"Nada de bandolero, es la vida de un cabreirés golpeado por la vida"

Manuel Roces acaba de publicar una novela en la que recrea la dura historia vital de Salvador Cañueto, el llamado ‘Bandolero de Omaña’

11/08/2024
 Actualizado a 11/08/2024
La famosa detención de Salvador a causa de la perra Chispina, pues su dueño, un guardia civil, vio que le faltaban 3 dedos de la mano. | L.N.C.
La famosa detención de Salvador a causa de la perra Chispina, pues su dueño, un guardia civil, vio que le faltaban 3 dedos de la mano. | L.N.C.

«La madre de Salvador había sido embarazada por un vecino del pueblo, que nunca quiso reconocer al niño como hijo, si bien en el pueblo todos lo sabían y como se puede entender, en aquellos tiempos la falta de libertades y sometidos al imperio de la religión, ya fue una mujer marcada para siempre, a diferencia del padre del niño que incluso se jactaba de ello y que nunca quiso saber nada de su hijo hasta su muerte».      

Es uno de los primeros párrafos de la novela ‘Ni bandolero, ni de Omaña... cabreirés’, de José Manuel Roces, un autor asturiano casado en León y afincado buena parte del año en Cabrera, donde conoció y le fascinó la historia de Salvador Cañueto, el llamado Bandolero de Omaña, cuyos pasos siguió durante años para escribir esta obra que acaba de ver la luz y va a presentar en la cercana VIII Feria del Llibru de Cabreira, en Truchas (Trueitas). 

Un párrafo que sirve para empezar a entender el que también podía ser el título de la novela y que Roces repite cada vez que le preguntan por la historia de aquel niño no reconocido que acabó pasando muchos años en diversas cárceles y que permanece fugado desde 2010 cuando salió de permiso y no regresó a la prisión de Villahierro en Mansilla de las Mulas, donde ya le quedaba muy poco tiempo para cumplir condena. «Salvador no tiene nada que ver con la mayoría de las cosas que se han dicho de él. Desde luego no es acertado el nombre de Bandolero de Omaña pues, como digo en el título, no bandolero, ni de Omaña, ya que era cabreirés, concretamente de Marrubio, donde nació en el año 1.946».

- Ni bandolero, ni de Omaña... ¿Qué era realmente?

- Un hombre golpeado por la vida, cruelmente golpeado, desde niño. Abandonado, explotado, perseguido... lo tiene todo.

El párrafo explica cómo su llegada al mundo ya fue muy triste. Con un padre que no le reconoce. Un padrastro que le golpea con crueldad y por todo, le odia, seguramente porque no es suya. Una madre que no se atreve a enfrentarse al padrastro y también le abandonará cuando emigran y en manos de unos abuelos que lo utilizan como pastor y tampoco mejora mucho la complicada situación de aquel niño.

Otro pasaje de la novela: «En cierta ocasión, estando pastoreando las ovejas del abuelo, aparecieron unos hombres que portaban unos fusiles, eran gente perseguida por el régimen y que se ocultaban en los montes de Cabrera. Le cogieron un cordero para llevárselo y él, como un valiente, se enfrentó a ellos sin tenerles miedo, tenía más miedo a llegar a casa y que le faltara un cordero. Durante todo el camino de regreso a casa, el pobre niño lloraba por temor a las represalias de su abuelo, el cual le pidió explicaciones y Salvador le dijo:

-Abuelo me lo robaron unos hombres muy grandes y que llevaban fusiles.

Su abuelo, como era de esperar no le creyó y con una cuerda le azotó. El niño rogaba que no le pegara, que le estaba contando la verdad».

Parece que ser golpeado era su sino durante la infancia (y después). 

- ¿Porqué una novela y no una especie de biografía?

- Al leerla notarás que no todo el mundo sale bien parado y no quiero problemas que enturbien el camino de la obra. Por eso son nombres ficticios, sólo he mantenido el nombre real de Salvador Cañueto Cañueto, cuyo rastro seguí en todas las fuentes posibles. desde el registro civil de Castrillo de Cabrera, al que pertenece Marrubio, a instituciones penitenciarias, la cárcel de Mansilla, la gente que le conoció en Marrubio y fuera de Cabrera, autores de textos sobre él...

Seguramente una de las que sí podría aparecer con su nombre real es Tía Bernarda, una mujer viuda del pueblo, que ayudó a aquel niño golpeado, le acogió en casa cuando temía ir a la suya por miedo a que le pegaran, le dejaba ropa de sus hijos que se habían ido del pueblo y a la que confió la nota para su madre y abuelos, también para su padrastro. Muy escueta, pero lo dice todo: «Me voy porque vosotros no me queréis».

También en aquellos años de niño pastor, de noches en el monte por miedo a regresar y ser golpeado, acumuló experiencias que ayudan a entender su vida posterior de ‘bandolero’ que nunca fue, de superviviente por los montes. Así lo cuenta Roces:

«Recuerda Salvador la primera noche que pasó sólo en el monte; su padrastro había ido a buscarle a casa de sus abuelos para llevarle casa de su madre y ya por el camino con una guiada comenzó a pegarle, con lo cual Salvador se escapó corriendo y huyó a refugiarse en el monte. Debido que tenía muy buen conocimiento del entorno se acomodó en una cueva que conocía.(...) Esa noche la pasó llorando, con mucho frío y hambre, no tenía nada ni a nadie».

El asturiano José Manuel Roces, el autor de la novela sobre El bandolero de Omaña, en un rincón de Cabrera, Nogar, tierra en la que pasa largas temporadas
El asturiano José Manuel Roces, el autor de la novela sobre El bandolero de Omaña, en un rincón de Cabrera, Nogar, tierra en la que pasa largas temporadas

La experiencia del monte, al que le enviaban con el ganado muchas veces sin nada para comer, fue una magnífica escuela de supervivencia: «La mayoría de los días que salía con el ganado al monte, lo hacía sin ningún tipo de alimento y otros, los menos, con un trozo de pan duro y tocino. A su corta edad ya había aprendido a cazar perdices y conejos con lazo, ya era todo un experto en ello, después encendía un fuego y tras dejar limpias de pluma a las perdices y piel a los conejos, los evisceraba para a continuación encender un fuego para asar lo que aquel día capturara. Para él aquello era una delicia, se estaba convirtiendo en un gran experto en sobrevivir». Tambián aprendió a pescar: «De la misma forma, cuando le tocaba llevar el ganado a los prados a orillas del río Cabrera, se fue convirtiendo en un experto pescador de truchas a mano, a pesar de la falta de sus dedos. Se introducía descalzo en el río y con sus manos escudriñaba bajo las piedras». 

Como se ve, ya de niño le faltaban los tres dedos, desmientiendo esa idea extendida de que los perdió en el monte, fue un accidete infantil que así recuerda Roces en su novela: «Cierto día, en compañía de otros niños que tenían detonadores de los que traían algunas personas que trabajaban en las minas del Bierzo, cogió uno de ellos y tras detonar varios, uno le explotó en la mano, dejándole sin los dedos meñique, anular y corazón de la mano izquierda. Corriendo, con mucha pérdida de sangre se fue a casa de sus abuelos, quienes le envolvieron la mano cómo pudieron en unos paños y ante la gravedad de las heridas decidieron llevarle a un médico que había en el pueblo de Nogar, que distaba como a unos siete kilómetros.

Aquello no tenía muy buena pinta, como así lo confirmó D. Leopoldo, cuando llegaron y vio las heridas del niño. Tenía prácticamente arrancadas las tres falanges de los dedos meñique, anular y corazón de la mano izquierda.  Ante la gravedad de las heridas, D. Leopoldo ordenó que había que trasladarle al hospital en León y que se abordara aquello a través de la cirugía. D. Leopoldo se encargó de cortarle la hemorragia evitando la pérdida de más sangre y facilitarle un medicamento para los dolores, vendando a continuación». Le llevó su abuelo en taxi, le trató con cariño ante la situación y al regreso Salvador no quería ir a casa de su madre.

La falta de estos tres dedos, como se ha contado muchas veces, fue la que propició su última y más famosa detención, cuando era el leonés más buscado, después de adjudicarle el apodo de bandolero y producirse una especie de miedo colectivo. «Tres hombres andaban por el campo, al parecer en busca de rastros de los muchos jabalies que dañaban los cultivos, acompañados de un perrita Ilamada Chispina, que olfateaba los rastros,  cuando en un momento dado, muy cerca del molino del pueblo, se paró delante de unos matorrales y comenzó a ladrar en la dirección a ellos. Salvador sintiéndose descubierto, puesto que los hombres se encaminaban hacia donde ladraba la Chispina, pensando quizás pudiera haber alli algún jabali, salió de entre las zarzas y trató de calmar a la Chispina que no dejaba de ladrar.

Las tres personas quedaron sorprendidos con su presencia.

-Pero hombre, como anda metido por esos sitios, se le podía haber confundido con un jabalí.

-Es que vengo caminando en busca de trabajo, soy pastor.

Uno de ellos que era guardia civil fuera de servicio, pronto se percató de la falta de los tres dedos de la mano izquierda y sin temor a equivocarse supo que era el buscado Bandolero de Omaña. Estaba fuera de servicio, por lo que decidió tenderle una trampa para poder detenerlo». 

Fue su último final en libertad, pero volvamos a la infancia de aquel niño se escapó, solo, con cinco pesetas que le dio la señora Bernarda, que acompañó con un consejo: «No vuelvas nunca por aquí». Recorrió kilómetros en solitario hasta que le cogió la furgoneta de un panadero, que acabó ofreciéndole trabajo. Allí Salvador supo lo que era dormir tranquilo, comer cada día... pero llevaba varios meses y no le pagaban nada ni pensaban pagarle... Y así cometió su primer robo. Un día vio una cartera con 500 pesetas, las robó (más bien cobró parte de lo trabajado) y huyó. Pronto supo de la maldad humana tanbién lejos de Marrubio: «Le denunció por robo... de 5.000 pesetas», algo que supo al ser detenido al cruzarse con un coche de la Guardia Civil e, instintivamente, echó a correr. No tenía documentación pero dio su nombre real y le detuvieron: «¿Es usted el autor del robo en una panadería de la cantidad de 5.000 pesetas?».

- No señor, yo no he robado 5.000 pesetas. He robado 500 pesetas porque llevaba varios meses trabajando y no me había pagado nada. 

Había comenzado la historia delictiva de quien decía siempre —ahora no se sabe qué dice porque está desaparecido— que no es un bandolero, «soy un superviviente, alguien que quiere sobrevivir, nada más».

Salvador no vivió siempre en el monte; es más, la mayoría del tiempo la pasó trabajando por diversas comarcas, trabajando en lo que salían muchas veces de pastor. Estuvo un tiempo en el Bierzo, después dio el salto al Órbigo, especialmente en Secarejo donde trabajó varios años. Su presencia en los montes de Omaña, los robos,  la popularidad en prensa, una especie de pánico entre las gentes, todos los delitos iban a sus espaldas...  Su paso por diferentes cárceles: Puerto de Santa María, Badajoz, Herrera de la Mancha, Mansilla... donde tenía fama de tranquilo, donde estaba a punto de acabar de cumplir su condena cuando salió de permiso y no regresó, en 2005. Muchos creen que «nadie le busca».

Nada se ha vuelto a saber de él. Bueno, sí, que ahora le buscan para que cobre la herencia de su madre, tal vez arrepentida de la dura infancia de Salvador, y que incluye un piso en primera linea de costa. Un bufete de Barcelona está removiendo «Roma con Santiago» pues si no aparece Cañueto tampoco pueden recibir su parte el resto de hermanos. Parece una ironía del destino.

Pero Salvador no ha dado señales de vida ni para cobrar una herencia, no consta en ningún registro oficial que haya fallecido...

Un compañero en Mansilla ofrecía en 2005 una curiosa explicación a esa decisión de fugarse de la cárcel.

- Si ya no le quedaba nada de condena.

- Ya, pero le dio un viento.

- ¿Un viento?

- Sí, un viento de libertad, y eso no entiende de razones. 

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