Un Mozart inefable en Londres

‘Las bodas de Fígaro’, una de las producciones más aplaudidas de David McVicar, vuelve a la Royal Opera, con Julia Jones a la batuta. Este jueves se retransmite en Cines Van Gogh

Javier Heras
10/10/2024
 Actualizado a 10/10/2024
Imagen de la representación de ‘Las bodas de Fígaro’ desde la Royal Opera House de Londres. | ROH
Imagen de la representación de ‘Las bodas de Fígaro’ desde la Royal Opera House de Londres. | ROH

Dentro del fastuoso catálogo de producciones de la Royal Opera, 'Las bodas de Fígaro' es una de las mejores. Allá por 2006, el escocés David McVicar –un habitual de la casa londinense por sus versiones de ‘Andrea Chénier’, de ‘Rigoletto’ y de ‘Fausto’– abordó la comedia de Mozart con elegancia, eficacia y discreción. Tanto, que desde entonces no ha dejado de reponerse (va por una decena de ocasiones en casi dos décadas). Sitúa la acción en 1830 en vez del siglo XVIII, lo que le sirve para subrayar los elementos revolucionarios del libreto: los decorados acercan a sirvientes y aristócratas, como guiño al despertar de la clase obrera. 


«La música ya te da las instrucciones de dirección, basta con oírla», comentaba McVicar en una entrevista. Recordemos que se trataba de la primera ópera que el genio austriaco escribía como hombre libre, en 1785, es decir, no por encargo de la Iglesia o la corona. No por casualidad, escogió un texto que denunciaba las desigualdades del Antiguo Régimen. Por entonces, los músicos eran subordinados de los aristócratas, algo que a Mozart le irritaba. El libreto de Lorenzo Da Ponte (con quien repetiría en las no menos magistrales ‘Don Giovanni’ y ‘Così fan tutte’) adaptaba una obra de teatro del francés Beaumarchais en la que el villano es un noble, el Conde de Almaviva, que intenta seducir a la prometida de su criado… hasta que él se le rebela.

 

Imagen cartel opera
Cartel de la ópera de Mozart. 

Cines Van Gogh retransmite ‘Las bodas de Fígaro’ desde Londres este  jueves a las 19:30 horas. En el foso de Covent Garden estará la británica Julia Jones (1961), que se reafirma en su veteranía mozartiana; debutó en este escenario en 2010 con ‘Così fan tutte’, y acaba de estrenarse en Praga con ‘Fígaro’. En el elenco destacan tres figuras en ascenso: el barítono inglés Huw Montague Rendall, que con apenas 30 años ya ha triunfado en París, Salzburgo, Glyndebourne o Chicago; la soprano china Ying Fang, de 36, que aterriza por primera vez en Londres después de conquistar el Metropolitan (en la piel de Pamina, Zerlina, Susana o Ilia) y de convertirse, según el New York Times, en «indispensable dentro del repertorio de Mozart»; y, por descontado, el protagonista de la función, el barítono italiano Luca Micheletti (1985), curtido en papeles del mismo autor, como Don Giovanni o Guglielmo.


Este título, uno de los más representados del repertorio y también de los más admirados por los especialistas, se compuso en apenas seis semanas. El texto, divertidísimo y con velado erotismo, contenía los temas favoritos de Mozart, como el paso del tiempo, la fragilidad de la pareja, la fidelidad o la comprensión. Para sortear a la censura austriaca –que había prohibido la obra de teatro–, Lorenzo Da Ponte limó los dardos políticos, como esa crítica que pronuncia el barbero: «Nobleza, bienes, posición… ¿qué ha hecho usted para conseguirlos? Se ha tomado la molestia de haber nacido». Además, el libretista (abate y poeta de la Corte) convenció a la corona de que nadie comprendería el contenido, al ser cantado y en italiano. El Emperador, José II, aceptó.


Aun así, la ideología –el desafío al poderoso– se mantuvo. Y la propia música se encarga de dinamitar las diferencias de clase: al principio, la armonía de los criados (Sol Mayor) se distingue de la de los nobles (Re Mayor), pero en el clímax Fígaro y Susana «ascienden» socialmente hasta el Re, y por tanto comparten tonalidad con sus señores. No pocos consideran ‘Fígaro’ el primer «drama musical», la unión íntima entre un texto de gran categoría literaria y una partitura que sugiere elementos que no vemos. Sus melodías inolvidables dotan de humanidad a los personajes: la madurez de la condesa (y sus frases largas), la insolencia de Fígaro, el estallido hormonal de Cherubino, que se traduce en los bruscos cambios de su armonía. En otros casos, es la orquestación la que los retrata, como esas trompetas que ridiculizan a Bartolo. Con razón Brahms describiría esta ópera como «un milagro».


Después del tibio estreno en Viena (nueve funciones), la gloria llegaría al año siguiente en Praga, con el propio compositor en el foso. Fue tal el fervor que el Emperador limitó, por decreto, el número de bises que podían pedirse, ya que las veladas se eternizaban.
 

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