En el periplo que el escritor Fermín Bocos emprende por medio mundo en busca de algunas de las puertas del infierno, uno de sus viajes le conduce a Rávena, ciudad donde está enterrado Dante, autor de la ‘Divina Comedia’, que en palabras de Bocos «contribuyó a forjar el imaginario del Infierno de forma más potente e imperecedera». El viaje a la ciudad italiana situada en la costa del Adriático quizá solo es una disculpa para eso, viajar. Las entradas al infierno, una anécdota en un tiempo banal de títulos con gancho en la abultada oferta de libros de viajes –‘Viaje a las puertas del infierno’– que se salvan gracias a algunas imágenes con encanto para los que no nos movemos de casa: «La humilde morada eterna del poeta es un lugar que impresiona precisamente por eso, por la procurada parvedad de su decoración interior en la que destaca la lámpara, cuya llama rojiza arranca reflejos atornasolados a las placas de pórfido que enlucen las paredes». Dante que aparece en el tímpano de ‘La puerta del infierno’, el grupo escultórico de Auguste Rodin que respondía al encargo de Jules Ferry, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, en 1880, para realizar una puerta adornada con bajorrelieves que representaran la ‘Divina Comedia’ destinada a la entrada del proyectado Museo de Artes Decorativas de París.
En la entrada de «puertas», del ‘Diccionario de símbolos’ de Eduardo Cirlot, vemos: «Umbral, tránsito, pero también parecen ligadas a la idea de casa, patria, mundo. En la antigua Escandinavia los exiliados se llevaban las puertas de su casa; en algún caso las lanzaban al mar y abordaban en el lugar donde las puertas encallaban; así se fundó Reykjavick en 874». Maltratadas por el tiempo, la humedad o el sol, las puertas de madera de la Catedral de León, abusando de la propuesta de Cirlot, serían como improvisadas balsas que esperan a gente decidida a cambiar de aires y aventurarse en una travesía por mar. Y la que parece más adecuada, por su nombre, a esa clase de arriesgadas aventuras, es la ‘Puerta de la Muerte’. Situada en el Pórtico Sur, muestra un relativo buen estado de conservación. Máximo Gómez Rascón, autor de ‘Las puertas de la Catedral de León’, explica las razones de su denominación: «Esta puerta debe su nombre al relieve de la muerte triunfando sobre los poderes terrenales que figura en el gran plafón central de la hoja. El esqueleto sostiene y muestra al espectador con ambas manos una corona real y una mitra, atributos de la dignidad, pero también alegorías polisémicas de las vanidades civiles o eclesiásticas respectivamente. Y cómo no, la clásica guadaña». Muerte y necesaria nivelación.
Flanqueada por dos columnas de ladrillo la puerta metálica que daba entrada a Villa Evarista, era una muestra de ese hacer sin pretensiones de los rincones populares. En la parte superior, en letras mayúsculas, el nombre del lugar al que se accedía o que se abandonaba ‘VILLA EVARISTA’, la taberna con bolera y cuadras del barrio del Ejido, recorriendo el ancho de la puerta de dos hojas, con dos rombos en la parte inferior, donde se indicaba troquelada la fecha de apertura: Año – 1932. De ahí arrancaban los barrotes rematados en forma de lanza que formaban un dibujo de carpa, el central más alto que el resto, los otros bajando de altura hacia los laterales, ceñidos en la parte superior por dos barrotes paralelos en arco, todo unido daba personalidad a la puerta, la singularizaba tanto como el ‘VILLA EVARISTA’ o la fecha de 1932. Un 5 de marzo, un día como ayer de 1932, las páginas de un diario local ofrecían la ocasión para un buen negocio: «Pueden realizar magnífico negocio comprando precio lance propiedad agrícola independiente, situada en Carrrasconte. 12 hectáreas terreno, casa vivienda, gran porvenir para familia labradora», o la manera de pasar las señoras un buen rato en el Café Victoria, con el departamento de terraza ampliado y con leche propia –como Villa Evarista– de la granja Victoria.