Seguimos instalados en el mes de marzo, cada vez más un mes dedicado a la visibilización de las mujeres, un mes que surge como la prolongación de ese Día Internacional de la Mujer que se sigue quedando corto en la necesidad de poner de manifiesto nuestra presencia y nuestra existencia, nuestros logros, nuestras reivindicaciones, como si en el resto del año no existiéramos, mientras que algunas voces fatuas se empeñan en reclamar «para cuando un día dedicado al hombre», por si no fueran pocos todos los días del año, porque durante todos ellos es la presencia masculina, sus logros, sus deseos, sus manifestaciones,..., la que se hace presente en cada uno de los espacios (o en la mayoría de ellos) de la sociedad. Es algo inherente a tantos años de patriarcado, algo tan marcado a fuego y hierro en nuestros genes, durante siglos y siglos que, en ocasiones –muchas- a veces ni somos conscientes de ello y lo vivimos con naturalidad, olvidando que otra forma de educación, otra forma de convivencia, podría conducirnos por senderos más igualitarios y más equitativos para unos y para otras. Y en este marco, si hay algo que me pone nerviosa es que me feliciten por este día, que no es el de mi cumpleaños, ni el de mi santo, ni el día de la madre, ni ninguna fecha en la que haya un motivo para celebrar. Como estamos en un ámbito en el que trabajamos con «la palabra», con su significado y el alcance que este tiene, antes de avanzar en el tema de hoy, recordaré que el Día 8 de marzo no es un día para celebrar sino un día para conmemorar, es decir, un día para hacer memoria o recuerdo de lo que acontece en torno a la realidad de las mujeres, a las cuales aún les falta mucho camino por recorrer para encontrarse en igualdad de condiciones frente a los derechos humanos que se suponen deberían ser iguales para todos: hombres y mujeres. No voy a detenerme en el motivo por el cual se escogió este día para llevar a cabo las reivindicaciones que esa desigualdad sigue haciendo necesarias, pero sí quiero recordar que si existen este tipo de días en el calendario es porque hay aún muchas carencias por resolver, que son días que se convierten en una llamada de atención para la sociedad sobre aspectos concretos y que el día que ya no se necesiten (¡ojalá estuviera a la vuelta de la esquina!) será sinónimo de que hemos conseguido avanzar hacia la solución de las circunstancias que un día los hizo necesarios.
Reconozco que hoy me tocaría centrar de nuevo mi mirada en una de esas mujeres, protagonistas de esta serie con la que ya llevo años trabajando, que forman parte de la historia, actual o no, de la realidad artística de nuestra provincia. Cuando comencé con ella, hace ya algunos años, poco me hacía sospechar lo que iba a dar de sí y a cuantas mujeres interesantes iba a conocer en estos caminos que cada vez parecen ensancharse más. Sin embargo, una serie de circunstancias acaecidas en estos últimos días me ha hecho aplazar ese nuevo rescate con nombres y apellidos propios por una reflexión más general en torno a cuál es la situación real de nuestras artistas en un momento como este. Tendrán que perdonarme, pero no he podido resistirme a la tentación porque enlaza perfectamente no solo con lo que simboliza este mes de marzo para la presencia de la mujer en general, también con los motivos de por qué una lleva a cabo el trabajo que lleva en pos de su visibilización, en particular de las que nos quedan más cercanas, y con una serie de circunstancias que se han ido concatenando durante las últimas semanas. El detonante final fue la polémica que hace unos días surgía en redes, acerca de la presencia de mujeres en una antología realizada desde el ámbito de una «relativamente prestigiosa» revista cultural, realizada –eso sí- desde la iniciativa privada. Entre los elegidos para participar en la misma (todos del ámbito literario leonés), una representación femenina de en torno al diez por ciento, una ridiculez ¡vaya! Y la circunstancia provocó una serie de comentarios de aquí y de allá, unas criticando, otros defendiendo posturas, algunas tan peregrinas como el hecho de tratarse de una iniciativa privada sin apoyo económico público y de, precisamente por ello, responder a criterios personales del promotor del proyecto. Críticas y alabanzas varias se dieron de un lado y otro, a veces para sorpresa de quienes observaban desde la barrera la diatriba generada, porque en este León nuestro todos nos conocemos y sabes del pie que cada cual cojea.
Al margen de dicha circunstancia, como cada mes de marzo, yo me he visto inmersa en un frenético calendario de actividades que me ha llevado a visibilizar en diferentes ámbitos, tanto de la provincia como de fuera de ella, a un buen número de mujeres del último siglo literario de nuestro país, y con especial incidencia en nuestra provincia, en torno a dos de esas figuras femeninas rescatadas: la última Eva González Fernández; la más persistente, Manuela López García, en torno a la cual he reunido voces nacionales del pasado siglo y voces más actuales y más centradas en nuestra propia realidad provincial, aunque no por ello menos trascendentes. Esos encuentros, en diversos casos, han tenido lugar en espacios rurales donde las personas asistentes (mujeres por aplastante mayoría) han mostrado su curiosidad por conocer los verdaderos motivos de que esos nombres no nos hayan llegado en el tiempo, o lo hayan hecho con mucha más dificultad, a pesar de que algunas de ellas tienen hoy ya importantes resonancias.
Desde mi humilde opinión -y desde la realidad que conozco y que abarca ámbitos tan diferentes como el educativo, el cultural, el literario o, incluso, el político- creo que son varios los motivos que condicionan esa realidad, pero fundamentalmente el hecho de que en los puestos de decisión a la hora de seleccionar, programar y rodearse de nombres que formen parte de sus proyectos siguen estando fundamentalmente hombres. Y ¡ojo!, ¡Dios me libre me meterlos a todos en el mismo saco!, pero sí que es verdad que es mucho más habitual observar como estos permanecen en sus propios espacios de confort, se apalancan más ante lo que ya conocen y recurren a sus propios círculos conocidos, en un estímulo bastante limitado de su sentido de la curiosidad que da paso a afirmaciones tales como «es que no hay», «es que no llegan a los niveles de calidad exigidos» (¡anda que no hay también «purrela» entre lo que se nos ofrece culturalmente por parte de algunos hombres!). Y, créanme, son demasiados años programando, visibilizando, compartiendo el trabajo de ellas como unas más para asegurar que este acercamiento se hace sin ningún tipo de prejuicios, para que nadie me venga diciendo a estas alturas –como algunos han pretendido- que dicha realidad no es cierta. Y cuántas veces habré escuchado (ante la pregunta de por qué no asisten a determinadas actividades) aquello de está programado en clave de mujer. Y digo yo que la curiosidad no tiene límites ¿o sí?, ¿o los límites solo los ponen ellos, aquellos a los que parece que le dé alergia asistir a un acto protagonizado u organizado por mujeres? Porque, ¿qué ocurriría si a todas la mujeres, de repente, se nos quitase la curiosidad por conocer lo que escriben, lo que dicen, lo que cantan, lo que pintan, lo que esculpen,..., los hombres? Pues que entonces sí que se quedarían solos de verdad, porque quienes actualmente sostienen la cultura, en todos sus campos, desde el disfrute de la misma, somos fundamentalmente las mujeres.
Pero no todo está perdido, no vayan a creer. Algún rayito de esperanza, hay aún y espero que cada vez sea más ancho y pueda ir contagiando a muchos más hombres. En uno de esos encuentros de los que antes hablaba una asistente –que participa también en la Universidad de la Experiencia- me contaba como el profesor de arte de este año había tomado la opción de hablarles solo de las mujeres que han formado parte de su historia desde el comienzo y a las que apenas se les da visibilidad. Se trata de una pequeña compensación por tanto tiempo de olvido. Por algún lado hay que empezar. Por otro parte, el pasado jueves, tras el recital realizado por Esther Lanzón y por mí misma en Valladolid, en torno a un siglo de poesía escrita por mujeres (que no «para» mujeres) un profesor de literatura ya jubilado se me acercaba, avergonzado, al final del mismo para reconocer que, durante toda su época docente, él fue uno de tantos profesores de literatura que jamás le hablaron a su alumnado de ellas. Afortunadamente ahora, como profesor voluntario de adultos, una experiencia como esta le servirá para enmendar en parte su error y ya tiene el firme propósito de hablarle de ellas a su nuevo alumnado.
Son acciones de «discriminación positiva» que no tratan de dar de lado a los hombres, que siempre estarán ahí porque llevan siglos haciéndolo, pero que son necesarias en un mundo como el que vivimos para tratar de equilibrar mínimamente la balanza, una balanza en la que ellas no se colocaban no porque no estuviesen ni siquiera porque no tuvieran calidad, sino porque quienes hacían la historia las dejaron de lado a propósito.
Volviendo a circunstancias como esa polémica generada en redes a la que aludí al principio, es curioso observar como a algunas de esas voces que de vez en cuando se levantan ante situaciones a todas luces adversas a la visibilidad de la mujer leonesa en los caminos del arte (y me refiero especialmente a ellas) les falta tiempo para asistir a las actividades literarias organizadas y/o protagonizadas por determinados representantes masculinos que vienen avalados por una cierta fama que les precede desde los medios de comunicación y las redes o un prestigio que parece que ya les es innato (aunque luego haya ocasiones en las que resulten ser un auténtico «fiasco»), mientras que –por contra- se muestran ausentes de aquellos foros que pretenden potenciar de verdad el nombre de nuestras mujeres, porque nadie les había dado la oportunidad hasta ahora de estar a la misma altura que ellos, ya no solo por calidad sino incluso por oportunidad de mostrar su presencia.
Y sí, a las personas se les debe juzgar y elegir por la calidad de las aportaciones que realicen, no por el hecho de ser hombres o mujeres (conozco incluso a alguna renombrada poeta, nacionalmente conocida, que ha declinado participar en alguna antología porque la editorial que la propiciaba había apostado por seleccionar solo mujeres, «con el fin de contribuir a equilibrar la balanza de su presencia en nuestra literatura» ante el agravio sufrido hasta ahora) pero si no se les da las mismas oportunidades y espacios para mostrarse, si ellos no sienten curiosidad por leerlas, escucharlas, admirar su obra, sin ningún tipo de prejuicios (como al revés se hace) no iremos a ningún sitio, no avanzaremos en una sociedad que intenta cambiar las cosas a mejor. Porque la sociedad está formada por hombres y mujeres y ambos tienen su parte, su visión, que aportar. Las mujeres llevamos siglos conociendo de primera mano lo que hacen y piensan los hombres, y gracias a eso podemos permitirnos el lujo de admirarlos o criticarlos, según cuadre. ¿No es hora de que ellos hagan lo mismo con nosotras? Porque solo de esta manera se nos puede llegar a conocer realmente.
Dice el refrán que «nunca es tarde si la dicha es buena», y yo añado que lo verdaderamente importante para cambiar la visión respecto a la presencia de la mujer en el arte es estar abiertos a esa posibilidad de conocerlas. Con ello, estoy segura, los hombres no saldrán perjudicados sino enriquecidos, porque conocerán de primera mano la otra cara de la moneda, y solo conociéndola puede llegar a respetarse. Así que, por mi parte, seguiré aportando mi pequeño granito de arena y agradeciendo que cada vez sean más «ellos» los que se interesan por esta sección y se adentran en ella con curiosidad. Y, por favor, compañeras, denunciemos las desigualdades, ¡sí!, pero, sobre todo, prediquemos con el ejemplo y apoyémonos mutuamente y con más frecuencia.