Paco Chamorro Pascual, un artista multifuncional

Por Gregorio Fernández Castañón

27/06/2024
 Actualizado a 27/06/2024
Boceto de las espectaculares puertas delMuseo de la Fauna Salvaje en Valdehuesa. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Boceto de las espectaculares puertas delMuseo de la Fauna Salvaje en Valdehuesa. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

La alfombra que la reina de Saba regaló a Salomón estaba confeccionada con seda verde. Un artilugio realmente extraordinario, con una potestad increíble: volaba. Y el viento, entonces, cumplía las órdenes del monarca en sus desplazamientos aéreos. Habría que estar allí y ver, también, los pajarillos utilizados como dosel, para proteger del sol a tan insignes ocupantes. Un lujo asombroso, solo al alcance de la maquinaria envolvente de la imaginación. Sueños infantiles. Tierra conquistada. Tela.


La alfombra de mi salón es de lana virgen. Y no vuela. Pero, con la magistral ayuda literaria, lo que sí logré fue subirme a una nube de cristal transparente para sobrevolar las tierras del Torío antes de ir a su encuentro. Mágico momento que ocurrió, exactamente, en el punto más álgido y lluvioso de una tarde… gris. 


–¿Gregorio? Bienvenido a mi casa. Adelante.

 

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‘Colgando del suelo’, una alfombra de madera. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

¿Me creéis si os digo que en una de las paredes de aquella casa ‘colgaba’ (del suelo) la ‘alfombra de un palacio veneciano’ hecha con… tablones de madera? Creedme también si os cuento que, anclados a la tierra y tocando el cielo del techo, cinco troncos de árbol decorados con exquisito gusto se utilizaban de biombo para ‘esconder’ la puerta por la que se accedía a un taller creativo. Una maravillosa obra, tras otra, surgida no de la lámpara de Aladino sino de la mente prodigiosa de su morador: Paco Chamorro Pascual, graduado en la especialidad de ‘Decoración de Interiores’ y de ‘Tapices y Alfombras’, en la Escuela de Artes Aplicadas de Madrid. Un leonés iluminado que recibió, y aprovechó, una beca para cursar estudios de Cerámica y Modelado en el Instituto Estatale d’Arte de Florencia y que, a la vuelta, realizó labores docentes, de programación y de investigación como maestro del Taller de Tapices y Alfombras, en Madrid. Un genio que, sin ser alado, desenredó e instaló en los telares los suficientes hilos de lana, de algodón, de yute, de sisal, de coco o de cáñamo para hacer con ellos verdaderas obras de arte. Y si seguís sin creerme, id raudos a los dominios de Gaudí, en León (Casa Fernández y Andrés o, si preferís, Casa Botines, convertido hoy en un impresionante museo, que es lo mismo). Y una vez allí, levantad la vista hacia los huecos por donde la luz de determinadas ventanas mira el trasiego de la calle (veréis los estores artísticos de Paco) y poned atención, después, a los paseos por los que los pies se enredan en verdaderas proezas multicolores (las alfombras del maestro). Una de esas alfombras merece un ligero toque de atención porque fue extendida después de un largo recorrido por tierra, mar y aire. Volando, os diré que está hecha con más de 9.000.000 de nudos, que pesa más de 425 kg y que ocupa más de 100 m2 (se encuentra en la planta noble superior).

¡Sorprendente!


–Dime, Paco: ¿es posible hacer con una alfombra o tapiz una escultura?


Mi ignorancia me sonroja. Y no me tiro de los pelos porque ya, desafortunadamente, en mi cabeza se bañan el sol y la luna alegremente. Paco Chamorro Pascual buscó, y encontró, un catálogo para demostrarme lo que es capaz de hacer un artista moviendo, simplemente, las páginas de su deseo. Y lo que allí vi me sobrecogió. Claro que se pueden hacer esculturas tan bellas que incluso dar una vuelta por su interior no es ningún milagro. Las varillas de un simple paraguas, por ejemplo, son capaces de dejarte con la lluvia mojando tu cara de… admiración. Avanzamos. Y con el paso del tiempo, aprovechando la visión de un boceto espectacular que creció hasta el infinito para ser tan útil como bello…


–Ponte ahí detrás, por favor, y sonríe. 


Paco Chamorro me obedeció. Lo que yo pretendía era, sin salir de su salón, cambiar de aires y subir hasta uno de los rincones más idílicos de la provincia de León, el lugar donde se encuentra el Museo de la Fauna Salvaje de Valdehuesa. Y hasta allí nos ‘fuimos’, los dos, para refrescar el rostro con los aires que nacen del centro del pantano del Porma hasta anidar en las montañas que lo circundan. Agua. 


Ahora bien, si ‘subimos’ hasta Valdehuesa no fue, en ningún caso, para abrir las compuertas, sino… Las puertas mismas del Museo de la Fauna Salvaje –y aquí quería yo llegar– son, en realidad, unas esculturas diseñadas por Paco Chamorro Pascual. Las miras, y es la voz de la madre Naturaleza la que habla, y son los sonidos que producen las pisadas de los animales al corretear en libertad por los campos. Mirad. Poned atención y veréis cómo las cornamentas de algunos de ellos los definen, mostrando a sus enemigos el gran poder. 


¡Oh…, Dios! Con el ruido alarmante de la ciudad, al despertar del sueño…


Sufro cada vez que deambulo por el callejero por donde Ordoño II dejó escrito su nombre, justo al principio de su ‘reinado’ y al lado de los dineros que, de León, se arrojan en grandes fardos para llevárselos, en grandes carretas, hasta Andalucía… Justo allí, a un paso de la farmacia que me suministra un fármaco para calmar mi dolor… Sufro, insisto, al ver cómo un mural cerámico de este artista (de 1980) es atravesado por cables, agujeros y tornillos y por placas publicitarias de un restaurante, sin que nada ni nadie hagan lo posible para que se respete la permanente quietud que lleva consigo el movimiento y el avance de tan bella geometría. Con esa actitud galopante, pronto será tarde para remendar los destrozos que causa la indiferencia. Y, antes de que anochezca del todo, puedo y debo intentar que sea “El Ángel de la Guarda” –una escultura de este mismo autor (2005), con epicentro público en la plaza de la Fontana (Salamanca)– el que interceda por nosotros, los leoneses que amamos y defendemos la cultura, por los siglos de los siglos. Paz.

 

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Esculturas propias en un bello rincón de su casa. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

En la paz que existe por detrás de Botines, cuatro chopos metálicos mantienen a flote los recuerdos de aquellos lugareños que encontraron utilidad en sus congéneres vivos: alimentos para los animales de sus rediles y leña para sus cocinas y hornos. Y, claro, fueron podados con tal maestría que, desnudos de toda condición, levantan con orgullo su verticalidad hasta tocar la piel del cielo. Son ‘Los chopos” (1998), sin hojas, a los que Paco Chamorro Pascual quiso ‘peinar’ con tirabuzones en lo más alto, para dejar constancia del poderío del viento y de las voces que va dictando la madre Naturaleza. Hechos con acero corten se mantienen erguidos y… vibran si se les toca con las yemas de los dedos afinadas con cualquiera de las tres claves: do, sol o fa. Y aquí se suscita una duda de cómo continuar llamándolos: ‘Los chopos’ (primera intención) o ‘Polifonía’ que le dictó al oído del artista un gran poeta Premio Cervantes. 


Paco Chamorro –aprovecho este compás sinfónico– formó parte de un coro; por encargo del Cabildo Catedralicio, diseñó las fachadas del nuevo Órgano de la Catedral de León (2011); colabora, desde 1985, en la cartelería y el diseño gráfico del Festival Internacional de Órgano, y además tenía por amigo al gran compositor Ángel Barja (Terroso,1938 – León, 1987). Quiero decir con todo ello que, aunque la música fue y sigue siendo una de sus pasiones, detrás de Botines yo continúo viendo un bosque, y los chopos, bien se sabe, son árboles autóctonos, enraizados en nuestros paisajes y adaptados perfectamente a la climatología cazurra. Pues eso: es el artista quien decide cómo se ha de llamar su obra.
Últimos secretos: Paco Chamorro Pascual utiliza pimentón húmedo del Serranillo para dar a los cartones de sus bocetos la sensación de que están hechos con hierro oxidado. Me invitó a sentarme, después, frente a un teatrillo, iluminó la pieza que pudiendo ser no fue (el cambio de presidencia de la Diputación cortó el crecimiento de las esculturas en el Parque Monte San Isidro) y me fue explicando sus maravillas (debajo de ellas, unas ramitas de roble adornaban el conjunto). Al despedirme, me fijé en su largo leñero, que parecía colocado con escuadra y cartabón. Él sonrió y, de inmediato, iluminó para mí la estancia. ¡Oh! La luz que surgió detrás de las dos cerandas, colgadas en la pared y a los extremos del leñero, rubricaban, en cierta medida –pienso yo–, la chispa creativa de aquel que utiliza la belleza rústica como punto de partida para presentar en público su ARTE.
 

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