(Marga Carnero. Galería Ármaga)
Me reúno con Marga Carnero, gerente de la Galería Ármaga de León, en una de estas últimas y calurosísimas (por fin) tardes de verano, a última hora de la tarde, para no interrumpir demasiado su trabajo. Está ocupada a mi llegada y observo las piezas de la colección colectiva que cuelga ahora de sus paredes. Entre sus nombres, muchos conocidos, diría que algunos incluso amigos; otros, que han pasado por mi sección; alguno incluso a cuyos cursos asistí más de una vez en mis tiempos universitarios. Reconozco el estilo de varios de ellos apenas mis ojos se cruzan con las obras, otros son un auténtico descubrimiento. Me sorprenden, llaman mi atención, me hacen sentir. Pienso en lo poco que a veces disfrutamos de exposiciones como estas que las galerías (no sólo los museos) nos ofrecen, como a veces pasa con esas librerías en las que ojeamos libros por el simple placer de dejarnos tentar por alguna obra que no vamos buscando, y que tampoco tenemos porqué llevarnos a casa necesariamente, pero que queda en nuestra retina o en nuestro subconsciente a la espera de otro momento más oportuno para volver a disfrutar de ella. Ese será uno de los temas que tocaremos en nuestra informal conversación acerca de las galerías de arte y su papel en la sociedad.
La Galería Ármaga, escondida en un pasaje que se abre en la calle Alfonso V, es quizá una de las galerías (aún no lo sé a ciencia cierta) con más tradición de nuestra ciudad, que programa al año en torno a nueve o diez exposiciones con una media de duración de mes, mes y medio. Lleva en esta misma ubicación desde sus comienzos, cuando fue abierta de la mano de Asun Robles y de Marga Carnero, su sobrina. Detrás de la primera otros veinte años de experiencia previa regentando la Galería Sardón, una de las primeras en abrirse en León, allá por el año 1978; detrás de Marga, la ilusión de una joven licenciada en derecho, profundamente enamorada del mundo del arte a través de todo lo que Asun había sido capaz de transmitirle desde su más tierna infancia, tanto nos cuenta: «Cuando mi tía me dijo cierro galería y vuelvo a abrir otra ¿te apetece?, sólo tuvo que decírmelo una vez, dejé la abogacía (en la que ya trabajaba) y me embarqué.» Reconoce que al principio su desconocimiento técnico era mucho, a pesar de haber estado siempre rodeada de arte, desde muy pequeña y en este sentido recuerda las tertulias que se organizaban en Sardón al comienzo de su recorrido, a las que acudían los pintores de la época, momentos de los que le ha quedado la idea de «la galería como un lugar de encuentro donde acudían también muchos escritores», que continuamente propones desde su espacio. Y nos refiere haber suplido tal desconocimiento por su pasión, «la pasión viene de mi tía y de hecho me la sigue transmitiendo cada día porque no solamente me ha dejado el legado ahora que se ha jubilado sino que a menudo recurro a ella cuando tengo dudas.»
Fue en 1998 cuando comenzaron este proyecto que ya lleva otros más de veinte años de andadura. Nos cuenta orgullosa, mientras me muestra una fotografía de ambas que preside la pared justo a la altura de la mesa que le sirve de escritorio, que el nombre «viene de Arte Marga y Asun, Galería Ármaga». La instantánea es de algún momento de sus primeras exposiciones, entre las que contaron con la individual de Eduardo Arroyo, «nos la hizo Andrés Sero», puntualiza. «A Asun tengo que agradecerle donde estoy, siempre», afirma con rotundidad, estar desde hace ya seis años al cargo total de un galería que está en constante proyecto, un proyecto siempre cambiante, porque hay que adaptarse mucho a los tiempos. Para Marga, «una galería es un espacio en blanco a través del cual sirves de puente para que un artista exponga aquí, lugar al que pueden acercarse visitantes, posibles coleccionistas e incluso instituciones», un espacio que ahora mismo está pasando de lo físico a un proyecto presente en las redes sociales a través de las cuales (incluida su página web y la venta on-line) darles voz en un espacio mucho más amplio, incluso a nivel internacional. A este esfuerzo ha dedicado gran parte del tiempo durante este confinamiento que ha obligado a las galerías a un parón (no muy diferente al que han sufrido otros establecimientos) pero no tan grave como el de la anterior crisis sufrida.
Marga Carnero se siente orgullosa de continuar gestionando una de las galerías de arte de nuestra provincia «la que más ha ofrecido siempre de todas las provincias de la Comunidad» (en alguna de ellas incluso ha llegado a cerrar todas), la mayoría gestionada por mujeres. A la hora de la selección de obras, dice mantenerse bastante fiel a los gustos de su mentora, con la que coincidía en muchos de sus criterios, aunque incluye también algunas otras preferencias personales, todo ello para completar una nómina de artistas que se acerca a la treintena, mujeres (no todas las que le gustaría) y hombres procedentes tanto del panorama artístico leonés como de otros puntos de la geografía, y de los que destaca la profunda relación establecida con muchos de ellos, acudiendo a sus respectivos talleres, absorbiendo de ellos todo lo que tienen que contar, con anécdotas de su formación, de la creación de sus obras que luego le permite explicarle a los visitantes y clientes las obras desde su propio punto de vista, «con esa pasión de la que te impregnas cuando les escuchas». Otra aportación personal a este mundo del arte, quizá derivada de su formación académica, es la seriedad que se plantea a la hora de organizar los procesos de exposición para lo que ofrece un completo asesoramiento al artista representado, una relación profesional con la galería en la que todos los aspectos legales han de estar clarificados perfectamente.
Con todo esto, se define a sí misma como galerista como una persona seria a la vez que pasional, «porque si a este mundo no vas con pasión, estás perdido», y destaca que al tratarse de un espacio privado «tengo la libertad de hacer lo que me gusta y con quien me gusta», dentro de esa relación de cercanía que consigue, no solo con los artistas también con los compradores, a través de la cual reconoce haber llegado - a lo largo de este - a fraguar auténticas amistades, trabajando muy estrechamente con ellos, «porque esto es un equipo de trabajo» y siempre desde sus peculiaridades, porque cada artista es un mundo.
Este proyecto, siempre apasionante, ha convertido Ármaga en ese lugar de encuentro que ella vivió cuando era prácticamente una niña, y continuamente está pensando en retomar esta faceta tan presente en la galería hasta antes de la pandemia, encuentros en torno a los cuencos tibetanos, o el ciclo «Poesía y vino», los recitales,…, que convertían la galería en ese punto de encuentro donde quedar con los amigos; ese puente que sirve para visibilizar el arte entre el público y el artista, un espacio para ver, pero que sigue infundiendo un cierto respeto al público en general. En este sentido cree que influye la falta de implicación del profesorado para crear espectadores (no sólo con las galerías, también con los museos). Aunque hay profesorado que sí que mueve a su alumnado en este sentido (sobre todo relacionado con la escuela de Artes o alguno que también es artista) sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra ciudad. Y eso no ayuda a la normalización de estos establecimientos con lugares para acercarse y disfrutar del arte. En este sentido, le gusta recordar que cualquiera puede invertir en arte, pues existen grabados muy económicos, aparte de la posibilidad de suscribirse al fondo de galería que funciona vía cuotas, lo que le permite a cualquiera tener obras de arte a tu casa.
Con tan larga trayectoria, inevitablemente esta ha de estar salpicada de anécdotas, prácticamente todas positivas, quizá la más llamativa el día que una persona invidente entró por la puerta queriendo comprar unas obras de arte para su casa: «la venta más complicada de toda nuestra historia, aunque al final, sumamente satisfactoria».
Agradece a la prensa y a las instituciones ese apoyo permanente que siempre tienen, y que revierte en la proyección de los artistas. Nuevamente es su relación con ellos lo que pone punto final a este acercamiento: «Me gustaría asomarme a ese mundo que tienen en la cabeza y que yo reconozco que no lo tengo. El arte es el reflejo de la vida, y ha habido obras que han salido de este confinamiento que son una auténtica maravilla por todo lo que tienen que decir».