La mirada del adiós

Pedro Ludena comenta la película 'Cerrar los ojos' de Víctor Erice

06/10/2023
 Actualizado a 06/10/2023
José Coronado en la nueva película de Víctor Erice.  | L.N.C.
José Coronado en la nueva película de Víctor Erice. | L.N.C.

‘Cerrar los ojos’
Director: Víctor Erice.
Intérpretes: Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Mario Pardo.
Género: Drama.
Duración: 169 minutos.

Vuelve Víctor Erice, vuelve el cine en estado puro, el que se resiste a desaparecer, el que sobrevive a unos tiempos donde las grandes historias se ven en pantallas cada vez más pequeñas, que se ha ido mudando del celuloide y las bobinas al digital y a los discos duros; el que solo los ya viejos vivieron y que cada vez menos jóvenes recuerdan. Pero Erice se niega a dejar que se pierda la memoria de un medio con vocación de eternidad, inmortalizando lo que somos para el día de mañana no olvidar quienes fuimos. 

Hacía treinta años que el cineasta vasco no presentaba un largometraje, desde que estrenase ‘El sol del membrillo’ en 1992, donde ilustraba su dedicación al tiempo que le lleva manufacturar detenidamente cada uno de sus trabajos, una paciencia que las productoras no suelen compartir, lo que le llevó a ver varios de sus proyectos inacabados, como ‘El sur’, su segunda película, o incluso cancelados, como ‘La promesa de Shanghái’, de la que solo se publicó el guion. Es debido a esto por lo que el mero hecho de que podamos disfrutar una última vez de la obra de Erice ya es motivo de júbilo. Una alegría que solo se dobla cuando ‘Cerrar los ojos’ demuestra que su arte, como el artista, ha envejecido como el buen vino. 

‘Cerrar los ojos’ cuenta la historia del actor Julio Arenas (José Coronado), quien desaparece durante el rodaje de ‘La mirada del adiós’, la última cinta de su amigo Miguel Garay (Manolo Solo). Muchos años más tarde, a raíz de un programa de televisión que investiga casos sin resolver, Miguel vuelve sobre sus pasos y los de Arenas, revolviendo en el trastero de su memoria y aferrándose a un pasado del que no puede desprenderse. 

Para ser la culminación de su filmografía, quien vea ‘Cerrar los ojos’ sin contexto alguno, tardaría en adivinar que es de Erice, si es que alcanza a distinguir su mano en un ambiente tan diferente al que nos tiene acostumbrados en sus otras obras. La trama nos aleja del paisaje rural y horadado por las huellas de la guerra para llevarnos a un entorno urbano y moderno, donde nos sentimos tan pez fuera del agua como aquel detrás de la cámara. En esta ocasión Erice habla un idioma que no es el suyo, cargado de conversaciones que verbalizan lo que en sus primeros trabajos solo se intuía, dejando que sean los propios personajes los que nos cuenten su historia. Ya solo en las dos primeras escenas de esta última cinta debe haber más líneas de guion que en toda la duración de la primera, ‘El espíritu de la colmena’. Pero cualquiera diría que su cine siempre ha tenido mucho texto, porque a sus conversaciones no le sobra una coma. A lo largo de las tres horas que se extiende el filme, ninguna escena se siente vacía, todas tienen algo que contar, especialmente cuando no se dice nada, porque, entre tanto diálogo, los silencios y las miradas, donde aún habita la esencia del autor, son ensordecedores. 

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Miguel Garay, una personificación del mismo Erice, es un hombre fuera de su tiempo, uno que añora. ‘Cerrar los ojos’ se impregna de este aire melancólico ya desde su primer fotograma, que abre con un busto de Jano, el dios romano de dos caras, que mira simultáneamente hacia delante y hacia atrás, tal y como esta película, que nos muestra un mundo actual en constante cambio pero que está poblado por viejas piezas de arqueología industrial, como se autodenomina Max, proyeccionista amigo del protagonista y el mejor personaje de la cinta; para las que, como se suele decir, todo tiempo pasado fue mejor. La reivindicación analógica es constante, haciendo apología del celuloide y de lo sencillo, con un protagonista que no quiere saber nada de smartphones y que se entretiene en el bus con un folioscopio mientras al resto de pasajeros les iluminan las pantallas. El mismo que disfruta de las canciones nostálgicas, que resuenan con los ecos de su juventud, tal y como los ecos de la hemeroteca de Erice reverberan en esta obra testamentaria, quien se autorreferencia con detalles cuidadosamente escogidos para recompensar la atención, y la paciencia, de sus más fieles seguidores. Ambos directores son presa de las palabras de Max, una vez más, cuando este asevera cómo uno debe envejecer: «sin temor ni esperanza», pero se resisten a olvidar, asiéndose al sempiterno séptimo arte como testigo de quienes algún día fueron. 

El cine siempre ha sido una pieza clave en las obras de Víctor Erice, un instrumento mágico que hacía las veces de viento bajo las alas de la imaginación de una niña o de amargo recordatorio de antiguos amores, el cual, de una forma u otra, constituía un punto de inflexión en la vida de sus personajes. Pero en ‘Cerrar los ojos’, este ejercicio de metaficción va un paso más allá, hasta el punto de que el argumento encuentra su análogo en la subtrama de la película que aún estaban rodando Garay y Arenas cuando el segundo se esfumó de la faz de la tierra, la llamada ‘La mirada del adiós’, un paralelismo que aún se aprecia en los títulos de ambas producciones. La obra final de Miguel Garay, en cierta manera como la de Erice, narra la historia de un anciano convaleciente que vive en una casa solitaria, quien le pide a un detective que encuentre a su hija, para que ella pueda mirarle como nadie nunca le ha mirado antes de morir. A medida que se acerca el final de ‘Cerrar los ojos’, esta se va entrelazando más y más con ‘La mirada del adiós’, hasta terminar fundiéndose en una sola narración, traspasando la pared de la ficción a través la ventana abierta que es la gran pantalla, en la que un rey solitario, un ‘Triste Le Roy’, espera a que alguien le mire con unos ojos en los que contemplar su verdadero reflejo antes de cerrar los suyos. El verso hecho plano, la poesía hecha cine

Con ‘Cerrar los ojos’, uno de los mejores autores españoles del último siglo manufactura una obra crepuscular que rima con su ópera prima, que esta vez no mira más allá, sino que echa la vista atrás. No con la esperanza de un niño con toda la vida por delante, como Ana en ‘El espíritu de la colmena’, más con la melancolía de un viejo que no quiere olvidar, como Miguel. Se cierra así un círculo perfecto, uno que ha tardado en cerrarse nada menos que cincuenta años, con un final que completa su principio y que eleva su conjunto a la gloria eterna del cine. 
 

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