Se habló mucho en su día de por qué en nuestra ciudad había tantos y tan buenos escritores escuchándose entonces todo tipo de argumentos. Se señaló la gran importancia de la memoria en estas tierras, la herencia de la narrativa oral de los viejos de antes, la extensa historia del lugar, incluso el frío intenso y la largura del invierno, pero nadie dio con la auténtica causa.
Hasta se implantó una asignatura universitaria sobre literatura leonesa y se redactó un gran tomo académico de más de mil páginas con la lista de los autores propios desde el nacimiento de la lengua hasta casi nuestros días. Incluso, se intentó conseguir la declaración internacional de la milenaria urbe como ciudad literaria y, sin embargo, nadie se había percatado hasta que apareció la noticia, hace unos días en este mismo periódico, de que tenemos cuatro veces más librerías que en el resto de España.
Tal dato lleva a pensar que si hay tantas librerías abiertas a diario en nuestras calles es porque se compran gran cantidad de libros y, si se compran muchos libros, es porque se leen y, si esto ocurre, es porque hay muchos lectores, esos sujetos silenciosos que consumen palabras de incógnito.
Aunque, ahora que lo pienso, sí hay alguien que se había dado cuenta de la sobreabundancia de devoradores de literatura, el escritor leonés Antonio Pereira, que, en un ingenioso relato, hace parodia de nuestra compulsión lectora describiendo una ciudad en franca decadencia en la que, no se sabe por qué, sus habitantes son empedernidos lectores, amantes de la literatura que tienen una biblioteca circulante de más de veinte mil libros que va de casa en casa y que, cuando quieren protestar para que no se lleven su emblemática catedral a otra capital de provincia, se quejan de que las manifestaciones les restaran horas de lectura.
Que tengamos muchas librerías y aún se abran nuevas, aunque algunas sean también papelerías o cafés o de segunda mano, cuando decenas de comercios de todo tipo de cosas que antes nos parecían imprescindibles hoy se cierran, debería alegrarnos tanto como el hecho de tener tantísimos bares, en lo que somos también los primeros de España. Hay que celebrar esta superpoblación de escritores, lectores y tiendas de libros, a ver si conseguimos igualar las 23 librerías con los más de 500 bares por cada 100.000 habitantes.