Un paseo con Llamazares alrededor del Porma, donde las voces salen de la novela para volver al hogar

El escritor del desparecido pueblo Vegamián, Julio Llamazares, acompañó a los participantes de esta edición de 'Liternautas' en el recorrido por la ruta literaria 'El eco de la montaña'

11/04/2025
 Actualizado a 11/04/2025
Julio Llamazares habló ante varios alumnos de institutos leoneses en Utrero, un pueblo abandonado a los pies del pantano del Porma. | MAURICIO PEÑA
Julio Llamazares habló ante varios alumnos de institutos leoneses en Utrero, un pueblo abandonado a los pies del pantano del Porma. | MAURICIO PEÑA

El cielo despejado y el fresco matutino saludan en Rucayo. Ubicada en Boñar, en ese concepto administrativo que llaman «término municipal», la localidad ha sido tierra de agricultores y ganaderos. Punto influyente en las rutas de la trashumancia debido a unos pastos hermosos y henchidos de vegetación, nunca llegó a ser la misma después de la inauguración del embalse del Porma en 1968; desde entonces, su emplazamiento se tornó uno lo suficientemente aislado como para dificultar en él el habitar.

Aun acompañada la estampa de una competición entre casas cuidadas y otras a medio derruir, el pueblo se ha convertido este jueves en uno rebosante de vida de la mano de esa especie que ya es rara avis en buena parte del medio rural: la juventud. A la entrada del mismo, espera un autobús de la Diputación. Ha sido el medio de transporte para los 44 alumnos y la decena de docentes que se han citado en la localidad. Su destino es otra, Utrero,a la que se llega por los alrededores de un agua de la que absorben el oxígeno los peces que habitan ahora Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada, Lodares y Vegamián. 

El trayecto fue bautizado por sus impulsores como ‘El eco de la montaña’. El nombre, en su singularidad, no falla a la verdad: varias siluetas de acero corten ponen voz al enclave a través de un código QR. Las palabras, pronunciadas por personas reales, son parte de la personalidad de los personajes de las publicaciones ‘Distintas formas de mirar el agua’ y ‘Retrato de un bañista’. Publicaciones firmadas por el escritor natural de Vegamián, Julio Llamazares. El escritor no quiere perderse el recorrido por una ruta que considera «el regalo más bonito» que han podido hacerle. Un regalo que en 2021 fue inaugurado a modo de fruto del trabajo realizado desde el IES Pablo Díez de Boñar.

– Había grupo de trabajo por proyectos que cada año elegía un tema común y, entre los profesores que estábamos, trabajábamos de manera grupal– cuenta Nuria Rubial sobre el caldo de cultivo para la creación de esta ruta literaria.– Además estaba el proyecto Erasmus, que daba un dinero para desarrollar un trabajo que le diera fuerza a la zona. Ya habíamos trabajado los años anteriores con ‘El río del olvido’, en la zona del Curueño y también con ‘Distintas formas de mirar el agua’; digamos que habíamos trabajado los dos ríos, Curueño y Porma– no le hace falta coger aire.– Al principio, pensábamos en poner un atril con un texto, pero, hablando con Julio, nos dijo «¿no conocéis este caminito?».

Los estudiantes leoneses junto a Julio Llamazares. | MAURICIO PEÑA
Los estudiantes leoneses junto a Julio Llamazares. | MAURICIO PEÑA

Aquello desató aún más el fervor de los planes del profesorado. Echando mano de las siluetas diseñadas por sus alumnos y contando con ayuda externa, como la Fundación Cerezales, los artistas Alejandro Sáenz de Miera y Pablo Pino y el Ayuntamiento de Boñar, surgió definitivamente lo que hoy es ‘El eco de la montaña’; parada obligatoria en la iniciativa ‘Liternautas’ que, desde hace cuatro años, pone en marcha la propia Rubial en colaboración con su antigua colega, Inés Fuertes.


Comienza el recorrido

Las dos están presentes en el recorrido, que comienza a eso de las diez de la mañana. Los alumnos se dividen en varios grupos. En el último de ellos está el autor de los personajes que este jueves, de nuevo, recitarán. 

– Bienvenido Julio– dice Nuria ante los alumnos en una breve introducción. 

Llamazares escucha y responde, sonriente, con un «hola» sin más. Dice que prefiere hablar al final del recorrido. Él lo llama divertido «predicar».

– Les cuento un poco la historia del pantano, de la novela y contesto a sus preguntas– explica entre silencios, como para recuperar el fuelle.
– ¿Suelen repetirse las preguntas?
– Bueno, más o menos, sí– medita un instante.– Igual se repiten las respuestas más que las preguntas.

No tarda en presentarse la primera silueta. Es la de Virginia, mujer del muerto que guía el relato de ‘Distintas formas de mirar el agua’. Llamazares mira mientras escucha; lo mismo que los alumnos de esta última comitiva, de la que también forma parte una tocaya del personaje. 

No es la primera vez que Virginia Mendoza, autora de ‘La sed’ y ‘Detendrán mi río’, entre numerosas publicaciones, sacia su sed de naturaleza y literatura en el entorno del detenido río que es el embalse del Porma. Hace tiempo realizó el recorrido con Julio Llamazares en una noche de luna llena repleta de luciérnagas. 

– Por aquel entonces estaba escribiendo 'Vagalume'– recuerda la escritora, que a las 17:00 horas de este viernes ofrece su charla ‘En tierras de escasa lluvia’ en el marco de esta cuarta edición de ‘Liternautas’. 

El trayecto avanza en terreno pantanoso. Hay que cuidar la pisada para no hundir el pie. No pasa por alto que «Llamazares», en el ámbito etimológico, signifique precisamente «lodazal». Es un juego del destino que el escritor al que bautiza el apellido apunta, como hace con otros detalles. No engaña su literatura: se conoce bien la zona. 

– El bar Las Lleras que está por el Burgo Nuevo se refiere a eso– señala la zona en la que varias vacas pastan, reflejándose majestuosas en un agua acristalada que parece, de pronto, el cuadro ‘Cisnes reflejando elefantes’ de Salvador Dalí. Aunque este paisaje no tiene nada de surrealista; más bien, asombra por la belleza de su realismo. Por la invitación tácita de sus dotes para olvidar lo que hace décadas ocurrió a casas como las de Julio Llamazares, a vidas de vecinos como las de sus padres.– ¿Cómo se llamaba el dueño?– pregunta de pronto y la respuesta llega al instante– Pepín, de Rucayo.

No es el único nombre que sale a relucir. «En esta ruta, los personajes salen de la novela para regresar a su lugar de origen», señalaba Nuria Rubial antes de comenzar. En esos personajes que muestran literarios la intención de las miradas al enfrentarse a un pantano se intuyen las formas de personas de carne y hueso.

Ocurre con Daniela, una de las participantes. Su abuelo nació en Vegamián.

–Le falla la memoria, pero eso lo recuerda como si fuera ayer– le cuenta al escritor; – como tuvieron que irse de la noche a la mañana…

Aunque por otros lares, ocurre también con Ariadna, otra de las estudiantes senderistas. Al otro lado de la Forqueta de Arintero, el Curueño le coge prestado el puesto al Porma. Atravesado por esa cresta pedregosa, ‘El río del olvido’ toma el protagonismo que en esta zona tiene el lugar donde yacen las cenizas ficticias -o no tanto- de Domingo, bautizando otro de los libros de Julio Llamazares. El tatarabuelo de Ariadna puede intuirse entre sus páginas. 

Estudiantes de varios institutos públicos leoneses formaron parte de una de las citas celebradas en el marco de ‘Liternautas’.REPORTAJE GRÁFICO DE MAURICIO PEÑA
Varios estudiantes formaron parte de una de las citas celebradas en el marco de ‘Liternautas’. | MAURICIO PEÑA

Lo explica el escritor, que camina acompañado hacia delante. De vez en cuando, se da la vuelta: observa los pasos que ya se han dejado atrás. Mira el agua sin perder los detalles que desentraña en sus obras; sin aburrirse por toparse tantas veces con la misma vista. Mira al agua escuchando el graznido de las aves y volteándose, quizá queriendo atisbar el pasado de esas gentes que, sin preverlo, hubieron de marchar. Es que este lugar es un buen sitio para mirar atrás. 

Mientras tanto van sucediéndose las siluetas. Y pasa Raquel, una de las nietas, hija de Teresa, que también pasa; que se queda quieta esperando ver al resto pasar. Y les suceden Virginia hija; también su hermano, José Antonio. Y sigue la última Virginia; la nieta, que precede inocente a Agustín, que termina por recitar: «Hay distintas formas de mirar el agua, depende de cada uno y de lo que busque. Pero nosotros no podemos contemplarla sin respeto después de lo que nos supuso, ni despreciarla como hacen otros; esos que la malgastan porque no saben lo que cuesta conseguirla. Yo la miro con respeto y emoción, pues se lo debo a mis antepasados».

Ya en el abandonado Utrero, a los pies de la inmensidad de las aguas sujetas por una presa fuerte, el alumnado saca sus bocadillos. Hay para todos, que descansan mientras almuerzan. Hasta hay quien se atreve a bañarse y los más lectores aprovechan para hablar con Llamazares, que les firma tranquilo ejemplares. 

Después de eso, se procede al ritual. Estudiantes y docentes se sientan en torno al pantano, en torno al escritor de Vegamián, que, de pronto, lo encabeza. Que protege su memoria con su literatura. Que ahora recibe su turno para hablar. 

– Cada vez que vengo, comprueblo que aquí el texto emociona mucho más– arranca, convirtiendo en sinónimos naturaleza y literatura; vida, enseñanza y educación.– Cuando eres joven piensas que la vida va por un lado y la literatura por otro, pero la literatura es parte de la vida. 

Los buitres vigilan desde las alturas. La comparsa de senderistas aprovecha al sol en su escucha activa y, mientras habla el autor, acompañado a sus lados de Daniela y Ariadna, todos le observan. A ratos, también al agua, que esconde su historia, la de tantos antepasados suyos y de muchos más. 

Todos observan a Llamazares para comprender su naturaleza, su vida, su literatura, que son la misma cosa. Observan al de Vegamián, eirigido ahora a un kilómetro del desaparecido pueblo. Intentan descubrir cuál es la suya de entre las distintas formas de mirar el agua.

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