- Oiga, sabe dónde vive...
- Claro que lo sé, pero no se lo digo si no toma una cerveza conmigo, aquí en el portal, que está fresco.
- No, hombre, déjelo.
- Pues si no la tomas... lloro.
Y entra por la cerveza, sale con ella. «Anda baja, que de ir a esa casa tienes tiempo».
El paisano de Coladilla es Nano. Un tipo que tenía que estar subvencionado. Luciano Fernández o Nano el del Cubano, nombre que le quedó después de 50 años regentando una marisquería con ese nombre en la localidad asturiana de Candás. «¿Qué si entendía yo de marisco? Cuando fui para Asturias, con 15 años, creía que los mariscos los sembraba el Cubano original en un huerto que había detrás del bar». Y lo remata con otra anécdota: «Cuando era un rapaz, aquí en Coladilla, encontramos un caparazón de centollo tirado y le teníamos miedo, sólo lo tocábamos con un palo por si mordía. Pasó don José, el cura, y nos dijo: ‘Cuidao, es una tarántula’. Mira lo enterado que estaba y eso que era el cura».


- Eso decían.
- ¿Y se la curó el médico?
- A medias, me hizo más aquella novia de La Jirafa.
- ¿Y cómo te dio por trabajar tanto?
- Por el ejemplo de mi madre, que era la mejor cocinera. Vino con nosotros con 62 años y no paraba un momento, yo le preguntaba ‘¿madre, estás cansada?’ y ella siempre decía: ‘Para mí esto es un deporte’. Claro, venía de toda una vida arando y trillando en Coladilla, que rompía el hielo del lavadero con una maza para lavar la ropa... aquello de cocinar le parecía una tontada. Le enseñó la mujer del Cubano cuatro platos que no conocía y los cogió al vuelo».
Y en Candás siempre mirando de reojo para Coladilla, hasta el punto de que hizo una gran colecta y vendió lotería para arreglar la iglesia del pueblo. «Se estaba cayendo, y recaudé cuatro millones de pesetas. Un analfabeto sabía que aquella iglesiavalía. Era del siglo XII. Después cuando vine al pueblo tocaron las campanas para recibirme».
Y ahora ya tiene otros tres mil euros, que son para el molino. «Que un pueblo siempre tiene que tener molino, para comer».
En Candás le gustaba mucho ir por los asilos, a contarle historias a los ancianos. «Les cantaba canciones marineras y disfrutaban conmigo. Me aplaudían y todo».
Y regresó a Coladilla nada más que pudo. Primero vino a pasar unos días «a ver si me pintaba, me pintó y ya me quedé. Me dedico a limpiar las calles, que buena falta les hace, y cuando veo una casa caída pues lloro de la pena. Y tengo mis gallinas, conejos, crío tres cerdos y compré un burro para hacer obras por el pueblo y si no que coma hierba, que es lo que sobra».
- En definitiva, ¿como te trató la vida?
- Muy bien, con los palos que me dieron y todo. Sólo con lo que tengo regalado tendría para dar vueltas en helicóptero por toda Europa y hasta la Siberia esa. Aunque no te lo agradezcan, que a uno lo saqué de la cárcel y casi me pega encima.