Una maleta junto a la puerta que, en uno de sus lomos, reza «Pelayo» mientras el dueño del nombre –y del equipaje– pinta con una brocha gruesa uno de los desperfectos de la pared de la galería Ármaga, fruto de la inundación provocada por la rotura de una tubería. Es la carta de presentación de la exposición que, desde el pasado viernes y hasta el próximo 5 de abril, puede disfrutarse en el espacio de la capital leonesa.
–Marga, ayúdame un poquitín, que a mí me cuesta hablar de mi trabajo.
Lo dice Pelayo Ortega, pintor asturiano definido como «reflexivo, simbólico, elocuente, nostálgico». Parte de su obra se sujeta en las paredes de la galería de Marga Carnero, que, junto a Luis García –autor asimismo del catálogo de la exposición–, se encargó de escoger las piezas que guarecería el espacio durante los próximos meses. Es «la sexta o la séptima vez» que el enclave capitalino se convierte en escaparate para la obra del creador.
–Es uno de los artitsas más destacados del panorama nacional– explica la galerista sobre un pintor que expuso por primera vez en Ármaga a principios de este siglo.– Desde entonces, surgió una amistad.
–Yo encantado– responde él.
Una veintena de obras son parte del «paseo reflexivo por el paisaje interior, poético y conceptual» que expone el asturiano. Un paseo en el que «quedan reflejados todos los registros pictóricos» que el artista utiliza: «Desde cosas muy sencillas o sutiles hasta empastes o técnicas mixtas simultaneadas». Así introduce Pelayo uno de los motivos comunes en todas las obras guarecidas en la galería.
–Pelayo tiene muchos elementos que reitera– añade Marga.– En este caso, excepto en uno, en todos los cuadros hay un personaje.
"Los adultos vamos perdiendo la capacidad de sorprendernos con las cosas en pos de querer explicarlo todo"
Un personaje negruzco, espigado, que se presenta estático en algunas ocasiones; en otras, parece emular algún movimiento. Una figura que, a veces, fuma de una pipa, como el pintor.
–Siempre lo pongo a modo de alter ego y también como referencia para formalmente contrastar todo lo que está pasando en el cuadro– explica su creador:– cualquier espectador que vea un cuadro mío, si prueba a tapar el personaje, verá que pierde escala.
Un elemento que, aun así, no parte de la autobiografía.
–El tema autobiográfico siempre es una consecuencia– explica.– Para mí de lo que se trata es de que los cuadros sean pintura y, si después aparecen cosas que puedan rastrearse como personales, está bien, pero lo importante es que el cuadro funcione como cuadro.
Pelayo Ortega lleva pintando desde su plena adolescencia. Fue hace unas tres décadas cuando la figura que ahora ocupa parte de casi todos sus cuadros empieza a aparecer referenciada. «Es casi una constante en mi trayectoria», opina él, que al principio acompañaba al «alter ego» de otros elementos figurativos y que, con el paso del tiempo, ha ido librándole de acompañantes. Como en un paralelismo con la soledad que va embargando al individuo a medida que crece. Una «interpretación acertada», en palabras de un artista que se presta a «lecturas lo más libres posibles» de su trabajo. Lecturas que no deben confundirse con explicaciones.
–A veces, más que una necesidad, es una inseguridad lo que lleva al espectador a buscar una explicación a la hora de ver con libertad e independencia una obra de arte– opina el artista, que aboga por la «mirada limpia, incluso infantil» al admirar un cuadro.–Es más propio del adulto querer entender cosas que a lo mejor están a la vista; un niño, con la mirada ingenua y exenta de prejuicios, mira las cosas con mucha más independencia y con más objetividad. Ocurre con el arte moderno, que tiende a ser muy hermético y la gente piensa «¿qué hay detrás de esto?»; bueno, pues a veces detrás de esto no hay nada más de lo que hay delante– suena suave en su contundencia.– Mi pintura es lo que es; tiene cierta narratividad, pero muy diluida en lo que al final es un puro espectáculo pictórico. No hay argumentos conceptuales que haya que descubrir a base de signos cabalísticos que haya que interpretar; es una pintura en la que la ella misma se interpreta y se explica.
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Y es que su premisa es férrea. «Esa inocencia en la mirada, esa capacidad de sorprendernos con las cosas, los adultos la vamos perdiendo en pos de querer explicarlo todo», reflexiona: «De querer entenderlo todo cuando, a veces, no hay nada que entender y simplemente es disfrutar de lo que tenemos delante».
–A la hora de crear, ¿el artista también ha de liberarse de esos prejuicios?
–El artista tiene que trabajar con la mayor libertad atendiendo a sus preocupaciones– resume.– El estilo del creador deriva de una serie de obsesiones que a veces definen tu personalidad y tienes que ser muy auténtico, muy sincero contigo mismo, pero sin dejar de alimentarte de lo que tienes alrededor, de lo que ves... Es un ejercicio de equilibrio; de hecho, cuanto más auténtico es un creador es cuanto más lo que pretende está en relación con lo que consigue. La profesionalidad en técnica, el dominio de los lenguajes artísticos, pictóricos, con el tiempo te dan la madurez de conseguir cosas mucho más certeras y que respondan más a lo que tú quieres hacer.
–Tus obsesiones, tu estilo, ¿son abstractos?
–Mi trabajo, desde hace muchos años, lo definiría como un planteamiento de pintura ecléctica con elementos incluso antagónicos– responde, pipa en mano.– Es como una especie de cajón de sastre, entendido en el sentido de que contiene referencias a muchos momentos de mi historia y de la historia del arte; incluso a veces quiero pensar que me remonto a las pinturas tan brillantemente gráficas y rotundas de las cuevas preshitóricas– y de pronto Ármaga parece Altamira.– Los pintores que seguimos creyendo en la pintura en el siglo XXI somos herederos de toda una tradición que se remonta a los orígenes de la humanidad y creo que ese es el gran potencial que sigue teniendo la pintura, que se renueva constantemente, pero siempre partiendo de una tradición muy sólida.
"A veces quiero pensar que me remonto a las pinturas gráficas y rotundas de las cuevas prehistóricas"
Esa solidez instalada en un arte milenario queda bien reflejada en la exposición del pintor asturiano, que guarda entre las bambalinas de la galería alguna que otra pieza de muestras anteriores. Confiesa ser «muy malo para las fechas» y duda al datar la veintena de obras que conforman esta última exhibición. Tampoco es que le preste demasiada atención a los tiempos, si todos ellos emanan de la fuente pictórica que fue la prehistoria.
–Marga, Luis y yo hemos escogido lo que nos pareció que podía funcionar aquí, pero sin preocuparnos por la cronología– revela.– Yo, cada vez más, creo que lo de hacer exposiciones que sean cronológicas o muy exactas no tiene sentido.
–Y si tuvieras que escoger una obra predilecta, ¿cuál sería?
–Ya sabes que los pintores...– Lo deja en el aire.– A lo mejor la obra que más te gusta no está tan bien resuelta como otras, pero por cuestiones más subjetivas o más sentimentales la quieres más. Al final, todos son tus hijos, pero bueno, la obra mayor es una gran obra– y señala el cuadro ‘Taller’ con una mirada impregnada de humildad.– Es un cuadro muy completo con muchos elementos; no sólo el personal, sino todo lo que está pasando en el escenario, la presencia de la escalera...
–¿Hacia dónde se dirige esa escalera?
–Es un símbolo. Sirve para subir o para bajar; para escapar o para acercarse a un punto innacesible– refiere sobre un elemento propio, según explica, de las pinturas religiosas del barroco. Un elemento que adquiere un fuerte acento espiritural.– Yo, de alguna manera, descontextualizo esa referencia, pero la utilizo también en ese sentido. La escalera es un elemento que forma parte del taller de un pintor, pero al mismo tiempo adquiere un significado que puede tener que ver con eso: con el desarrollo, con la evolución, con la superación, con ir pasando escalón por escalón y ascendiendo a lo que pretendes.