sorprendió al dirigir una sinfonía de flores. Esperé para verle trabajar. Y lo hice a conciencia, guardando la distancia que imponía el silencio antes de decidir la ruta a seguir. De pronto… Al iluminarse los números musicales en mi muñeca, di un paso al frente y me puse a su lado: «¿Melchor?».

–Sí, soy yo –me respondió.

Y a partir de entonces, la única preocupación para él era que «no dispongo de la ropa adecuada para salir en las fotos». No le importó, sin embargo, dejar sus quehaceres al margen para invitarme a…

–Siéntate en uno de estos varales (del trono de su ‘Cristo Despojado’). Tú me dirás…

Dos horas es tiempo más que suficiente para que las dunas de un desierto disminuyan al pasar por el canalillo del cristal transparente de un reloj de arena. Tiempo que nadie emplea para saber con exactitud el número de partículas que alimenta el vuelo de las palabras. 

Melchor Gutiérrez San Martín nació en Galleguillos de Campos, en 1953, tan cerca de Sahagún que, al extender la mano, podía tocar las huellas por donde los peregrinos hacían camino al andar. Y con el sudor de su frente, pisando el polvo, llegó a alcanzar la gloria sin olvidar los sinsabores que le ofrecía la vida.

El artista eleva la mirada, junto al evangelista San Juan, con su águila.| G.F.C.
El artista eleva la mirada, junto al evangelista San Juan, con su águila.| G.F.C.

–Yo, para que lo entiendas –me confesó–, fui un mal estudiante y además un ser maltratado por una enfermedad tras otra. Mi espíritu no estaba precisamente orgulloso al pasar de curso, y mi cuerpo tenía tantas picaduras de inyecciones que se asemejaba al desecho de un globo. Nací en una familia humilde. Mi padre cuidaba la huerta de los dominicos y mi madre era la cocinera del convento. En medio estaba yo luchando por mantenerme a flote. Como verás, mi destino hacía aguas y, entre Palencia y La Virgen del Camino, siempre con los dominicos, hallé, con el arte, una puerta abierta. Y hoy, estoy convencido, soy lo que soy gracias a Carmen Trapote Sinovas –catedrática de Artes Plásticas y de Diseño, en Palencia–, una excelente profesora que me enseñó a reconocer mis muchos errores, ofreciéndome, a cambio, todo su conocimiento y amor por esta bendita profesión. Te diré más: mi personalidad se forjó en la Escuela de Arte en la que se encontraban 30 mujeres y… yo.

Melchor hablaba y hablaba,y para detener su marcha tenía que romper, de golpe, el protocolo. Por eso…

–Si es duro estar sentado encima de este varal, no me imagino el peso que han de soportar los hombros de los braceros. ¿Tienes en cuenta el peso de tus imágenes?
–Sí…

Claro y… depende. Lo he entendido perfectamente, porque no es lo mismo que el trono soporte 13 imágenes, a tamaño real (como la ‘Sagrada Cena del Señor’ que hizo para Palencia), que pasear por las calles de León a su ‘Cristo Despojado’ con algo más de 100 kg, a los que se les ha de añadir el peso de los cuatro evangelistas. Lo cierto es que Melchor Gutiérrez lleva casi 50 años haciendo de la Semana Santa su pasión. Tanto que su peculiar obra, hoy, se puede admirar en Palencia, Daroca (Zaragoza), Madrid (El Paular, Navalcarnero y la propia capital), Oviedo, Tarragona, Valencia, Valladolid, Zaragoza y, por supuesto, en León, donde sus pretensiones son claras: conseguir que la Cofradía del Gran Poder cuente con, al menos, 10 obras suyas. 

León, siempre León. Y en León…

–¡Cuidado con elevar en exceso ese centro floral! –gritó de repente a uno de los montadores de sus pasos–. Las flores son un buen complemento, pero no soporto –me lo decía entonces a mí– que enturbien la mirada del espectador, que tapen la belleza de la imagen o de algunos de sus complementos.

Melchor Gutiérrez San Martín es el director artístico de la Cofradía del Gran Poder, de León; «una gran familia», en palabras del artista. Él, uno más, dejó en tierra sus elegantes ropajes y se puso la chaquetilla de ‘montador’ y un gorro para dejar el frío leonés oscilando en el ambiente (realmente, aquel día, el frío era difícil cortarlo hasta con un cuchillo).

Delante de la policromía de una de sus obras. | G.F.C.
Delante de la policromía de una de sus obras. | G.F.C.

La primera gran obra en León de este artista fue vista en el año 1979, año en que la cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno inauguraba el palio de La Dolorosa. Palio en el que, en cuero repujado, aparecen los escudos de León y de los viejos partidos judiciales. Espectacular. Y espectaculares son también los bordados de «sus» vírgenes (terciopelos bordados en hilo de oro, plata, sedas y pedrerías) y del resto de los cueros en palios y tronos. Tareas estas últimas para las que cuenta con la inestimable ayuda de Ana Renedo González, su esposa.

–Háblame, Melchor, de tus esculturas.

Y el artista volvió a salir al ruedo como un miura. 

–Que nadie te engañe –me dijo para empezar–. Más o menos, todos utilizamos el mismo método y la mayoría miente con el resultado final. En mi caso, para empezar, utilizo el barro, sí, y después la madera o la resina de poliéster, pero no me olvido de la labor que desempeñan los talleres –y me nombra a ‘Arte Martínez’, afincado en la localidad de Horche (Guadalajara)–. Para conseguir vistosidad –continúa–, los golpes de gubia y la policromía son básicos, y yo, en ello, empleo mucho tiempo. 

El resultado es palpable, realmente bello.

–¿Por qué utilizas tanto complemento escultural en los tronos?
–Que nadie se ofenda, pero yo considero que las esculturas secundarias de los tronos, a veces, tienen más importancia que la propia imagen que portan. El espectador, a pie de la calle, debe recibir un mensaje de lo que está viendo y, en cierta medida, ellas lo complementan. Trono e imágenes, en conjunto, han de formar parte de un gran retablo.

Y un claro ejemplo de ello, lo teníamos al alcance de nuestras manos: los cuatro evangelistas, con sus símbolos (el ángel, el león, el toro y el águila) que adornaban el paso del Cristo Despojado.

‘Cristo Despojado’. Ejemplo sobre la morfología del cuerpo humano. | G.F.C.
‘Cristo Despojado’. Ejemplo sobre la morfología del cuerpo humano. | G.F.C.

–No existe en España un solo trono que lleve evangelistas tan enormes y que tengan tanto protagonismo como este –me confirmó.
–Bien. Pues ahora quiero que, como espectador, te manifiestes viendo el paso de una procesión que lleva tus imágenes. ¿Qué te sugieren?
–De lejos, quiero ver que la obra que se acerca es, en cierta medida, barroca, pero… De cerca, mucho me gustaría que cualquier persona asistente descubriera en ella un conjunto novedoso, casi festivo, que mantiene, eso sí, la esencia tradicional. 

Y para tradicional tenemos a su Virgen de los Reyes; ahora bien, como conjunto novedoso lo encontramos en el palio que la protege, en el que están representados, en relieve, 18 reyes y reinas del antiguo Reino de León. Todo un detalle histórico que se ha de observar con cierto orgullo mientras, tal vez, se escuchen los sonidos de tambores y trompetas de entonces con los arreglos que ofrece una de las bandas actuales. Ay…

Melchor Gutiérrez San Martín no se olvidó de nombrar a otro de sus más cercanos colaboradores: su hijo, Víctor Ramsés Gutiérrez Renedo, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, y me recordó, una vez más, su principal anhelo: «Que la Cofradía del Gran Poder de León, más pronto que tarde, disponga de 10 pasos ‘melchorianos’ que, sin mirar a Sevilla, sean únicos en toda la península». 

El artista se despidió de mí con «un gracias por tu tiempo». Un detalle que yo fui valorando mentalmente: «¿Ves, Gregorio, cómo los ‘reyes magos’ también pisan el barro y extienden su mano?».

Melchor, ahora que lo conozco más de cerca, me pareció una persona sencilla que ama lo que hace y lo hace bien. Carismático, tal vez, rompedor y controvertido, no deja nada al azar. Su obra de imaginería, sin duda alguna, se encuentra en lo más alto del panorama internacional y, guste o no –así lo afirmo–, posee ese toque de genialidad que solo él, el ‘rey de la luz’, consigue (y que cada cual emplee «la luz» para iluminar los sentimientos más mundanos o religiosos).

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