‘El buen vasallo’
Francisco Narla
Grijalbo Editorial
Novela
720 páginas
24,90 euros
Puede parecer una paradoja, pero los dos meses que me han llevado de gira por las principales bibliotecas públicas de Castilla y León, apelando a mi presunta condición de crítico literario y de especialista en la narrativa que se escribe en la Comunidad, me han alejado de los libros y de su lectura, como habrán apreciado quienes hayan echado en falta mi comparecencia quincenal en esta sección cultural.
Mi tiempo se ha visto colapsado por un ir y venir frenético de una ciudad a otra, sin saber muy bien qué día de la semana era, mientras preparaba equipajes de mano milimétricos, repasaba notas acerca de autores específicos de cada ciudad que visitaba, respondía entrevistas de los medios más variopintos y, como el personaje viajero de Verne, trataba de buscar las mejores combinaciones y horarios de autobuses o trenes y alojamientos que no quedasen demasiado distantes de las bibliotecas. Todo eso ha servido para que terminase el mes de noviembre extenuado, con un esguince en el tobillo izquierdo y una infección que ha arrasado mi flora bucal, como el cambio climático amenaza con erradicar los corales de los fondos marinos.
Así que, sometido a semejante agitación física y mental, solo una novela ha acaparado mi atención, a ratos, en las salas de espera de las estaciones (leer durante los viajes me marea) y en las habitaciones de los hoteles, cuando el sueño y el agotamiento no me convertían en su presa predilecta. Una novela de la que me hablaron al comienzo de mi turné, en Aranda de Duero, y que -el devenir de los días está cuajado de coincidencias, como el firmamento de estrellas- me encontré esperándome en casa al regreso de ese viaje por tierras de buenos vinos tintos y suculentos corderos asados.
No es noticia que no soy propenso a la literatura de género. De cualquier género. Motivos me sobran -salvo honrosas y escasas excepciones- para recelar de ella. Pero como quiera que me apasiona la historia medieval (y la biografía del Cid Campeador en particular), y me habían hablado tan bien de ella mis amigos arandinos, me dispuse a hincarle el diente a sus setecientas páginas, quizás con el ahínco con que el guerrero de Vivar y sus mesnadas asediaban los castillos y fortalezas que en su época trataban de tomar. En la memoria tengo todavía ‹‹Sidi››, esa otra novela que Arturo Pérez Reverte dedicó a la figura del Cid hace un par de años. Y, si sobreviví a aquella lectura, malo sería que no saliese indemne de esta, pensé cuando empecé a consumir sus primeras páginas con un escepticismo que se ha ido transformando en curiosidad a lo largo del camino y que ha servido para que haya llegado al final a merced del más absoluto desconcierto, sin hacerme un juicio claro de si el autor ha creado un nuevo y peculiar estilo de narrar que lo hace absolutamente particular o si, como me barrunto, 'El buen vasallo' es un tostonazo cargado de repeticiones, de escenas replicadas y de diálogos impropios del medievo (no hablaré, por añadidura, del particular y caprichoso uso de la puntuación), que quizás fuera más admisible con una narración más directa y ágil, que podría haber ahorrado más de un tercio del papel empleado en la edición.
En el fajín que circunvala la novela, hay un comentario publicado en uno de los grandes periódicos de tirada nacional: «Narla cultiva con gran éxito el género histórico». Eso no dice nada, o es como decir que el premio Planeta va a ser uno de los libros más vendidos del año. Una perogrullada supina.
¿Dónde radica el éxito del autor lucense?
No tengo la menor idea.
Cierto es que la trama amasa su miga, que va y viene en dos momentos históricos cercanos, que hay una estructura que trata de provocar suspense y expectación (aunque no siempre lo consiga), compartimentando los capítulos en breves pasajes que tratan de aplazar la acción continuamente. Incluso el desenlace tiene su inesperado aquel, porque Narla se salta la realidad a la torera para entregarse a una ficción donde todo es posible, incluso que sobrevivan a torturas inhumanas los protagonistas y resurjan de sus agonías con energías de titanes. Créanme que en algún momento llegué a creer que aparecerían tanques en auxilio del Cid o quizás misiles de largo alcance. Aunque, como si Narla poseyese un trágico don agorero, solo unas riadas en los alrededores de Valencia, que recuerdan inevitablemente a la reciente dana, se alían con las tropas del Cid para ahogar el cerco de un descomunal ejército almorávide.
Más allá de eso ayudan a la lectura temas como la falta de empatía entre el mayor héroe de la cristiandad, el adalid que nunca hincó la rodilla ni volvió grupas en una batalla, y un presunto hijo al que presiona y del que espera que siga su estela, mientras que el muchacho se muestra desencantado por la falta de estima paterna y está más pendiente de salvar vidas que de acabar con las de sus semejantes a golpe de mandoble; o el de la amistad fiel que se profesan hasta el extremo ese hijo, Diego, y su amigo Galín, o un fiero lebrel; el amor no correspondido; la codicia que empuja a numerosos personajes a buscar un tesoro escondido en la siempre sitiada Valencia; los celos de un rey y sus nobles; la inteligencia de una gran mujer; o el secreto de salud que hace vulnerable al militar invencible.
Pero uno se topa con la forma de narrar, con los atranques, con esos usos retóricos con reminiscencias de romance juglaresco o con conversaciones en que un hombretón bragado y cubierto de cicatrices llama «papá» a Ruy Díaz y se le abren las carnes. Quizás, porque esté acostumbrado a otro tipo de lecturas que emplean el lenguaje con mayor enjundia.
Aun así, como afirma el autor en su cuaderno de notas, «el novelista no debe aspirar a retratar la Historia, sino a contar una historia plausible, anclada en las peculiaridades de un periodo», y más adelante cree que «contar historias es mentir». Si ustedes están de acuerdo con esas teorías y creen en la existencia de personajes certificados solo por la oralidad de trovadores y juglares, en la resurrección de los muertos en combate, en la vida eterna de los paladines y en la literatura que avanza páginas fofas con facilidad, disfrutarán más que yo de esta novela de un autor que me ha robado unas horas preciosas y me ha devuelto a mis tiempos masocas, en los que tenía que llegar al final de una lectura. A cualquier precio.