Niños obreros de siete años

Los motriles fueron niños de apenas 7 u 8 años que en verano se incorporaban al cuidado de los rebaños de ovejas trashumantes en los puertos de montaña. Un trabajo en soledad y con miedo, casi inhumano, que ha quedado en el olvido. Ahora lo rescata Ramón Gutiérrez en un libro de testimonios en primera persona

Fulgencio Fernández
05/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Tino Díez Hompanera con su perro, allí sí que eran los mejores amigos.
Tino Díez Hompanera con su perro, allí sí que eran los mejores amigos.
Sólo el desprecio del mundo rural –incluso en los años electorales– y que la gesta de los motriles, que de ellos hablamos, se produjera en provincias como León y otras parecidas explica el olvido en el que ha quedado la memoria de aquel oficio que ejercieron niños de 7 u 8 años, hasta los once. Un trabajo de pastor, en la soledad de las majadas de puertos de montaña, un trabajo duro y mal pagado... Increíble. «Niños con responsabilidades de adultos, lleno de dureza y privaciones y, en ocasiones, cercano a lo inhumano», escribe Ramón Gutiérrez, el infatigable maestro de Quintanilla de Almanza al que marcó su paso por la escuela de Prioro y le permitió conocer de primera mano muchas tradiciones y todos los secretos de los oficios vinculados al mundo del pastoreo y la trashumancia. No en vano existía aquel dicho de que «en Prioro... o cura o pastor, y luchador».

A Gutiérrez le debemos un libro impagable que acaba de ver la luz: ‘La gesta de los motriles de la trashumancia en la Cordillera Cantábrica de León y Palencia’. Al título le añade una explicación importante: «Relatada por sus protagonistas».

Los ‘enemigos’ del motril eran la soledad, el miedo y las lágrimas; el sueldo más bien escaso, a veces mezquino; la comida frugal y el chozo, en el que vivían, incómodo Hace una semana escribíamos de la mina a través de los relatos de un minero, Juan Carlos Lorenzana, y recordábamos como Julio Llamazares había titulado el prólogo «la mina desde dentro», lo que era el gran valor del libro. Esto mismo ha hecho Ramón Gutiérrez, sólo que él le ha pedido «a los motriles desde dentro» que lo escriban, que lo cuenten, y él lo ha reunido. Le añade una introducción, necesaria ante el olvido y el desconocimiento, y como en el caso minero cierra con un vocabulario de la trashumancia que es otra joya, otro regalo.

Para estos relatos, testimonios más bien, fue reuniendo Ramón Gutiérrez a los últimos motriles, no llegaban a la veintena, algunos de ellos conocidos en la actualidad en otras facetas, como el sacerdote Telmo Díez Villarroel, el musicólogo Marcelino Díez, el escritor Saturnino Alonso Requejo...

El oficio de motrilDado el olvido que sobrevuela sobre este oficio y esta gesta cabe recordar que en el pastoreo existía una ‘estricta’ jerarquía de oficios, como recuerda el experto Manuel Rodríguez Pascual, autor del prólogo del libro de Ramón Gutiérrez: «Entre los pastores hubo en nuestra montaña una cantera de numerosos mayorales, el grado máximo en la jerarquía pastoril, y responsable de una cabaña. Por debajo de ellos, en cada rebaño (compuesto por unas 1.200 ovejas), había seis pastores que por orden decreciente de importancia y sueldo era: el Rabadán (encargado del rebaño), el Compañero, el Ayudador, la Persona, el Sobrado (’sobró’ cuando se suprimieron las yeguas de la escusa y el Zagal. A los anteriores hay que añadir el Ropero (en los edificios de las roperías)». Muchas jerarquías y ni siquiera aparece el motril pues, recuerda Rodríguez Pascual, «han pasado totalmente desapercibidos en algunas publicaciones sobre el tema, y a los que mi buen amigo Ramón Gutiérrez, con toda justicia, les ha querido dedicar este libro».Y con tantos oficios dentro del oficios, ¿qué hacían los motriles? Él los recuerda y define: «Durante el verano se unían a los oficios ya señalados los motriles, en las majadas de los puertos, unos pequeños aprendices de apenas 7 u 8 años de edad».Increíble. Difícil de imaginar a aquellos niños en los puertos. El propio Gutiérrez repasa los enemigos del oficio, que reúne en tres epígrafes: La soledad, el miedo y las lágrimas. Añade que «el sueldo era escaso/mezquino y la comida frugal en exceso y rutinaria. El chozo, su hogar, era sumamente incómodo, y el trato que recibían era manifiestamente mejorable». En el apartado del miedo reúne varios motivos para tenerlo: «A los fugados del monte (maquis), a los despeñamientos, a las piedras y peñas sueltas, a las tormentas, a la niebla, al lobo y el oso... y hasta a las mozas de Maraña».- Varias veces se presentaron por los puertos de Llánaves y de la montaña palentina los celebres (maquis) Juanín y Bedoya que, generalmente, pedían comida. En el puerto de Piedras Ovas de Llánaves, cuenta Luis González, que allí estaba de motril, con tío Antonio Díez de rabadán, Sabo el de Tejerina y otro del Otero como pastores, les pidieron dos quesos y pan. En general los maquis de la zona de Liébana eran más comedidos y no abusaban tanto como los que se presentaban por Maraña y San Isidro; y si querían que les diésemos alguna oveja nos pedían las de los amos. Telmo D. Villarroel (cura): "Si hoy volviera a nacer y en las mismas circunstancias, todo sería igual. No había otra opción. Dígase lo que se diga, aquello era una esclavitud" El núcleo central del libro son los relatos de los que fueron motriles. Serafín de Castro, de Prioro, recupera recuerdos de antes de los 7 años. «A los cinco años, antes de ser motril, mi padre me llevó con él a Bovias (Portilla) por el verano. Una tarde vinieron los perros revueltos, corrimos tras ellos y Pepe Ibán saltó un arroyo. Yo, como era más pequeño, no pude hacerlo y me volví hacia la majada. Estaba oscureciendo y había niebla. No di con la majada y pasé de largo. Seguí andando hasta que, por confusión, di un salto y caí en el pozo de un arroyo que me cubría hasta el cuello. Salí con mucho trabajo. Aturdido, seguí caminando por un monte. Rendido y mojado me tiré al suelo y entré en un sueño profundo durante toda la noche».Con cinco años. Neftalí Díez recuerda que iba feliz a ser motril, con 7 años, fue andando de Prioro a Puente Almuhey y después los 15 kilómetros que hay de Lillo a Cebolledo. «Pero pronto la soledad y falta de amigos, el aburrimiento, el miedo, los maquis y el mal trato del pastor hicieron que la alegría se convirtiera en lloros. Lloré mucho hasta octubre, podían crecer los arroyos con las lágrimas que yo eché. El pastor me dejaba solo todo el día con las ovejas. También por la noche, dormía solo muchas noches en el chozo pues él se iba a cortejar. Pasaba mucho miedo, el oso frecuentaba la majada de noche».- Otra noche, haciendo las sopas se me ardió el aceite, se cayó el caldero y me quemé. Al venir el pastor me pegó una buena paliza. (...) Otro día perdí la llave y por miedo al pastor no volví, estuve tres o cuatro días vagando por el monte y aparecí en un caserío de Asturias.

Con siete años.

A ‘don Telmo’ le tocó ejercer el oficio con8 años «en el más alto puerto de la geografía peninsular. Se llama Carbanal, en Picos de Europa. Allí llegué a mediados del mes de junio, con nieve por todas partes. Pasa que las ovejas no pacen nieve y los pastores no son esquimales ¡qué tragedia, señores!. Allí, en tan inhóspito lugar, con 8 años, sin una madre al lado que cubriera todas las carencias materiales y afectivas...».

Y con ocho años.

Similares testimonios son los del resto de los motriles que le cuentan su experiencia a Ramón Gutiérrez. Por ello, sorprende un capítulo titulado ¿volverías como motril? en el que responden a esa pregunta y los términos en los que lo hacen no son tan rotundos como cabría imaginar al leer sus recuerdos. Tal vez ‘don Telmo’ ofrezca la clave cuando dice: «Si hoy volviera a nacer, en las mismas circunstancias, todo sería igual. No había otra opción. Dígase lo que se diga, aquello era una esclavitud».

Parecida es la respuesta del musicólogo Marcelino Díez: «Aquello fue una manera de vivir extrema para niños de 8 años, pero no reniego de ella». Isidro Fernández va más allá: «Me enseñó a ser hombre desde niño».

En definitiva, era lo que había.

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