La soprano rusa (1971) había ascendido gradualmente: como estudiante de canto, limpiaba los suelos del Mariinski cuando la descubrió el director Valeri Gergiev. De su mano, ganó experiencia en San Petersburgo hasta que debutó en San Francisco o Los Ángeles a mediados de los 90. Tras estudiar con Renata Scotto y convertirse en la protegida de Claudio Abbado, siguió conquistando los teatros del mundo (el MET neoyorquino en 2002), firmó con Deutsche Grammophon y lanzó su primer álbum de arias. Por fin, en 2005 el festival de la ciudad de Mozart asistió a una Traviata antológica que la coronó como la gran diva de este siglo.
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‘La traviata’ consagró a Giuseppe Verdi como creador moderno. Este melodrama estrenado en marzo de 1853 en La Fenice de Venecia confirmó su evolución, alejada de los inicios belcantistas. El compositor italiano (1813-1901) se había empapado de la tradición de Rossini o Donizetti. Aquí no llegó a abandonar la estructura de números cerrados, con adagios líricos (‘Un dì, felice’), cabalettas de exhibición vocal (‘Sempre libera’) o bellos duetos (‘Parigi o cara’). Sin embargo, rompió los moldes en varios aspectos. Nunca antes había descrito tan claramente un tiempo y un lugar. El París de mediados del XIX se recrea mediante los bailes de moda: la polca, el galop y, cómo no, el vals, se encadenan en el primer acto como reflejo de la velocidad y los excesos. A su vez, el canto refleja todos los estados de ánimo y los matices del texto.
Para el argumento, adaptó junto a su fiel libretista Francesco M. Piave (‘Macbeth’, ‘La forza del destino’) la novela ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas, hijo, publicada apenas cinco años antes y hoy traducida a más de 100 lenguas. Trata de una cortesana y su idilio con un poeta de buena familia. Para no salpicar su honor con un escándalo social, ella lo abandona en un gesto supremo de amor. Con este drama de interiores, Verdi no solo reivindicó a la mujer caída que se redime de su pasado, sino que lanzó una crítica al cinismo de la sociedad burguesa. Él había sufrido en sus carnes las habladurías y el vacío de los vecinos de Busseto por convivir, sin casarse, con su nueva pareja, la soprano Giuseppina Strepponi, madre de tres hijos ilegítimos. Terminaron mudándose a París.
‘La traviata permanece como una favorita del público por sus temas atemporales, sus personajes –humanos, imperfectos, lejanos al arquetipo– y su lenguaje musical. La partitura, intimista y poco grandilocuente, contiene melodías de enorme carga expresiva, como ‘Amami Alfredo’, ya presente en la obertura.