No todos los caminos llevan a la Catedral

'León al pie de la letra' es el título del libro que a partir del próximo domingo se pone a la venta con La Nueva Crónica, 12 rutas literarias para leer la ciudad con los pies

29/10/2023
 Actualizado a 29/10/2023
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"Fuera, León es la catedral y sus escritores». Lo dijo un leonés que, como tantos y tantos, ha pasado casi toda su vida lejos de su tierra, el pintor José Menchero, y su sentencia está cargada de razón. Leyendo las novelas que se han ambientado en esta ciudad, los numerosos libros de viajes que han publicado peregrinos de todo rango y condición, de cualquier época, uno podría llegar a la equivocada conclusión de que León no es más que la catedral. Ni siquiera las otras joyas del patrimonio leonés, como son San Isidoro y San Marcos, le restan un ápice de protagonismo. La referencia al templo gótico resulta inevitable, por su relevancia artística, por su ubicación estratégica, por lo que ha supuesto para la historia de la capital leonesa, por lo que supone para su presente, por lo que significa para los leoneses.  Y, en lo que se refiere a la literatura, se puede decir que todos los caminos conducen a la catedral.

Con tantos escritores por metro cuadrado, resulta lógico pensar que León se tiene que convertir en una ‘ciudad inventada’, como la bautizó el catedrático de Literatura José Enrique Martínez en su libro publicado en 1994. Además de la que pisamos, la que disfrutamos o padecemos, la que aparece ante nuestros ojos, con sus grandezas y sus miserias, hay otra ciudad que parece León pero que no lo es, una ciudad que no pertenece a ninguna otra comunidad autónoma más que a la pura ficción. Se parece a esta, tiene las mismas calles que pasean los mismos habitantes, pero de sus retratos, de los perfiles que le han buscado los escritores, se puede extraer conclusiones mucho más certeras que aquellas que nos saltan a la vista.

No se proponen aquí rutas detalladas al milímetro de las que el lector o paseante no se pueda salir, ni recorridos enlatados con un determinado tiempo de duración, unas paradas definidas y unas conclusiones anticipadas. Aquí se proponen paseos por las atmósferas que han creado a lo largo de los años los mejores escritores a partir de su imaginación, para descubrirnos un León que se parece al real pero no lo es exactamente, una forma de leer la ciudad con los pies. 

Cada cual vive la ciudad a su manera y cada cual la describe con su estilo. Son muchas las novelas que se han ambientado en León, casi todas a lo largo del siglo XX y, en la mayoría de los casos, escritas por leoneses. La mayoría, hombres, motivo por el que en este libro aparecen sólo referencias de dos autoras, Nativel Preciado y Noemí Sabugal, así como un personaje fascinante que, para algunos estudiosos, fue la primera mujer que protagonizó una novela en toda la literatura española: la Pícara Justina. Es la encargada de abrir el recorrido por este otro León imaginario, en ocasiones el León que ya no existe pero queda en la memoria, esa fuente inagotable para los escritores, el León soñado que no pudo ser, el León temido y destruido que nos brinda la ciencia ficción de algunos relatos. 

Todos los escritores que han pasado por esta tierra se han fijado inevitablemente en la Catedral, pero este libro demuestra que en la ciudad hay muchas mñás historias que contar

Dice de la catedral la deslenguada Pícara Justina que es «bien galana, tanto que pensé que era el carro del día del Corpus adornado de varios gallardetes y banderolas». El hoy académico Luis Mateo Diez ambientó en ella uno de sus cuentos más celebrados, el que luego abriría ‘El filandón’, la primera película de temática leonesa: «En los sueños de Don Ceferino se mezclan con insistencia las salvas aterradoras de la bandada: negros como la noche y el cuerpo de los demonios, voraces y desagarrados en los graznidos de ultratumba, sugeridores de una burla descarnada en la confabulación sobre las piedras y los recovecos de los hastiales góticos». En el caso de Nativel Preciado, la «fuerza magnética» de la catedral permite a la protagonista de su ‘Camino de hierro’ vivir una experiencia mística: «Franqueo la puerta y me atemorizan las sombras oscilantes del templo, alumbrado tan sólo por la luz trémula de las velas. De pronto, todo se ilumina como el estallido de una antorcha. En esa orgía de luz, elevo los ojos hacia los rosetones góticos de las vidrieras, que parecen gigantescos soles. Siento una especie de armonía cósmica, el profundo estremecimiento de la eternidad, y hablo con Dios». Más socarrona, como en él era habitual, es la mirada sobre la pulchra de Antonio Pereira, de quien se celebra su centenario en 2023, que cuenta en uno de sus libros que «Para pasar de tercero a cuarto curso del bachillerato ordenaron que hubiera una reválida, y fue un ejercicio de redacción sobre la catedral. Que escribiéramos sobre su estilo arquitectónico, la proporción de sus medidas, las capillas, los motivos de las vidrieras». Pero él venía del Bierzo, de Villafranca, y tenía muy claro lo que quería escribir, que era lo que más sentía, lo que más le llenaba, los paisajes de su tierra. Por eso llegó al final del examen y espetó: «La falta de espacio me impide describir las maravillas de la Pulchra Leonina, que el alma no se cansa de contemplar».

Francisco Umbral se fijó más en las tabernas leonesas y dejó una crónica fascinante sobre los personajes y los tugurios de la época, pero también tuvo tiempo para fijarse en lo mismo que todos los escritores que pasan por aquí: «La catedral, su rosa de los vientos, su rosa de los fuegos, su alta rosa, la catedral, descendida del cielo». Minuciosa es la descripción de la catedral en ‘El año del francés’, la novela con la que Juan Pedro Aparicio sentó las bases de su estilo, para detallar el recorrido que tiene que hacer uno de los protagonistas para buscar un lugar desde el que lanzarse en paracaídas: «No tuvo dificultades para llegar a la tribuna del cabildo por el pórtico del Juicio Final. Agarrado con las manos de salamandra a las arquivoltas, rebasó con facilidad el pretil; tomó luego la vía de la torre norte, la de las campañas; un rodeznero del arrabal de San Pedro, llamado Ireneo, le atendió las cuerdas; le tendió una desde la última saetera del segundo cuerpo, otra dese el primer ventanal de la torre… y no pudo seguir».

Antonio Gamoneda, como no podía ser de otro modo, le dedicó unos hermosos, pues para eso es uno de sus vecinos más cercanos y más ilustres: «Esta es la cima de León. Solemos / subir de la ciudad hombres cansados / a beber cada noche esta frescura / y a sentir en silencio las estrellas. / Mas, de pronto, la sombra se convierte / en estremecimiento de blancura, porque la Catedral hace extenderse /entre la noche milagrosas alas. (…) Si abres los ojos, la armonía pura / se meterá en tu ser por la mirada, / mas si los cierras, sentirá tu cuerpo / igual escalofrío de belleza».

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Hay también relatos que descubren un León por suerte desconocido, como es el caso del fascinante ‘La casa de los dos portales’, de José María Merino, en el que una aventura juvenil termina convirtiéndose en pesadilla y los protagonistas se enfrentan a una ciudad desconocida: «A lo lejos brillaba tenuemente la Catedral, y pudimos ver con horror que los remates de las torres estaban carcomidos, desmochados, como si también una gran ruina se hubiese apoderado de ella». A los protagonistas de ‘El asesinato de Sócrates’ que habitaban una ciudad llamada San Martín que se parecía demasiado a León. «El templo les observaba, sumergido en una luz acuosa y oscura. Sus agujas rascaban el cielo como uñas que intentan retirar algo sucio. Pero las nubes persistían en su batalla», escribe Noemí Sabugal. Avelino Fierro, en cambio, es más crítico con los que llama mercaderes, pero también se siente fascinado, en sus diarios caminados, por el símbolo de la ciudad: «Vi desperezarse a una de las gárgolas de la catedral, que comenzaba a lanzar sus babas contra las piedras del suelo».

Del «caleidoscopio» de las vidrieras escribe Julio Llamazares en ‘Escenas de cine mudo’, en un capítulo en el que cuenta la primera vez que vio la catedral y que fue por accidente: su padre le había bajado desde Olleros de Sabero a León para operarle de anginas, una operación que, a la postre, resultó ser sólo la primera, pues según cuenta el autor le tuvieron que operar dos veces porque durante la primera mordió al médico. Más en profundidad trata el autor nacido en Vegamián todo lo que tiene que ver con la Catedral de León en la primera parte de ‘Las rosas del piedra’, el monumental viaje que realizó por todas las catedrales de España y que, como su operación de anginas, fue publicado también en dos partes. 

Pero entre los más apasionados cantos literarios que se han hecho a la Catedral, destaca especialmente el del poeta Francisco Pérez Herrero, un mecánico dentista que llegó a publicar más de treinta libros y a quien se le debe, entre otros, el nacimiento de algo tan difícilmente explicable para quien no lo haya vivido alguna vez como es el Entierro de Genarín. Fue uno de los impulsores del mito, uno de sus cuatro evangelistas, y el referente para varias generaciones de escritores y poetas leonesas que, de su mano, se entregaron a la fe del Santo Pellejero. En sus poemas, Pérez Herrero se fijó en diferentes paisajes no sólo de la ciudad sino de toda la provincia, pero a la Catedral dedicó uno de sus más celebrados que, aún hoy, sigue trayendo la emoción frente al templo cada noche de Jueves Santo, y que empieza diciendo: «Prodigio de luz y piedra, / poema de vidrio viejo, / danzarina iluminada / por el sol y los luceros. / Una estrella cada piedra, / un ventanal cada verso. / ¡Ay, Catedral de León, / que quieres subir al cielo!».

En cualquier caso, si algo quiere demostrar este libro es que León es mucho más que la Catedral… también en lo que tiene que ver con la literatura, por más que el templo, como parece lógico, aparezca en todos los textos que se dedican a esta tierra. La ciudad lleva muchos años siendo escenario de la gran literatura, a menudo de aquella escrita por los propios leoneses, pero también otros autores que han elegido estas calles, plazas, teatros, parques, cines o bares para acoger a sus personajes, sus tramas, creando una ciudad inventada que a menudo nos dice mucho más de su carácter que la real. Hay más libros de los que aquí se incluyen que se ambientan en León, más novelas en las que la capital leonesa es de alguna manera protagonista, algunas en las que se cita de forma explícita y otras en las que se intuye a través de las descripciones, pero en la selección han primado los libros más relevantes de aquellos escritores que, por su propia experiencia, por su pasión por esta ciudad o por un simple recurso literario, han hecho que sus ficciones habiten para siempre en la ciudad de León.

Como tantos y tantos de los recursos que ostenta, la importancia de León en la literatura española queda demasiado a menudo diluida para los propios leoneses por la proximidad, la ignorancia o el desprecio. No todas las ciudades pueden presumir de haber acogido de forma directa o indirecta a tantos escritores y de tanta calidad, autores reconocidos en todo el mundo que han hecho de León un territorio imaginario, una ciudad inventada, un valor que no sólo es cultural ni argumento turístico, sino que trasmite conocimiento, emociones, y que León no se puede permitir pasar por alto porque aquí halla un valiosísimo elemento diferenciador respecto a otras capitales de provincia por lo demás muy similares. 

Capítulo de introducción del libro ‘León pie de la letra’

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