A sus treces años remonta Héctor Abad Faciolince el sueño de convertirse en escritor. «Me acuerdo muy bien incluso del primer poema que yo escribí», rememora en el relato sobre su relación con un amigo de la infancia con el que su pulsión literaria comenzó a florecer: «Nos juntábamos a escribir poemas y nos inventamos un alfabeto secreto para que nadie los pudiera leer». Con su compañía tuvo el escritor sus primeras experiencias de la etapa adolescente: «Leíamos, conversábamos; con él, aprendí a fumar y a tomar vino, que me parecía fuertísimo». Y, aunque la anécdota parece aterrizar alegremente en su memoria, lo cierto es que fue el suicidio de su amigo lo que provocó en Abad el nacimiento de una necesidad imperiosa por dejar a un lado la escritura: «Yo decidí abandonar la poesía porque, si seguía por ese camino, me iba a suicidar también».
Larga fue la temporada en que el colombiano se mantuvo alejado del papel y el bolígrafo. El asesinato de su padre -caldo de cultivo para su publicación ‘El olvido que seremos’- tampoco ayudó en la reconciliación del autor con el ejercicio de la escritura. A los libros, eso sí, siempre los ha tenido cerca. «He sido librero, he sido bibliotecario, he sido traductor, editor, corrector de pruebas, escritor de novelas, escritor de poemas», lo dice y parece que la lista podría no terminar nunca. Una vida rodeado de publicaciones, teñida del color de la tinta que mancha las páginas en blanco en forma de palabras y oraciones que construyen una historia. Aun así, no fue hasta su entrada en la treintena cuando su primera publicación, un libro de cuentos, vio la luz como carta de presentación para su literatura. «A estas alturas de la vida, ya tengo quince libros publicados y he llegado más lejos de lo que me imaginaba a los trece años», confiesa: «Tan lejos que, incluso, voy a ir a León, donde nunca he estado».
A León llega con motivo del ‘Ciclo de los territorios’ en un diálogo junto al zamorano afincado en la provincia, Tomás Sánchez Santiago. Llega porque siempre ha tenido ganas de conocer el lugar, por la fama de su catedral y por la amabilidad de a quienes aquí conoce. ‘Factor. Espacio San Feliz’, un almacén de Feve abandonado en San Feliz de Torío, es el escenario para la iniciativa que tiene como protagonista al escritor colombiano. Aunque se define como «el más despistado del mundo» y ríe al confesar que no tiene demasiado claras sus intervenciones, señala: «Voy a hablar de los libros que he publicado y que han sido más leídos en España, de la forma en que los he escrito y de la forma en que me he formado como escritor a lo largo de una vida que ya es muy larga». Abad Faciolince habla sosegado y el sonido de los pájaros que cantan a su alrededor acompaña sus palabras sobremanera en una estampa llena de poesía. Casi como si juntos -escritor y aves, declaraciones y cantos- quisieran facilitar la tarea de escribir estas páginas con su particular oda a la literatura. Y eso que no es la única rama a la que el colombiano ha podido acercarse a lo largo de su trayectoria. El autor hizo sus pinitos estudiantiles en otros ámbitos como la medicina y la filosofía. «Lo curioso de un escritor de novelas y de un escritor de ficciones es que absolutamente todo es útil», comenta: «Es útil saber de medicina y de filosofía, es útil estar sentado en una sala de espera y que llegue una carpintera o una peluquera, un ebanista o un plomero». Por sus palabras, parece como si la imagen invadiese repentinamente todos los rincones de su imaginación. «En las novelas, puedes ir de lo más banal, del abono de las plantas o de la comida de los cerdos, hasta lo más trascendental, como el problema mente-cuerpo», opina: «Cuantas más cosas tontas o importantes conozca un novelista, más interesantes serán las historias que vaya a novelar». El periodismo tampoco ha quedado fuera del abanico profesional de Héctor Abad. Tanto en el colegio -con el nombre de ‘Criterio’- como en la universidad -bajo la denominación ‘Paredón’-, el autor escribió junto a algunos de sus compañeros artículos que conformaban periódicos improvisados en los que, por primera vez y como si aquel alfabeto inventado fuese un gesto premonitorio, el de Medellín se enfrentó a la censura. «Si decías la verdad, podía ser muy complicado», cuenta: «En el colegio me suspendieron por un artículo y en la universidad me expulsaron por otro». A pesar de las experiencias, Abad no quiso dejar atrás la práctica periodística y encontró en este oficio una buena forma de ganarse la vida escribiendo: «No sé quién definió el periodismo como literatura de urgencia y es verdad». Si algo ha aprendido de su bagaje en periódicos y revistas es la «humildad del oficio», siempre sujeto a la celeridad, y la «práctica continua de la escritura». «Yo no sé si escribo bien, pero gracias al periodismo escribo rápido si quiero», añade contundente.El escritor lleva a sus espaldas numerosos galardones, aunque reconoce estar igual de acostumbrado al fracaso: «Mi primera novela la tradujeron al inglés de inmediato y yo pensaba que ya, con eso, mi carrera como escritor estaba asegurada», afirma: «Pero pasó mucho tiempo y hubo muchos fracasos con otros libros». ‘El olvido que seremos’ fue el un punto de inflexión en su literatura; gracias a él, pudo conectar con muchas personas de todo el orbe, llegando incluso a llevarse a la gran pantalla por Fernando Trueba en 2020. «Es como si ese libro me abriera las puertas de mucha gente, de muchos países, y me diera la amistad y el cariño de muchos lectores», explica el de Medellín, que asocia aquel éxito al protagonista de la novela, su padre. «Él quiso hacer de su vida una obra de arte y, afortunadamente, yo descubrí eso y lo pude contar». Entre diálogos, peripecias, violencia, amor y desamor, enfermedad y muertes, ‘El olvido que seremos’ cobró vida en forma de novela testimonial y, según indica Abad, teniendo como punto de partida dos publicaciones: ‘Si esto es un hombre’ de Primo Levi y ‘Léxico familiar’ de Natalia Ginzburg. «Mezclé el testimonio de una vida, la vida de mi padre, escrita con el lenguaje de mi casa», relata: «Un léxico familiar y un testimonio de la vida interesante de un personaje, que además era también persona».
Además de estos dos autores italianos, distingue entre sus referencias a Cervantes, Tolstói, Flaubert, Clarín, Machado de Assis, Eça de Queirós, Joseph Roth o Isaac Bashevis Singer, entre muchos otros y sin olvidarse de la poesía escrita en castellano: «Para ser un buen prosista, tienes que haber leído mucha poesía y entender sus mecanismos musicales, la capacidad que tiene de combinar armoniosamente palabras para producir ideas y sensaciones que se metan hondo en el espíritu y en la cabeza».
Héctor Abad Faciolince, que compagina su labor como escritor con la traducción y la dirección de su propia editorial junto a su mujer, confiesa que por cada novela que ha publicado, otras quedan en el baúl oportuno de su alcoba. La última, ‘Salvo mi corazón, todo está bien’, precedió su traducción de Rebeca Goldstein, que todavía no está disponible en las librerías. Al terminarla, como siempre hace, el colombiano arrancó de nuevo su proceso creativo, que parte de la escritura simultánea de dos novelas: «Una es de un tono más serio y otra es de un tono más jocoso». Cuando se siente «horriblemente serio», el autor escoge la jocosa y, cuando se siente «insoportablemente frívolo» se ocupa de la seria. «Una de las dos siempre se impone», añade: «Vamos a ver cuál se impone esta vez».
Y entre recuerdos y experiencias que no pueden olvidarse ni con el paso de los años, Abad termina de hablar igual que hablará este miércoles en el almacén de San Feliz de Torío. Los asistentes, con entrada libre hasta completar aforo, podrán así acercarse a la vida y obra del escritor colombiano. Un autor de varias facetas, dos nacionalidades y un proceso creativo de lo más singular.
Un diálogo de complicidad entre arte y naturaleza
La exposición ‘Retro-expositiva’ se inaugura en ‘Factor. Espacio San Feliz’ este martes a las 20:00. Una creación de Sebastián Román que entra dentro del programa ‘El arte de caminar’. Reciclar grandes ciudades y ver cómo actúa la naturaleza sobre ellas es la propuesta de esta exposición de Román. La universalidad de lo pequeño y la emergencia continuada del consumo tecnológico que genera residuos permanentemente son los pilares en los que el artista representa su forma de ver y no comprender el mundo actual. Una exposición abierta a la luz de un humilde almacém ferroviario que espera con ilusión a viajeros con los que compartir las palabras y el arte.