"Lo que no se da, se pierde", también en escritura

Esther Bajo se define como «amante de las palabras, la filantropía y los guijarros». Y he de reconocer que son muchos los aspectos que, desde dicha afirmación, me unen a ella

Mercedes G. Rojo
16/01/2024
 Actualizado a 16/01/2024
La periodista y escritora Esther Bajo durante su prolongada estancia en Malta.
La periodista y escritora Esther Bajo durante su prolongada estancia en Malta.

Comienza enero y con él un nuevo año que tiene por delante muchos retos, en lo personal, en lo literario, en lo creativo, y también y especialmente –¿por qué no?– en lo reivindicativo. Enfrascada entre dos aguas que me llevan, una vez más, de Manuela López Gª a Eva González (en las próximas semanas irán descubriendo, poco a poco, la razón de tal circunstancia) me ha parecido más que oportuno comenzar este nuevo año de la mano de una mujer, una grandísima profesional del periodismo y una escritora que poco a poco se va haciendo cada vez más visible en el panorama literario, una mujer que en algunas de sus redes nos deja como lema una contundente frase: «Lo que no se da, se pierde».

¿Han conseguido averiguar ya de quién hablamos? Efectivamente esa mujer no es otra que Esther Bajo, una leonesa nacida por casualidad en la localidad vallisoletana de Olmedo, donde entonces estaba destinado su padre, pero que con apenas cuatro o cinco años se traslada a nuestra ciudad; y así se siente ella, una leonesa con ascendientes directos que la llevan de Tierra de Campos (Gordaliza del Pino) a tierras omañesas (Trascastro de Luna), influida sobre todo por las vivencias propias y ajenas y por los paisajes que a lo largo de toda una vida llegan a poblar la mirada de quienes los transita, paisajes a veces reales, a veces imaginarios. Y así en alguna entrevista que le han hecho a lo largo de este tiempo ha llegado a reconocer: «En mi forma de ver el mundo y de escribir me han influido las historias que me han contado mis padres y mis abuelos y las que he vivido en primera persona, no solo en León, sino en todos los lugares en los que he estado como Oviedo, Valladolid, Burgos, Salamanca, Malta, Zenda o Macondo», una realidad que deja patente en sus artículos pero muy especialmente en su obra de creación. 

Esther se define como «amante de las palabras, la filantropía y los guijarros», ¿hay algo más literario que una definición como esta? Y he de reconocer que son muchos los aspectos que, desde dicha afirmación, me unen a ella. Aunque ya conocía su anterior trabajo periodístico, incluido el libro realizado con otro miembro de esta casa (Joaquín Revuelta) sobre el cine club universitario, que tanto nos aportó a los estudiantes de las décadas de los 70-80 y del que yo fui una ferviente «disfrutadora», no fue hasta la Feria del libro del pasado año que contactamos de manera personal, momento en el que –además– descubrí el último proyecto en el que estaba inmersa, una nueva novela sobre una interesante mujer de mi propia localidad de la que yo ni siquiera había oído hablar hasta ese momento. Ya saben, esos «tupidos velos» de silencio con los que, más a menudo de lo que se debería, se cubren determinados episodios de la historia de los lugares y de las personas que los han habitado. Esa mujer no es otra que Balbina de Paz, y fue precisamente su muerte la que ha inspirado su última novela, ‘La última pena’, una novela corta que le ha permitido hacerse recientemente con el primer premio del V Certamen ‘Martín Fierro’ de Denuncia Social, una novela inspirada en una historia real y que, tal como ella misma cuenta, «aunque no fue un propósito inicial de la novela (...), me parece pertinente porque justamente vivimos un momento en el que hay que recordar a la gente que la historia puede avanzar o retroceder con la misma celeridad; cada nuevo derecho humano, cada avance social está siempre en peligro (...)», una novela que –desde la ficción– está en esa misma línea de reivindicar la vida y obra de tantas mujeres cuya trayectoria vital estuvo llena de amenazas, peligros y sinsabores. 

mercedes2

En fin, que todo ese cúmulo de circunstancias, junto a las esporádicas conversaciones que desde entonces hemos mantenido pero que sin embargo han dado lugar a múltiples sinergias, me hicieron comprender lo mucho que su personalidad responde a ese lema que hoy he utilizado de titular para el artículo que nos ocupa: «Lo que no se da, se pierde», y así lo ha demostrado con generosidad año tras año a través de la intensa actividad cultural y política que la ha acompañado desde adolescente; en su dedicación como periodista durante toda una vida trabajando de forma comprometida en los temas que afrontaba; en todo lo que ha dado y sigue dando cuando cambia radicalmente de vida para rehacerse a sí misma tras dos de las más duras pérdidas que sin duda han marcado su existencia –mucho de ello como voluntaria en diversas ONG’s que buscan, por ejemplo, mejorar la calidad de vida de los inmigrantes–, y en como nos sigue regalando su experiencia a través de las palabras que ahora encierra también a través de otras fórmulas más de creación como son la novela y la poesía. 

Periodista durante más de veinticinco años ha trabajado tanto en radio como en prensa escrita, comenzando su recorrido en Radio Nacional, desde su emisora de León. Luego vendrían diferentes provincias y medios escritos Burgos, Salamanca, Valladolid, comenzando con los dos diarios leoneses, uno de ellos este de La Nueva Crónica, en sus diversas etapas. De todo este trayecto, la fase que ella considera como la más decisiva de todas, la siguiente: «La etapa periodística más interesante la desarrollé en Diario 16 Burgos, bajo la dirección de mi compañero (de trabajo y de vida), José Luis Estrada, (al mismo tiempo que) junto a algunos compañeros extraordinarios (...) la única experiencia real de periodismo libre porque sus dueños eran un grupo de personas de pensamiento abierto y sin intereses creados, entre los que estaban, sobre todo, intelectuales, artistas como Vela Zanetti, Juan Vallejo (...). Pudimos hacer un periodismo de investigación tan valiente como interesante», una etapa que también le proporcionó algunos reconocimientos importantes y buenas e inolvidables amistades. 

Hoy esa faceta periodística la sigue cultivando a través de su blog ‘Club de cabales’, que ella misma define como «el blog de una periodista leonesa para personas que desean debatir, cabalmente, cualquier asunto, especialmente los relacionados con la educación y la política». También lo hace a través de su participación en el blog Masticadores de Letras y, muy especialmente en MasticadoresFEM (cuya edición tengo la fortuna de llevar a cabo), donde cada cuatro semanas nos va acercando, marcada por ese periodismo de investigación que siempre la caracterizó, las biografías y otras consideraciones de mujeres de la Historia (en ocasiones de la propia historia leonesa) de las que a estas alturas seguimos desconociendo tanto. 

Volviendo la mirada a su faceta más creativa, Esther navega también entre la narrativa y la poética, estrenándose editorialmente en ambas de la mano del dolor, a raíz de la pérdida –con apenas seis meses de diferencia– de dos de las principales personas de su vida: su madre y su marido, que la llevarán a trasladarse junto a sus hijas a la pequeña isla de Gozo, en Malta, donde llegó a vivir durante cinco años, recomponiéndose a sí misma. 

De esa estancia surgió su primer poemario, ‘Duelo’, dedicado íntegramente a su «compañero del alma», del que la propia autora nos dice: «No es un libro de autoayuda, un libro que ofrezca fuerza ni esperanza: es, realmente, un libro de duelo. De hecho, reta también a la psicología, empeñada en tratar el duelo como una especie de enfermedad que tiene fases, recetas y cura. No hay cura, en mi opinión, para el dolor de la ausencia cuando esa ausencia no tiene remedio, como no hay cura para el amor (creo que una canción de Leonard Cohen se llama así); del mismo modo, cuando pierdes a tus padres puedes seguir con tu vida, pero siempre serás y te sentirás huérfana. Mi libro sólo pretende compartir ese dolor, por decirlo de algún modo, desmenuzado». Y así podemos verlo reflejado en los versos que lo componen, versos como estos: 

«Así cuento el tiempo. Antes de ti. Después de ti.
Hubo un tiempo antes de que aparecieras, otro
desde que desapareciste.
Como Cristo.
Pero lo único importante
fue el tiempo contigo. (...)»
 (Esther Bajo, ‘Ocho meses después de ti’)

mercedes3

«... El camino eres tú.
Por ti transito. Al final del trayecto
estará en tu boca la palabra perdida, 
el verbo hecho carne, la carne herida, el aire
del último aliento.
No daré un paso más.
 En ti me quedo.
 Prendida»
(Esther Bajo, ‘La palabra perdida’)

Y luego está la narrativa, esa también primera novela que construye prácticamente a la par que el poemario. ‘Misterios gozosos’, se titula; pero no, el nombre no tiene nada que ver con lo religioso en el sentido estricto del término (o en el que más habitualmente le damos) sino más bien con el nombre de esa pequeña isla en la que ella recaló tras sus pérdidas: Gozo. La historia de la protagonista parte de una realidad muy próxima a la suya que la llevará a enfrentarse a preguntas y enfrentarse a situaciones inesperadas en una continua búsqueda del equilibrio tanto de su vida como de la sociedad en la que recala, y que, por otro lado, está llena de contradicciones. Una historia, sin duda, de aprendizaje y superación. 

Y ya tratando de poner el colofón final a este artículo, quiero contarles que para Esther Bajo, una mujer que reconoce en sí misma la virtud de la generosidad y el defecto de la cobardía (ella habrá de saber por qué), «la literatura es un espacio de libertad, que a menudo nos ayuda a comprender mejor la realidad que una mera narración de los hechos, (porque) escarba dentro del corazón humano y traspasa los hechos para intentar ver o imaginar qué hay más allá, en la cara oculta de las cosas; busca lo íntimo y lo escondido, por el mero afán de entender. (Y es que) desde muy antiguo se utilizaban historias, fábulas o parábolas para explicar los comportamientos humanos o los acontecimientos...». Frente a dicha idea también considera que el periodismo «busca entender solo aquello que es de utilidad pública, lo que afecta a la colectividad y nos permite formarnos una opinión sobre el mundo», y también que no hay tal –periodismo, digo– «si el lector no llega a entender las razones últimas que han desencadenado los hechos», considerando que ante todo «el ejercicio del periodismo requiere honestidad». 

Llegados a este punto, a mí solo me queda una recomendación que hacerles: si aún no la han leído, búsquenla –y háganlo sin mayor dilación– en sus artículos, en sus poemas, en sus novelas... Sin duda, viajarán a través de ellas para disfrutar de sus palabras y curar heridas en la medida de lo posible. 

Lo más leído