Una mujer nacida en la Lituania soviética, una joven –Teresa– de catorce años con residencia en Ucrania, un motero con kilómetros por carreteras del este o la que él mismo bautiza como «la Rosalía ucraniana». Son sólo algunas de las personas que han pasado por la vida de Elio García desde que el leonés tomara la decisión de hacer de su despertar político una forma de comunicación a través de su cuenta en YouTube que le ha llevado desde las calles de la capital leonesa, donde canta a ritmo de guitarra, hasta Ucrania en pleno conflicto bélico.
Su interés por conocer en profundidad las guerras contemporáneas que azotan cada día las pantallas y colman titulares en medios nacionales e internacionales llevaron a Elio a inmiscuirse de lleno en la invasión rusa de Ucrania, donde aterrizó el 6 de abril. «Llegué a plantearme venir como voluntario a servir al ejército», explica, al otro lado del teléfono, desde la capital ucraniana: «Luego pensé las cosas en frío y ni soy tan valiente, ni tengo formación militar». Confiesa haberse sentido atraído siempre por el periodismo de guerra y sentencia que una guerra «es la máxima evidencia, aunque sea horrible, del paroxismo, de la crueldad que hay en el ser humano». «Y eso es algo muy intenso», analiza.
Desde Madrid, viajó en avión hasta Varsovia y, desde la capital polaca, se embarcó en un autobús directo a Leópolis, al oeste de Ucrania. «Nunca había salido antes de la Unión Europea», señala y relata que, «siendo español y simplemente teniendo pasaporte», no hay ningún problema en llegar a tierras ucranianas. Apenas hace falta plantearle preguntas. Su espíritu curioso le hace aventurarse en un relato extenso sobre las vivencias que ha podido ir cosechando en las poco más de dos semanas que ya lleva allí. Le sorprende que «muchos colombianos sirvan al ejército ucraniano» y cuenta que, ahora mismo, Ucrania es uno de los países más seguros del mundo por vía aérea. «Hace unos días los rusos atacaron una infraestructura gasística en Leópolis», continúa, ahora, desde Kiev: «El sur y el este del país es lo que está realmente jodido».
A Leópolis la describe como una ciudad que «le da mil vueltas» a cualquier rincón europeo. Kiev lo asemeja a lugares como «París, Madrid o cualquier otra gran ciudad». «Es un país completamente dinámico y no tiene nada que ver –por lo menos, lo que conozco– con la imagen que tenemos de Ucrania, que es una especie de reflejo de Rusia», cuenta: «Su historia es una de éxito, de salir de las garras horribles de la Unión Soviética». Sus próximos destinos son Irpin y Bucha y no esconde su fascinación al hablar de un país que, hasta su aterrizaje y sin más acercamiento que las noticias asiduas de dos años atrás hasta hoy, desconocía por completo.
Sobre si es muy diferente eso que el espectador atisba en los medios de la realidad ucraniana a la que ha podido ir acercándose, es dubitativo. «Sí y no porque cualquier guerra es igual», responde: «En la Guerra Civil española o durante la Segunda Guerra Mundial hubo zonas de batalla en las que los ejércitos se disputan los terrenos y otras zonas que son de retaguardia». Y no tarda en hacer gala, de nuevo, de su personalidad inquieta. «Si tuviese medios, si hubiera venido con más apoyo de algún medio, me iría a Zaporiyia, me iría a Járkiv... Me iría a zonas complicadas». Se iría sin otra intención que ponerse en la piel de quienes padecen la guerra y, de paso, mostrar humana y piadosamente su dolor.
Elio García llegó hasta Ucrania con lo puesto. Vestido –seguro– de ropa cómoda. Con una mochila grande y, quizás, una maleta pequeña. Con gorra, gafas y símbolos a modo de prueba de su país originario. Llegó sólo y, en Ucrania, ha conocido a todo tipo de personas con las que ha llegado a establecer una amistad. A muchas, fruto de su ingenio, las conoció a través de plataformas con ofertas de profesores de español. Con otras fue el el azar el que jugó sus cartas.
Habla de Odesa, «la perla del Mar Negro», de Donbas, de Transnistria y de tantas otras partes y su historia como un verdadero historiador, haciendo uso de su memoria y demostrando su insaciable interés. Describe el ambiente y no es anodino. «Antes de Kiev, estuve en Ternopil», remememora y describe sus paseos a orillas del río Seret como un auténtico placer: «Y se te olvida que estás en la guerra hasta que te encuentras una persona a la que le faltan dos piernas».
«Aquí se dan prisa en arreglar las cosas», continúa: «Todas las carreteras están llenas de dientes de dragón –imagínate un erizo hecho con vidrio– para, en el hipotético caso de que volviese el ejército ruso, desplegarlos». Explica que «es un medio muy básico que detiene eficazmente el avance de los blindados». «También, a los márgenes, echan toneladas de neumáticos y los queman como otra forma de detener el avance», añade: «Están en paz, pero están preparados; están en paz en el sentido de que no hay soldados pegando tiros por las calles». En Kiev –señala–, «se nota otro tipo de seguridad, se ven muchos más militares». En definitiva, «se ve que estás en un país en guerra».
Aun así, confiesa no tener miedo. «Cuando vienes a un sitio de estos, tienes que llegar llorado de casa», suelta. Y no es el único. En sus palabras, «si en otros lugares suena la alarma antiaérea, se sabe que viene la muerte», y, sin embargo, los vecinos ucranianos en la capital parecen no inmutarse. El sonido de una alarma antiaérea se convierte en la banda sonora de la cotidianidad y los refugios, contra todo pronóstico, se mantienen vacíos. «Aunque haya cada mes dos muertos por bombardeos, le pierdes el miedo y desarrollas una resiliencia impresionante», opina: «Es más fácil que te atropelle un coche a que te caiga una bomba en Kiev».
De pronto, en su cabeza suena una melodía. Parafrasea a Pete Seeger. Pararasea esa de ‘¿Dónde se han ido todas las flores?’. ‘Where have all the flowers gone?’ en inglés. «¿Dónde fueron las flores?», se pregunta dejándose llevar por la poesía del estadounidense. «Las cogieron las chicas», responde. «¿Dónde fueron las chicas?», sigue: «Ellas cogieron marido». «¿Dónde fueron los maridos? Ellos están en uniforme», termina: «Los maridos se convierten en flores porque se convierten en muertos». Suspira un segundo. «Es la guerra», zanja: «Así es la guerra».