Unas huellas que en el documental quedan plasmadas en imágenes muy sugerentes, como la maquinaria olvidada, los documentos perdidos en el olvido encima de una mesa cubiertos con cascotes o un armario que se va desmoronando, el casco de un minero que se fue y lo dejó colgado en un clavo solitario de lo que se intuye que fue un vestuario repleto de mineros, un tendido de la linea de baldes que ya son solamente cables sobre el vacío, o viejas construcciones a cuya sombra tan solo crecen ortigas o hierbas que casi tapan un oxidado vagón. Señalan desde el MSM que son «Reminiscencias de una época de esfuerzo, compañerismo, satisfacciones y, posiblemente también, momentos difíciles. Seguro es que no dejará indiferente a nadie y al visualizarlo a todos ellos arrancará más de un sentimiento».

Buena parte de las grabaciones las realizó «en el año de las nevadas, 2015, porque la maleza estaba baja y me permitía acceder a muchos lugares que en épocas más frondosas están prácticamente camuflados. Las zonas donde se encontraban las minas están ahora totalmente abandonadas, ocultas por la maleza muchas bocaminas».
Lugares camuflados a los que Benito Sierra ha quitado la malezas y, de alguna manera, las ha reabierto, aunque solo sea para la memoria y hoy las muestra en un lugar donde saben lo que significa esta historia y será inevitable la nostalgia.
Aquella curiosidad e inquietud inicial de Benito Sierra fue ganando adeptos cuando su autor iba contando el proyecto que traía entre manos y en el que iba haciendo la postproducción, buscando e, incluso, componiendo la música en su estudio hasta que llegó el final feliz de su presentación en Asturias en septiembre del pasado año.