Los cristales del Musac reverberaban una luz tenue por lo nebuloso del día de este viernes, invitando al paseante a que accediera al interior. Allí esperaba –y espera– una de las muestras más ambiciosas de la historia del centro. La firma el artista y activista de origen chino, exiliado desde hace tiempo en Portugal, Ai Weiwei. El nombre no deja a nadie indiferente, como no lo hacen ninguna de sus piezas. Algunas, a base de bambú. Otras, a modo de reinterpretaciones de obras clásicas como ‘La Gioconda’, ‘La última cena’ o una de las famosas olas de Hokusai. Muchas de ellas con un colorido elemento común: las piezas de lego que, entre inocentes y significativas, las componen.
«No son tiempos fáciles para el arte ni para las instituciones artísticas», explicó el creador, en un acto inaugural en el que también estuvieron presentes autoridades como el alcalde José Antonio Diez, el delegado territorial de la Junta, Eduardo Diego, la viceconsejera de Cultura, Mar Sancho y la senadora Asunción Mayo. «Yo creo que se trata de una de las exposiciones más ambiciosas que se han podido estructurar en esta ciudad y creo que será un evento histórico que se recordará en el futuro», continuó el activista.
El director del centro museístico, Álvaro Rodríguez Fominaya, y Weiwei se conocieron hace quince años en Hong Kong. La relación que han mantenido a lo largo del tiempo ha sido el cultivo sembrado para cosechar esta exposición, que ocupa más de la mitad del Musac con las 42 obras fraguadas entre los recovecos de la portentosa imaginación de su creador. Uno del que el consejero de Cultura del gobierno autonómico, Gonzalo Santonja, destacó su «talento y audacia expositiva».
«Gran narrador», en palabras de Fominaya, el artista y su característico estilo –tanto gráfico, como plástico– son parte hasta el 18 de mayo del museo. «Son obras que siguen una narrativa, una historia», aseguró el creador: «Es un privilegio para mí poder presentar algunas obras a gran escala por primera vez al público en un espacio de tanta belleza». A su modo de ver, el centro «tiene una arquitectura que es perfecta para algunas» de sus piezas. Al caminar por sus callejuelas de hormigón, entre colores que concuerdan con las vidrieras del exterior y que adornan de matices lo blanquecino del lugar, la lógica lleva a asumir que no le falta razón. Y lo cierto es que varias de las creaciones son obras inéditas del polifacético autor. ‘98 cascos’ y ‘Raíces de olivo’ son sólo dos ejemplos. Otras, ya conocidas, se exponen por primera vez en un museo.
Ocurre con ‘La comedia humana’, que sirvió de fondo al artista y compañía en sus declaraciones. Weiwei habló sereno, puede que guarecido en la cercanía de una obra que se completa con unas dos mil piezas de cristal de murano negro y que esconde tras sus formas sinuosas, casi grotescas, cuatro años de trabajo. En la sala más alta del espacio, se erige como una de las obras más destacadas de la exposición, que lleva por título ‘Don Quixote’; una alusión a la novela de Cervantes y un recuerdo de la biblioteca de su padre, el poeta Ai Quing, que tuvo entre sus ejemplares una edición. Páginas de alivio para un niño, relato de escape en una infancia donde la falta de libertad era imperante y fuente literaria de la que emana una prodigiosa pulsión creativa que ahora toma forma de exposición, recopilando parte de las creaciones y reivindicaciones –si es que son cosas distintas– del disidente desde el año 2008 hasta hoy. Una muestra que este fin de semana se mantiene abierta al público de forma gratuita desde las 18:00 horas de este sábado y que tiene programada una conversación entre comisario y autor a esa misma hora.
Y, como en todas esas piezas, las palabras de Weiwei denotaron un marcado acento político y social. «Estamos viviendo en un mundo en el que vemos un desarrollo muy rápido de la tecnología en paralelo a una crisis humanitaria muy importante», continuó el artista: «No podemos caer en la decepción, sino que debemos enfrentarnos a ello». A su modo de ver, «la única forma de exigir humanidad, independientemente de lo rápido que se desarrolle la tecnología, es que esta misma se utilice para el beneficio de la sociedad».
No faltaron las preguntas dirigidas al activista, que las respondió en su totalidad, dando cuenta de su ímpetu reflexivo, de sus ganas traducidas en necesidad por poner entre la espada y la pared a las altas esferas. La suya propia forma parte de la exposición. Se llama ‘Bola de cristal’ y vaticina un futuro que ya es presente sobre varios chalecos salvavidas como los que llevan las miles de personas que cada año desembarcan en las costas españolas tras abandonar su hogar.
Otras preguntas fueron las planteadas por el artista. Este, eso sí, con una fórmula particular. Creada en exclusiva para el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, una de las piezas de este particular ‘Don Quixote’ se presenta sobre la pared ante el espectador. En una lámina de color blanco crudo, cuestiones pensadas en su origen para destinarse a una Inteligencia Artificial, hacen meditar ahora a la mirada externa. En total son ochenta y una; las mismas que el número de días que el artista estuvo bajo arresto tras ser detenido en Pekín. «¿Qué es la libertad?», «¿Qué es la hipocresía?», «¿Hay amor incondicional?», «Si un creador no es activista, ¿se le puede considerar artista?». Todas ellas, quizás, encuentren su respuesta entre las obras de un creador que funde arte y activismo y que saca el dedo a las injusticias entre los muros empapelados del Musac.