De algunos de nuestros inolvidables podríamos decir «tristemente inolvidables», como es el caso de Rosario Endrinal, Charo, hija de un leonés y una vallisoletana, vecinos de León, que como tantas otras familias de los años 60 emigraron a Cataluña a buscar un futuro mejor. Y lo encontraron, le dieron a su hija estudios, le iba muy bien en la vida hasta que ésta se torció... y fue noticia trágica en todos los medios de comunicación cuando en las fechas previas de la Navidad de 2.005 fue brutalmente asesinada, quemada viva en un cajero de un banco de Barcelona por dos jóvenes que en el juicio llegaron a decir que «la matamos porque olía mal». Ése era el nivel de humanidad de aquellos chavales que no era la primera vez que agredían a mendigos, pero con la leonesa, explicaron, se les fue la mano, «solo queríamos hacer el tonto». Fueron condenados a 17 años de prisión: 16 por el asesinato de Charo y uno por los desperfectos en el cajero donde la quemaron viva después de rociarla con disolvente. Dan escalofríos solo pensarlo, lo que hace que sea difícil olvidar aquel crimen horrendo, hasta el punto que ‘la Endrinal’ —como dicen en Cataluña— se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la intolerancia, su caso se explica en los colegios, protagoniza campañas de concienciación y hace unos meses se abrió en Barcelona un centro de acogida con su nombre destinado a «mujeres solas, mayores de edad y en situación de sinhogarismo de largo recorrido».
Sus asesinos, Ricard y Oriol, «de buena familia», tenían cuando asesinaron a Rosario 18 y 17 años.
Difícil olvidarla en su tierra y en cualquier otro lugar pues no se recuerdan otros casos de tan extrema crueldad y con el añadido de la biografía de una mujer a la que sonreía la vida y acabó en la mendicidad. «¿Quién dijo que uno no puede agonizar víctima del desamor? La madrugada en la que tres adolescentes víctimas de sí mismos quemaron viva a María del Rosario Endrinal Petit, de 51 años, asesinaron a una mujer que ya estaba muerta de amor. Un desengaño amoroso del que nunca se recuperó arrastró poco a poco a Rosario hasta la calle. Los suyos la llamaban Charo». Quien esto explicaba era Luis Riera, el último compañero sentimental de Charo, ya en su ‘cuesta abajo’ pero siempre reivindicó la dignidad de la leonesa: ««Charo no era una mendiga. Era una señora. Con sus andrajos, sucia y sin dientes, esa mujer seguía siendo una dama», insistía este hombre que reconocía una relación complicada pues, explicaba, «Charo siempre huía, víctima de los fantasmas de su pasado».
Su pasado, como dice Luis, lo recoge el periodista Arturo San Agustín en un libro que escribió sobre este crimen, La noche que quemaron a la mendiga’: «Ya eran conocidos muchos de los pasajes de la biografía de esta mujer que formó parte de la crónica negra de los telediarios de la Navidad del año 2005, que indigno a mucha gente. Se sabía que los sueños de su padre leonés se iban cumpliendo y a ese esfuerzo de enviar a Charito a los mejores colegios de Barcelona respondió la pizpireta niña con buenas notas y la muy guapa joven con una carrera meteórica en su profesión de secretaria. En poco tiempo era secretaria de alta dirección». Y en esa época conoció al hombre que San Agustín sitúa en el origen de la cuesta abajo de esta triunfadora, un ejecutivo francés. «Se fue con él a París y aquello no era el paraíso. Conoció el mundo de las drogas ‘de lujo, se separaron, la abandonó, regreso a Barcelona pero no a casa y comenzó a destizarse por la cuesta de otras drogas», también del alcohol, la calle, la mendicidad, que comenzó a ejercer con abrigo de visón, como recordaba su buen defensor Luis Riera.
No sufrió Charo el abandono de su familia, su hija Xantal recuerda cómo la quisieron recuperar pero, como decía Riera, Rosario se había acostumbrado a huir. Lo contaba su hija (de la relación anterior al ejecutivo francés), en otra carta, esta tristemente póstuma: «Estoy convencida de que muchas familias saben lo que es tener a una persona que quieren en una situación como la de Rosario, hacer todo lo que se encuentra en sus manos, pero, aún así, no poder cambiar nada». Y habla de una esperanza que no pudo hacerse realidad: «Quizás un día como hoy (la noche que la quemaron viva), mi madre habría decidido que debía empezar a aceptar ayuda para volver a ser quien había sido».
Pero no es posible. Como no es posible olvidar a la leonesa quemada viva cuando se acercaba la Navidad.